Rosa Maria Sardà: unos últimos meses "muy difíciles" y una familia "devastada"
La madre de la actriz murió cuando ella era joven y se hizo cargo de la crianza de sus cuatro hermanos, uno de ellos fallecido de sida en 1988
Actriz, humorista, directora y hasta escritora, Rosa Maria Sardà deja huérfanos a sus hermanos pequeños y a su hijo, el también actor Pol Mainat. Porque desde pequeña ejerció de madre de Santi, Fede, Xavier y Joan (fallecido en 1988 víctima de sida), sus hermanos, y después lo hizo con Pol, fruto de su relación con Josep Maria Mainat, fundador de Gestmusic. No han sido unos últimos meses fáciles. La Sardà (así, en plan diva) se ha sometido a muchos tratamientos en los últimos tiempos y ninguno le ha servido para sobrevivir al cáncer que padecía. La dura travesía que ha sufrido la deprimió y le hizo poner en duda si debía seguir adelante. Lo cuentan desde su entorno, que este jueves la despedía en el tanatorio de Sancho de Ávila en Barcelona. Allí estaban Xavier Sardá con su hijo, su ex, Josep María Mainat o viejos amigos como Boris Izaguirre o Manuel Fuentes.
En su círculo dicen que ya “no tenía ganas de luchar” porque “era consciente de todo y con 78 años se le hacía muy duro”. Un triste final para una vida llena de tragedias, con unos últimos meses especialmente "difíciles", aseguran quienes la conocían.
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La muerte de su hermano fue una de las más importantes. "Enamorado de la vida. Enamorado de hombres y mujeres", escribió la actriz sobre Joan, "valentía de héroe ante la adversidad". Cuando murió el pequeño de los cinco Sardà no eran tiempos fáciles para los enfermos de sida, señalados tanto ellos como sus familias por la sociedad. Por eso fue sonada la esquela que publicaron en honor a Joan, en la que recordaban que el sida le había arrebatado la vida. Al parecer, no era el único valiente de la familia.
Nieta y sobrina de actores, cómicos al más puro estilo posguerra, a ella no le fue fácil empezar su carrera, que consiguió arrancar con 24 años. Su madre enfermó cuando eran jóvenes y Rosa Maria se ocupó de cuidar a sus hermanos, en especial a los pequeños, Joan y Xavier (conocido como Javier). “Nunca me ha soltado la mano”, ha dicho de ella su hermano Xavier, el más conocido de todos, “ni tan siquiera ahora”.
Hay que tener en cuenta, además, que Fede Sardà era muy amigo de Pau Donés, fallecido esta misma semana, con lo que el peso ha sido enorme. Fede es el promotor de la discoteca Luz de Gas, sala en la que Jarabe de Palo dio su último concierto, una emotiva sesión doble en la que Donés lo dio todo.
Pisito con literas
Se criaron en un pisito en el barrio obrero de Sant Andreu, y allí dormían en literas, apretados y unidos, como han seguido a lo largo de los años, como siguen ahora, hasta el final. La familia Sardà es una piña en estos momentos, y así han estado en las últimas semanas, cuando el final era ya inevitable. Ahora están todos “devastados” porque han perdido al pilar de sus vidas.
Hace unos meses, la actriz debutó como escritora con un libro íntimo, ‘Un incident sense importància’ (Edicions 62, 2019), un ejercicio de introspección inusual en alguien a quien le daba alergia hablar de sí misma, tímida y pudorosa como siempre fue. “Cuando lo escribí no sabía que estaría condenada a morir de cáncer. Pero la bestia sigue ahí, tengo un tratamiento nuevo, pero estoy muy muy cansada -contó a ‘El País’, hace pocos meses-. El año que viene [en referencia a este 2020] veré lo que hago con este tema… Quizás deje la medicación y que dure lo que dure, al final ya tengo 78 años”.
Gafas de sol
Uno de los gestos más característicos de sus últimos años fueron las gafas de sol, que no se quitaba, porque para ella era “como ir sin bragas”. Nunca fue una mujer feliz a la usanza, siempre orgullosa y muy suya y de los suyos, la Sardà solía decir que no le gustaba ser considerada la Carol Burnett de España, que hubiera preferido ser como Marilyn Monroe, que también era buena actriz, pero además guapa.
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Con su hijo mantenía una relación muy estrecha y fue precisamente él quien recogió el último premio que le fue entregado, un Gaudí de Honor por su trayectoria. Rosa Maria Sardà ya no estaba para fiestas. Tanto es así que ni siquiera iba al teatro, la pasión de su vida, la que le hizo formar parte del patrononato del Teatre Lliure, estandarte en el panorama cultural barcelonés. Pero lo decíamos, ya no salía ni para eso, no tenía ganas. Estaba, como ella mismo dijo, “muy muy cansada” y se aburría de todo.
Comprometida con causas casi perdidas, como la libertad del pueblo saharaui, en la que estaba muy implicada, el estado del mundo la hacía sufrir. Trump, Vox, las guerras, el declive de Latinoamérica y Cataluña, su amada Cataluña, un país que muchos querían arrebatarle en nombre de la política. Por eso se enfrentó a los independentistas y hasta devolvió la Creu de Sant Jordi que le había otorgado la Generalitat como máxima distinción posible. Lo hizo en un acto público, lo que le costó ser catalogada de enemiga de Cataluña. Ella, que fue la voz de tantos catalanes durante décadas. La Sardà, genio y figura, ha muerto a los 78 años. Era lo único, decía, que le quedaba por hacer.
Actriz, humorista, directora y hasta escritora, Rosa Maria Sardà deja huérfanos a sus hermanos pequeños y a su hijo, el también actor Pol Mainat. Porque desde pequeña ejerció de madre de Santi, Fede, Xavier y Joan (fallecido en 1988 víctima de sida), sus hermanos, y después lo hizo con Pol, fruto de su relación con Josep Maria Mainat, fundador de Gestmusic. No han sido unos últimos meses fáciles. La Sardà (así, en plan diva) se ha sometido a muchos tratamientos en los últimos tiempos y ninguno le ha servido para sobrevivir al cáncer que padecía. La dura travesía que ha sufrido la deprimió y le hizo poner en duda si debía seguir adelante. Lo cuentan desde su entorno, que este jueves la despedía en el tanatorio de Sancho de Ávila en Barcelona. Allí estaban Xavier Sardá con su hijo, su ex, Josep María Mainat o viejos amigos como Boris Izaguirre o Manuel Fuentes.