No siempre era verano para Luis Ortiz, el hombre sin oficio que logró vivir acomodado hasta el final
Sin una herencia familiar millonaria ni ocupación laboral relevante, dos son los nombres claves para entender el alto nivel de vida que logró llevar siempre Luis Ortiz
La Marbella dorada de los años 70 y 80 es una época irrepetible en la que brotaron personajes únicos. La estampa social de aquel entorno se impregnó de personalidades que fueron un imán para el mundo del corazón. Glamour, dinero, desenfreno y diversión afloraban, sin fin, en las noches marbellíes donde nombres como los de Jaime de Mora y Aragón, Gunilla von Bismarck o su marido, Luis Ortiz, entre muchos otros, alcanzaron gran notoriedad. En una España que renacía del franquismo, el españolito de a pie observaba con asombro y curiosidad la desenfadada vida de la jet set que parecía vivir a todo trapo en la Costa del Sol.
El pasado miércoles, 18 de septiembre, la rubia platino más afamada de esa Marbella, Gunilla, cambiaba sus vistosos y alegres estilismos por el luto para decir adiós al que fue el hombre de su vida, aún con divorcio de por medio: Luis Ortiz perdía la vida tras una larga enfermedad.
Con él, se ha ido una de las personas con más encanto de los que recuerdan todos los que vivieron de cerca aquella época, entre ellos, tres periodistas que lograron codearse con esa jet set, acudir a sus fiestas y compartir confidencias. Rosa Villacastín, Paloma Barrientos y Pilar Eyre lograron acercarse a ellos, ganarse su confianza y conocerlos.
Con el paso de los años, la figura de Luis Ortiz ha sido una de las que más intriga ha generado, mostrando siempre un estilo de vida al que pocos podían aspirar y que le hacía parecer un hombre que podía permitirse dedicar todo su tiempo a disfrutar de fiesta en fiesta, en los círculos más selectos, sin otros asuntos de los que preocuparse. Todo ello sin oficio conocido. ¿Cómo lo hacía? “Ese era uno de los grandes misterios de Marbella: de qué vivían, porque la familia de Gunilla era millonaria, pero no les ayudaban o al menos no mucho”.
Procedente de una familia de clase media alta, acomodada, pero no millonaria, Ortiz era hijo de Francisco Ortiz, cuyo oficio fue el de censor del Régimen en TVE. No caló el pensamiento del padre en el hijo, que si algo hizo, fue vivir sin censuras.
Sin una herencia familiar millonaria, dos son los nombres claves para entender el modo de vida acomodado que logró llevar siempre Luis Ortiz. Uno fue Yeyo Llagostera, compañero de colegio e hijo del médico Rogelio Llagostera, quien le dejó una herencia de 50 millones de dólares. El otro fue Gunilla.
Yeyo Llagostera y los Chorys
Con Yeyo Llagostera, el verdadero millonario del grupo, que se dedicó a dilapidar su fortuna con sus amigos, comenzaron las andanzas de Ortiz, viajando por medio mundo, y en Marbella, donde fueron la gran atracción de las noches marbellíes, con su grupo de música conocido como los Chorys, junto a Jorge Morán, hijo del actor Manolo Morán, y el especialista de cine Antonio Arribas. Eran jóvenes, atractivos, muy divertidos y poseían contactos en la alta sociedad. Todos querían a ‘Los Chorys’ en sus fiestas.
“Los que verdaderamente eran millonarios eran Yeyo Llagosteras y su mujer. Con él, los Chorys se dedicaron a recorrer el mundo: los Carnavales de Brasil, París, Nueva York… Y todo lo pagaba Yeyo”, cuenta Paloma Barrientos en Vanitatis. Añade que “la vida en Marbella hay que comprenderla poniéndonos en la época. Mucha gente que parecía muy adinerada, en realidad vivían de ‘chanchullos’, por decirlo de algún modo. Me refiero a que, por ejemplo, no tenían que pagar por acudir a las fiestas. Al revés, su presencia allí era un atractivo. En el caso de Luis Ortiz, ocurría lo mismo, incluso cuando se emparejó con Gunilla, el dinero lo tenía la familia de ella”.
Rosa Villacastín también pone en relevancia la figura de Yeyo: “Él era multimillonario. Su padre había logrado una fortuna mediante laboratorios farmacéuticos, y a Yeyo le llegaba el dinero en unas cantidades que, en aquella época, no era nadan frecuentes en gente tan joven como él. Cuando los Chorys se unieron, Yeyo era el que pagaba todo”.
Gunilla y una familia millonaria
Rosa Villacastín explica cómo moverse en según qué círculos, en aquella época, no costaba dinero: “En esos años ibas invitado a todo. No hacía falta ser millonario. En fiestas de altísimo nivel donde también acudían actores de Hollywood, Luis Ortiz y sus amigos eran invitados los primeros. Eran simpáticos y alegraban las fiestas. Es entonces cuando Luis conoce a Gunilla”.
Lo hace en 1971, en una de esas fiestas donde los Chorys eran los reyes del mambo. Los ojos de Luis Ortiz se cruzaron con los de Gunilla von Bismarck, bisnieta del canciller Otto von Bismarck, e hija del príncipe Otto Christian von Bismarck y Ann-Mari Tengbom.
