El libro definitivo sobre José Luis Ozores: cine, pintura y el drama de sufrir esclerosis múltiple en los años 60
Con prólogo de Emilio Gutiérrez Caba, llega a las librerías un volumen sobre uno de los cómicos más queridos de la historia del cine español
En el prólogo de ‘El universo de José Luis Ozores’ (Ed. Notorious) y parafraseando a Antonio Machado, Emilio Gutiérrez Caba dice que los Ozores son “buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan. Y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”. Y José Luis fue, seguramente, el Ozores por el que más cariño sintió el público. Aun descansando bajo tierra desde hace más de medio siglo, pocos se olvidan de su talento.
El nuevo libro que celebra, de forma tardía (nació en 1922) pero eficiente, el talento de uno de los imprescindibles de nuestro cine, también nos da la que quizá sea la versión definitiva del origen de su apodo, ‘Peliche’. Al parecer, su madre tuvo bastante que ver en el mismo. “Doña Luisa, cada vez que interpelaba a su hijo, tras pronunciar su nombre emitía la típica interjección “ché”. Antonio (Ozores, claro), en su niñez, entre balbuceos e intentando imitar a su madre, no acertaba a pronunciar bien el nombre de su hermano, articulándolo como ‘pepeliche’. Fue a raíz de ahí como José Luis se quedó con el sobrenombre de Peliche”, dice Jaime Iglesias en el diccionario que acompaña el repaso a su filmografía.
Hijo de Mariano Ozores padre (el director que conocemos todos es su hijo) y de Luisa Puchol, también actores, llevó la profesión en la sangre desde el día que nació. Debutó en el cine en 1945 y enseguida se convirtió en uno de esos rostros con los que los espectadores se identificaron en películas como ‘Los ladrones somos gente honrada’ (1956) o ‘El tigre de Chamberí’ (1957). Pero si hubo un título que lo elevó ese fue ‘Recluta con niño’ (1955), donde interpretaba a un militar con hermano pequeño y trasto al que no sabe dónde meter. Una comedia blanca con ribetes de drama que apasionó a los españoles de la época y que, en cierto modo, anticipaba aquello del ‘cine con niño’ que había iniciado el año anterior ‘Marcelino pan y vino’ y que continuarían las películas de Marisol o Joselito.
Como bien decía su hermano Antonio, en José Luis se conjugaban el humor y la ternura, algo difícil de casar que solo consiguieron unos pocos como Chaplin o Giulietta Massina. El binomio que fue acentuado por sus personajes, casi siempre en el límite de la indefensión. Muchos de ellos eran perdedores simpáticos que lograban inmediatamente la empatía del que los veía. Casado con Concepción Muñoz en 1956, el actor tuvo tres hijos y solo uno de ellos, Adriana (que también participa en este nuevo libro dedicándole el epílogo a su progenitor) ha seguido los pasos familiares, dedicándose al mundo del espectáculo.
La enfermedad
Como muchos de los llamados cómicos, detrás de las risas hubo también llantos. Y estos tuvieron que ver con la enfermedad que acabó con su vida en 1968, la esclerosis múltiple. Si el diagnóstico y su tratamiento siguen siendo territorio complicado hoy día, en los años 60 era aún peor. Durante los rodajes de ‘Suspendido en sinvergüenza’ y ‘Sabían demasiado’, Ozores empezó a sufrir dificultades motrices que le llevaron a tener que rodar sentado la segunda de ellas. Ante las dudas, y después de ver a “once médicos españoles”, fue él mismo el que buscó información para concluir el diagnóstico. “Después de haber leído cuantas publicaciones especializadas en neurología y medicina han caído en mis manos, sé que tengo esclerosis múltiple, que no tiene contagio, transmisión o herencia. Que no tiene peligro de muerte pero que no se cura. En mi caso afecta al sistema nervioso central y tengo que andar agarrado a una persona para no perder el equilibrio. Tengo sensación de pies dormidos desde hace un par de años. Esto de mi enfermedad es una verdadera carrera contrarreloj entre los años que me queden de vida y el tiempo que tarde la ciencia en dar con el origen del mal”, declaró.
La enfermedad fue de dominio público e incluso dio para anécdotas impagables durante el régimen franquista. El gobierno soviético, antítesis absoluta de Franco, invitó al actor y a su esposa al Instituto Pávlov, con gastos pagados, para indagar en su mal. Pero también advirtieron a Ozores que su conocimiento de la enfermedad no era mucho mayor que el de la ciencia de otros países. Al final, José Luis y su mujer se quedaron en Madrid.
Los últimos años de vida fueron difíciles. Y no solo porque la esclerosis se cebó con él hasta llevárselo con apenas 45 años. Sino porque las visitas menguaron considerablemente los ingresos económicos. Solo la pintura, su verdadera pasión, y sus aficiones caseras lo mantuvieron con cierta cordura. En aquella época llegó a recibir ayuda de la SEAT o el Ayuntamiento de Madrid. La empresa automovilística le cedió un coche y el concejo le dio una licencia de taxi que se convirtió en una nueva forma de vivir para toda la familia. Lo explicaba la propia Adriana: “En aquellos años era muy raro que un padre estuviera siempre en casa. Su carácter borraba incluso las dificultades económicas, que eran muchas y muy grandes, porque cuando papá tuvo que dejar de trabajar nos quedamos silbando”.
También cuenta su hija que en los rodajes ‘Peliche’ solía comprar camisetas para todo el equipo o que bromeaba continuamente con su mujer. Y pese a esa alegría contagiosa, algunas de sus pinturas resultaban enormemente tristes, como si fuese sabedor de su final anticipado. Ozores recibió homenajes en vida y aún hoy se le ensalza y sigue siendo un recuerdo agridulce para los espectadores que han tenido la suerte de ver alguna de sus películas. Una filmografía llena de grandes títulos que lo convirtió en inmortal por encima de (permítannos la expresión) una putada tan grande como la EM.
En el prólogo de ‘El universo de José Luis Ozores’ (Ed. Notorious) y parafraseando a Antonio Machado, Emilio Gutiérrez Caba dice que los Ozores son “buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan. Y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”. Y José Luis fue, seguramente, el Ozores por el que más cariño sintió el público. Aun descansando bajo tierra desde hace más de medio siglo, pocos se olvidan de su talento.