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Raffaella Carrà, la fiesta
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EL ADIÓS DE UNA DIVA

Raffaella Carrà, la fiesta

Siempre mostró posiciones públicas, más allá de sus canciones, en defensa de la débil y abnegada esposa en el entorno agobiante de familias medievales y legislación paleolítica

Foto: Raffaella Carrà. (Ilustración: Jate)
Raffaella Carrà. (Ilustración: Jate)

Muerte y reconocimiento otra vez van de la mano. Alabanzas a los féretros, odas de último momento se agolpan como casi siempre demasiado tarde o a destiempo. Morir mata los defectos. Y multiplica las virtudes, las hace casi inabarcables si el sepelio es planetario. Hablamos de Raffaella y hay uniformidad y consenso en la evaluación de su vida. Y poca exageración esta vez, según mi criterio. Justicia a una vida singular y productiva. Glosa por todos los lados y sonrisas de recuerdos en la cara de los que ya estamos del todo vacunados. Hay palabras repetidas en todos los homenajes, la que más he visto y oído, y con mucha diferencia, ha sido libertad, y me alegro.

Foto: Raffaella Carrà, en una bonita imagen de archivo. (Cordon Press)

Verso libre la italiana. Pluma sutil de años setenta que jugaba a ocultar en sus ritmos pegadizos y en sus golpes de cadera mensajes de feminismo y sexualidad de primera. Con medio siglo en perspectiva, releer en términos masturbatorios lo que a mí infancia le parecía una inocente llamada de teléfono sacó también mi sonrisa.

placeholder Raffaella Carrà en una imagen de archivo. (Getty)
Raffaella Carrà en una imagen de archivo. (Getty)

Mujeres empoderadas en sus rimas facilonas ponían como si nada a planchar o a fregar a maridos sospechosos. O mandaban a freír monas a los pillados in fraganti en el ejercicio de la infidelidad de la que se presumía en aquellos años y a la que casi ninguna se atrevía a plantar cara. Tal era la injusticia.

Siempre mostró posiciones públicas, más allá de sus canciones, en defensa de la débil y abnegada esposa en el entorno agobiante de familias medievales y legislación paleolítica que predominaban por entonces.

No había techo de cristal en esas décadas. Como metáfora de una muerte anticipada y en vida, había casi una lápida de mármol sobre la cabeza de la mayoría de las mujeres. Algunas consiguieron romperlo a tenaz golpe de lentejuela, lo que, si lo pensamos, seguía siendo un arcaico y patriarcal método. Muy pocas, después de romperlo, se atrevieron a decir, y a vivir, como lo hizo Raffaella. Sin querer casarse, sin hijos.

Con las banderas del amor libre y el amor a la libertad conquistó decenas de países con su español macarrónico -por italiano no por malo-. El recuerdo de su acento en los cientos de videos rescatados estos días por la prensa me incrementó la sonrisa. No necesitó dicción ni precisión con las palabras para hacerse entender a todos. Ni para hacernos entender a todos los que entrevistaba. Era una gran preguntona. Lo hacía desde el desparpajo de vedette, con esa sonrisa de rubia que le gustaba poner. Pero cuidado con las preguntas. Se atrevía a plantear lo que muchos buenos periodistas ni osaban insinuar. Solo la he visto una vez no ejercer el personaje para indagar con simpatía y sacar de los adentros confesiones o datos con sustancia. Fue entrevistando a Teresa de Calcuta. El rubor era evidente por lo desajustado del formato, del atuendo y hasta del tono, con la anciana entrevistada.

placeholder Raffaella Carrà en una de sus actuaciones. (Cordon Press)
Raffaella Carrà en una de sus actuaciones. (Cordon Press)

La Carrá era una conquistadora nata. Una fuerza concentrada en unos pocos centímetros. También, por lo que cuentan los que más le conocieron, un esfuerzo permanente. El espíritu innegociable del trabajo como base de su vida. Ese querer trabajar, que debiera ser el pilar de todo buen comunista, le sobraba. Comunista, otra palabra repetida. También había que echarle un par para enarbolar esa bandera en algunas latitudes. Declaraciones que resultaban incómodas para los directores de algunas retrógradas cadenas al final de los setenta eran frecuentes en ella. No sé muy bien por qué pero no me pareció nunca demagogia.