Rosa Villacastín recuerda los inicios de la relación de Luis Urtiz y Gunilla: “Ella era espectacular. La primera vez que yo la vi en Marbella, en una fiesta de un italiano millonario, allá por el año 73 o 74, le pedí que me dejara tocarle una pierna para comprobar que era real. Yo no había visto unas piernas así en mi vida. Ella y Luis se enamoraron locamente. La hacía reír y se divertía mucho con él”.
Se casaron el 7 de octubre de 1978 en el castillo de Friedrichsruh, en Hamburgo, propiedad de la familia de la novia, y al enlace acudieron personalidades de la talla de los reyes Carlos Gustavo y Silvia de Suecia.
“La madre de Gunilla le daba dinero a su hija. Pero hubo un enfado, creo que con el hermano, y la madre cerró el grifo”, comenta Paloma Barrientos. Ortiz, tirando de su habitual sentido del humor, le decía a la periodista en esos momentos donde la economía no bullía: “Le voy a decir a mi suegra que como no tenemos mucho dinero, le han ofrecido un desnudo a Gunilla en Interviú y que ya lo estoy gestionando”.
“Yo estuve en su casita de Marbella a principios de los ochenta y era muy modestita, tenían tambores de jabón como papeleras, por ejemplo, y detalles de ese tipo”, comenta Pilar Eyre, que añade que “la ropa de ella era prestada y él iba siempre vestido igual. A los sitios los invitaban porque daban lustre, porque en esa época no se pagaban exclusivas”. Eyre puntualiza que ese momento económicamente complicado de la pareja “cambia cuando murieron los padres de Gunilla y esta heredó. Desde entonces viven a lo grande”. En este punto profundiza también Barrientos: “A partir de cuando muere la madre de Gunilla, Ann-Mari Tengbom, venden una finca inmensa que estaba al lado del Marbella Club, que era de un valor incalculable. A partir de ahí es cuando Gunilla y Luis Ortiz comienzan a vivir estupendamente bien y se compran una finca en la carretera de Istán, que llaman ‘Sagitario’. Ahí vivieron. Pero el grueso del dinero era de Gunilla, entre otras cosas porque su residencia fiscal la tenía en Mónaco y no pagaba impuestos”.
A pesar de la imagen de eternos vividores y fiesteros, tanto Paloma Barrientos como Villacastín aseguran que no era todo tan exagerado como podía parecer. La estampa que más brillaba era la de esas fiestas eternas de verano que trascendían a la prensa. Pero ni eran tantas, ni en invierno continuaba ese ritmo. “Luis Ortiz tenía una vida más o menos austera. Lo que hacía, sobre todo, era jugar al golf y al tenis”, aclara Barrientos.
Villacastín añade que “Gunilla nunca ha sido una gran derrochadora. No era una mujer que deseara llevar las últimas tendencias de las firmas más caras, ni lucir grandes joyas. Nunca la verás con joyas. No le gusta aparentar. Ha repetido trajes toda la vida. A las fiestas iba y va siempre invitada. La casa que se hicieron tras la muerte de su madre, tampoco es una gran mansión impresionante, como sí lo fue la de su madre. Se podría decir que han vivido muy muy bien pero no han vivido del lujo constante. Cuando Luis estaba bien de salud, sí viajaban, se iban a esquiar a Suiza, etc. Pero en Marbella hacían una vida de lo más familiar. En verano, en las fiestas, no gastaban nada. Eran guapos, jóvenes y divertidos y les invitaban a todas partes: en barcos, en viajes, en fincas… A todo acudían sin gastar un duro. Pero eso era una parcela pequeña de su día a día. La gente pensaba que estaban todo el día de fiesta en fiesta, porque las fotos que se les hacía salían en todas partes y se veían mucho. Pero el invierno en Marbella no tenía nada que ver con esos veranos. Ellos han vivido en su casa haciendo una vida muy familiar, sin mucha ostentación. Cuando se habla de jet set, la gente piensa que todos eran millonarios. Había muchos millonarios, claro, pero no era precisamente Luis Ortiz. Él iba a las fiestas de los millonarios, junto a su mujer. Ella sí tenía dinero”.
Gunilla y Luis Ortiz fueron inseparables. Ni el divorcio, llevado a cabo en 1989, pudo con ellos. De hecho, hay quienes aseguran que esto solo fue una estrategia fiscal para que Gunilla pudiera evitar, de una forma legal, pagar impuestos en España tras su herencia familiar. Juntos siguieron acudiendo a muchas fiestas. Juntos compartieron techo y vida familiar con su hijo Francisco y juntos han estado hasta los últimos días de la vida de Ortiz, a quien no le faltó nunca de nada hasta el final porque siempre se rodeó de personas más pudientes que él, que lo quisieron mucho y lo apoyaron económicamente. Porque a veces, la alegría de vivir de ciertas personas no se compensa ni con todo el oro del mundo.
La Marbella dorada de los años 70 y 80 es una época irrepetible en la que brotaron personajes únicos. La estampa social de aquel entorno se impregnó de personalidades que fueron un imán para el mundo del corazón. Glamour, dinero, desenfreno y diversión afloraban, sin fin, en las noches marbellíes donde nombres como los de Jaime de Mora y Aragón, Gunilla von Bismarck o su marido, Luis Ortiz, entre muchos otros, alcanzaron gran notoriedad. En una España que renacía del franquismo, el españolito de a pie observaba con asombro y curiosidad la desenfadada vida de la jet set que parecía vivir a todo trapo en la Costa del Sol.
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