El vestido de novia de la reina Sofía: una obra de arte intacta, 60 años después
En el Palacio Real de Aranjuez y con unas condiciones concretas de luz, humedad y temperatura, está expuesto el diseño con el que la princesa de Grecia dio el 'sí, quiero' a don Juan Carlos hace seis décadas
Un sol resplandeciente en Atenas y numerosos invitados de diferentes casas reales europeas fueron testigos aquel 14 de mayo de 1962 de cómo se desvelaba el secreto mejor guardado del día: el vestido de novia de Sofía de Grecia para su boda con el príncipe Juan Carlos de Borbón.
Su propietaria, radiante, lo lució primero en la iglesia de San Dionisio para dar el ‘sí, quiero’ a su prometido por el rito católico y después en la catedral de Santa María para hacerlo por el ortodoxo, la religión mayoritaria en el país. Una imagen, la del vestido durante aquella jornada, radicalmente diferente a la que produce el diseño hoy, sesenta años después, cuando sigue siendo considerado (y tratado) como una obra de arte.
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Este diseño, sencillo y sin grandes complicaciones, al menos a primera vista, fue el gran protagonista de una de las pocas bodas que en las últimas décadas ha unido a dos miembros de la realeza. Así que tan único es el vestido como el propio acontecimiento. Y lo bueno es que no podemos trasladarnos hasta el 1962 y vivir de nuevo el enlace de Juan Carlos y Sofía, pero sí podemos ir hasta al Palacio Real de Aranjuez para ver de cerca el atuendo de aquella tímida princesa griega y evocar en cierta forma la recordada jornada real. Aunque, como decíamos, es una imagen completamente diferente.
Porque del sol brillante de aquella mañana de mayo de 1962 pasamos a la casi completa oscuridad en el Museo de la Vida, la estancia del palacio donde se muestra y conserva el vestido de novia de la reina doña Sofía. Junto a él, el Pertegaz de la reina Letizia y los de las dos infantas, Elena y Cristina, el primero firmado por Petro Valverde y el segundo por Lorenzo Caprile.
Es sin duda la penumbra lo que más llama la atención al entrar en la sala. Tanto que hay que dar un poco de tiempo a que la vista se acostumbre. No se pueden abrir las ventanas para que entre la luz natural y es una tenue iluminación artificial la que acompaña a los visitantes. Los que coincidieron con la grabación del vídeo que ilustra este artículo -pocos, puesto que la sala se cerró al público y solo se abrió en los minutos finales- tuvieron suerte. Desde Patrimonio Nacional se facilitó al máximo nuestro trabajo y se añadió algo de luz extra para que este vestido no se viera tan oscuro como lo puede percibir el ojo humano en la estancia.
El hecho de que no se permitieran en ese momento las visitas también permitió que el silencio se adueñara de esta zona del Palacio de Aranjuez y que pudiéramos observar cada detalle de la tela, del encaje y del patrón sin nadie alrededor y sin ningún tipo de interferencias, nada más que la vitrina que lo protege, otro de los elementos indispensables para su conservación, junto con la peculiar iluminación.
Las características
“Confeccionado en lamé de plata, cubierto de tul. El frente del vestido está realizado en encaje de Bruselas. La cola, de cinco metros, sale de los hombros con un pliegue central tipo Watteau, adornada con el mismo encaje en los laterales. Se acompaña del velo nupcial de encaje que había lucido su madre, la Reina Federica de Grecia, sujeto por la diadema de diamantes estilo imperio, que había sido propiedad de su abuela Victoria Luisa de Prusia”. Es la descripción grabada en la placa que cuelga en la pared frente a él, y que tantas veces hemos leído en las diferentes crónicas que, desde hace sesenta años, hablan de la boda de Juan Carlos y Sofía.
Incluso podemos añadir algo más. Que fue una creación de Jean Dessès, que el tocado fue confeccionado por la sombrerera Paulette o que los zapatos, firmados por Roger Vivier, se realizaron en el mismo encaje del vestido. Pero cualquier descripción se queda corta al ver el diseño -vitrina mediante, claro-, de cerca. El encaje del vestido y los laterales de la cola tiene mil detalles imposibles de reproducir con las palabras, con hilos infinitos formando diferentes formas geométricas y florales. Se nota el trabajo artesanal, las incontables horas dedicadas a que este diseño, el que luciría la futura Reina de España, fuera perfecto.
Pero si hubo trabajo para que el 14 de mayo de 1962 Sofía de Grecia estuviera resplandeciente, también lo ha habido después para que los miles de visitantes que cada año pasean por esta oscura estancia del Palacio Real de Aranjuez lo vean intacto tras seis décadas de vida. El secreto lo tiene Lourdes de Luis, jefa del Servicio de Restauración de Patrimonio Nacional. El secreto o los secretos, mejor dicho, porque en concreto hay tres condiciones de climatología, humedad y luz que tienen que cumplirse: “Son piezas modernas y no es necesario que se efectúe ningún trabajo especial ni se añada ningún producto, pero siempre tiene que haber 20 grados de temperatura y un 50% de humedad relativa. Además, la luz deteriora mucho los colores -aunque en este caso son blancos- y tiene incidencia sobre las fibras textiles, por lo que no puede haber más de 50 luxes. Son exactamente las mismas condiciones que deben tener lienzos, tejidos antiguos, dibujos…”. Es decir, el mismo tratamiento que se da a una obra de arte.
Pero hay, además, otra clave para que tanto el vestido de novia de la reina Sofía como los de sus hijas y la actual Reina tengan esa apariencia majestuosa a través de las vitrinas donde se exponen. Los maniquís cubiertos con ellos no son unas figuras al uso, sino que están hechos a medida para esos vestidos. Son, como los propios diseños, piezas únicas que imitan el cuerpo de doña Sofía, la infanta Elena, la infanta Cristina y doña Letizia.
Gracias a esos peculiares modelos, a las condiciones de luz, humedad y temperatura y al trabajo de conservación de Patrimonio Nacional podemos ver hoy en día el vestido creado por Jean Dessès que sirvió a aquella tímida princesa de Grecia para dar el ‘sí, quiero’ al joven Juanito y sentir lo mismo que sintieron los miles de invitados presentes en el enlace, al contemplar aquella obra de arte, que permanece intacta seis décadas después.
Un sol resplandeciente en Atenas y numerosos invitados de diferentes casas reales europeas fueron testigos aquel 14 de mayo de 1962 de cómo se desvelaba el secreto mejor guardado del día: el vestido de novia de Sofía de Grecia para su boda con el príncipe Juan Carlos de Borbón.
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