Cuentan que llevaba hasta el final ese posicionamiento de estar del lado del trabajador en el caso de conflicto. Y debió conseguirlo porque con tanto éxito, empresarial y económico, no salen demasiadas voces acusándola de lo contrario.

Esa fuerza natural, esos luminosos adentros, encontraban siempre un punto de conexión con el resto. Lo deduzco de sus letras y debía ser el sexo. Decir “hacer el amor” ruborizaba. Decir “sin amantes no te puedes consolar” liberaba. A pipiolos como yo nos normalizó algunos conceptos. A adultos y adultas reprimidos por obligación, como mínimo, les dio contexto. Les dio temas de qué hablar y lenguaje para saber y poder pedirse cosas.

Revolución sexual en España con el destape, precedida con el poco sutil ajuste de la licra roja a los muslos y resto de anatomía de la icónica cantante. Esa puede ser la foto que con más nitidez recuerdo. Un mono rojo fosforito con bordados que señalaban las partes más indiscretas como si el diseñador pensara que no nos fuéramos a fijar en ellas. Solo le faltó poner flechas.

placeholder Féretro de Raffaella Carrá en Roma. (EFE)
Féretro de Raffaella Carrá en Roma. (EFE)

Burletes o lentejuelas sublimaban la irrupción en pantalla de algunas curvas ya de por sí demasiado evidentes a ojos de adolescente. Y a modo de corona de reina su media melena lisa, corta y tan rubia como se pueda. Saltos y movimientos eléctricos de esa cabecita perfecta disparaban nuestra libido a la vez que las audiencias. Y luego sus cuerpos de baile de bigotudos, patillosos y melenas que daban aporte bizarro y testosterónica presencia capaz de equilibrar el exceso feminista de una mujer independiente y con demasiada fuerza.

La pequeña, tozuda y talentosa italiana ha sido un perdurable ejemplo. Cincuenta años en pantalla batallando con el tiempo sin más arma que ejercicio y comida sana. Lejos de destrozarse la cara con intentos lastimosos de no querer ser uno mismo ha sido una buena referencia para ir cumpliendo años dentro de la farándula.

Nunca vendió mucho humo. Parece que lo quería todo para ella. Y el empeño en tenerlo dentro llevaba ya lastimándola demasiado tiempo. Sus células dijeron basta. Sucumbieron, se entregaron a ese lado oscuro que te va comiendo por dentro. No quiso ni siquiera decirlo para que no sufrieran muchos de los que preferimos guardar esa imagen en blanco y rojo de la picardía andante, del desparpajo absoluto. La imagen de ese ser libre que nos hizo más liberales, de esa sonrisa amplia que nos amplió horizontes. De esas pestañas al cielo y de ese ombligo al aire –que hasta prohibió el Vaticano-. Esos ojitos de niña y esos hombros de matarte. Esa imagen tan artista, esa voz tan entrañable que ahora se calló para siempre, pero que va a seguir muy presente en esta fantástica fantástica fiesta.

Muerte y reconocimiento otra vez van de la mano. Alabanzas a los féretros, odas de último momento se agolpan como casi siempre demasiado tarde o a destiempo. Morir mata los defectos. Y multiplica las virtudes, las hace casi inabarcables si el sepelio es planetario. Hablamos de Raffaella y hay uniformidad y consenso en la evaluación de su vida. Y poca exageración esta vez, según mi criterio. Justicia a una vida singular y productiva. Glosa por todos los lados y sonrisas de recuerdos en la cara de los que ya estamos del todo vacunados. Hay palabras repetidas en todos los homenajes, la que más he visto y oído, y con mucha diferencia, ha sido libertad, y me alegro.

Raffaella Carrà
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