Concha Velasco y su chal de la suerte que le regaló Paco Valladares
Decía que no era supersticiosa, pero sí que tenía manías y que las mantenía a rajatabla. Velasco deja un buen currículum profesional, pero sobre todo afectivo
Concha Velasco falleció este sábado 2 de diciembre, de madrugada, en el hospital Puerta de Hierro. Sus hijos, Paco y Manuel, hicieron llegar un comunicado a todos los medios con la triste noticia.
Familia, amigos, conocidos y gente anónima han querido brindar el último homenaje en el teatro La Latina, que fue propiedad de su colega y “hermana” Lina Morgan. Un lugar donde la actriz disfrutó de muchas noches de gloria.
Una de ellas fue con la obra ‘Filomena Marturana’, que siempre recordaba al sufrir un percance. Por una vez rompió una de sus normas, que consistía en no salir nunca al escenario sin el vestuario de la obra. Esa vez, el director se empeñó en que la rueda de prensa la hiciera de “civil” como ella definía el traje de calle. “Y pasó lo que tenía que pasar, que tuve un esguince”. Decía que no era supersticiosa, pero sí que tenía manías y que las mantenía a rajatabla.
Una de ellas era el horror que sentía a cuando se rompía un espejo. Daba igual que fuera el suyo o ajenos. El antídoto era el siguiente que ella misma contaba: “Ya sé que suena muy feo, pero tengo que exorcizar en el momento y hago pis encima. En una ocasión, en el Festival de San Sebastián, a una actriz se le cayó el espejito de la caja de maquillaje y cuando le conté lo que tenía que hacer me miró como si estuviera loca. Pero lo hice”.
A su camerino trasladaba una mesa, un biombo con una foto que le hizo José Luis Iborra, y sus estampas y rosarios que le regalaban sus seguidores. “Si tengo mis supersticiones, ¿cómo no voy a creer en Dios?”.
Tenía también un amuleto de la suerte que le acompañó toda su vida. Era un chal que le regaló Paco Valladares, su hermano del alma, y que desde el primer día se convirtió en la extensión de sus complementos. Una vez, cuando rodaba la serie ‘Herederos’, se extravió. “Lo tuve muy claro y hasta que no lo encontramos dije que no podía seguir grabando. Que no era bueno para mí, pero tampoco para el equipo”. Una vez que estuvo localizado y controlado volvió la normalidad.
Siempre fue muy querida en todos los trabajos. Se sabía el nombre de los profesionales que estaban detrás de las cámaras, de las sastras, de las maquilladoras. Una de las razones, además de su amabilidad, era que su hermano, que trabajaba como cámara, le había dicho. “Sé cariñosa porque siempre te van a sacar bien y te van a colocar donde haya mejor luz”. Nunca dejó de firmar un autógrafo, de tratar bien a los periodistas y a la gente que trabajaba con ella y reconocía que nunca la habían parado por la calle para decirle algún comentario feo.
Conchilita, que así la llamaba Martín Chirino, con el que siempre mantuvo una gran amistad, estuvo a punto de aceptar una beca para estudiar en Inglaterra. Finalmente no viajó al Reino Unido. Nunca se arrepintió de esa decisión y tampoco de algunos errores empresariales que aceptó porque eran propuestas de su marido, Paco Marsó. Fue el amor de su vida (uno de ellos, como le decía Paco Rabal) del que solo renegaba cuando le hacía trastadas o le organizaba timbas en casa. Más que nada porque no podía dormir y los rodajes comenzaban de madrugada. Hasta que se plantó.
Cuando la decían que tenía una memoria prodigiosa para retener los textos explicaba su técnica. Y reconocía que para ella era importantes mantener una disciplina porque enseguida buscaba excusas para no centrarse en el guion. “Cojo el teléfono, salgo por ahí, veo la tele y entonces no estudio. Y a los que empiezan les digo que es fundamental hacer codos. Me pongo en la mesita con la perra, que me muerde los pies. No estoy en bata, me arreglo porque me gusta verme bien. Y entonces comienzo a estudiar. Primero, escribo en un cuaderno. Esto lo hacía desde pequeña, cuando iba al colegio. Es una manera de mantener la disciplina, la de sentarme. Y una vez que está escrito empiezo a memorizar. Un guion es como la tabla de multiplicar. A papel sabido no hay actor malo”.
Y quizá la parte más importante de su vida eran sus hijos, su familia, donde hay artistas, pintores, pianistas. Estaban todos muy unidos. Una vez hasta fletaron un tren. “Nos gusta mucho reunirnos. Lo fomentó mi tía Carmina. Pasase lo que pasase en el mundo, nos juntamos una vez al año en un lugar que nos viniera bien a todos entre Valladolid y Madrid.”.
Concha deja un buen currículum profesional pero sobre todo afectivo entre toda la gente que la quería, que éramos muchos. Descanse en Paz.
Concha Velasco falleció este sábado 2 de diciembre, de madrugada, en el hospital Puerta de Hierro. Sus hijos, Paco y Manuel, hicieron llegar un comunicado a todos los medios con la triste noticia.
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