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El verano errante de Soraya, la princesa de los ojos tristes
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fue mujer del sah de persia

El verano errante de Soraya, la princesa de los ojos tristes

Repasamos la biografía de la segunda esposa del último sah de Irán. La emperatriz a la que repudió porque no le pudo dar descendencia

Foto: Soraya y el sah, en una imagen de 1958. (Getty)
Soraya y el sah, en una imagen de 1958. (Getty)

La mañana del 14 de marzo de 1958, una joven de felina mirada, resultado exótico del encuentro entre un noble de la tribu batjtiari de Irán y una alemana occidental, depositó en un banco de Ginebra las joyas de la corona que no adornarían más sus gracias. Era su alteza imperial la princesa Soraya, segunda esposa de Mohammad Reza Pahlaví. Durante esa misma jornada el sah iraní comunicó su divorcio de forma oficial. Su hermana gemela, Ashraf, conocida como la Pantera Negra y guardiana de las leyes de la dinastía, llevaba años exigiéndole un hijo varón. El consejo de sabios de la casa imperial se cansó de esperar.

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Desde su enlace, siete años antes, los soberanos llevaban intentando engendrar un heredero. De París a Nueva York, vía Moscú, habían visitado los mejores ginecólogos. Por todos fue declarada yerma la princesa. El sah, consciente de sus deberes y contrario a sus sentimientos, le dio a elegir entre ser repudiada o aceptar una nueva esposa (los musulmanes pueden tener hasta cuatro mujeres) de fertilidad certificada. Esta separación inspiró a Françoise Mallet-Jorris para escribir ‘Je veux pleurer comme Soraya’ ('Quiero llorar como Soraya'), que la cantante interpretaba con un tonillo más parecido a un maullido que a un sollozo. Luis Alberto del Paraná le declaró su amor en el temazo ‘Princesa Soraya’.

placeholder Soraya y el actor Richard Harris, en 1964. (Getty)
Soraya y el actor Richard Harris, en 1964. (Getty)

El titular ‘Soraya, princesa errante’, publicado en el número de abril del 'París Match', invitaba a leer el artículo que recogía los días de la exemperatriz a bordo del barco Constitution. Entretuvo la travesía a caballo entre la sala de cine y el bingo, donde ganó 33 dólares. Acompañada de su madre y su único hermano, se instaló en las Bermudas en una cabaña de tres habitaciones tras su paso por Nueva York rodeada de un centenar de fotógrafos.

Soraya se había bebido, más que ahogado, sus tristezas

En el número de julio de la cabecera francesa, Soraya Esfandiary-Bakhtiari reconocía haber olvidado al sah. Él confirmaba: “Todavía estoy enamorado de ella”. Pero Mohammad ya no le envía las sesenta rosas diarias que acostumbraba a remitir las mañanas que no habían yacido en el mismo catre la noche previa.

En St. Moritz, Aristóteles Onassis, Stavros Niarchos, Antenor Patiño y el barón Thyssen coincidieron en que la forma más elegante de superar la crisis dinástica hubiese sido renunciar al trono del Pavo Real como hizo Eduardo VIII por la mordaz Wallis Simpson. Todos ellos habrían acogido de buen grado a un segundo duque de Windsor y señora entre sus millonarios brazos las noches de asueto. Nada divierte más en lo alto de la pirámide estamental que encontrarse a la misma altura con el que un día la coronó. Perversiones de ricos.

placeholder Junto al sah, en una visita a Londres en   1955. (Getty)
Junto al sah, en una visita a Londres en 1955. (Getty)

Este selecto club se tuvo que contentar con rellenar la copa de Soraya, que antes de dar con sus huesos en el complejo alpino había hecho escala en Roma para encargar más de un centenar de vestidos a su diseñador favorito. El sah no la había dejado descalza. De este exclusivo grupo de 'machos alfa' de morro fino, formado por millonarios, nobles y actores, el primero en pretenderla fue el rey exiliado Faruk de Egipto. El poco agraciado monarca ya había recibido las calabazas de la actriz mexicana María Félix, a la que ofreció una tiara de oro a cambio de una noche de amor. Amor es un eufemismo.

Emperrada -más que dispuesta- a no vivir de la sopa boba, en 1965 protagonizó la película ‘I tre volti’ ('Tres perfiles de mujer') del director Franco Indovina, con el que comenzó una relación. El italiano es el único amor que reconoció haber conocido tras el del sah. Falleció el 5 de mayo de 1972 en un accidente de avión. Tenían planeado casarse. Dado el escaso éxito de la cinta (se llegó a decir que su exmarido se había ocupado de que destruyesen todas las copias), Soraya se dedicó al noble oficio del ‘dolce far niente’ por toda Europa, incluidas las ciudades españolas de Mallorca y Marbella. En su número 1.117, del año 66, '¡Hola!' titula en portada: ‘El sha confiesa: “Pienso mucho en Soraya”. Pero critica las ambiciones cinematográficas de la princesa’.

placeholder La princesa con el productor de cine Dino De Laurentiis en 1963. (Getty)
La princesa con el productor de cine Dino De Laurentiis en 1963. (Getty)

Tras la revolución que obligó al Sah a exiliarse el 16 de 1979, Jomeini publicó una lista de condenados a muerte en rebeldía, encabezada naturalmente por Mohammad y su esposa Farah Diba, en la que Soraya no aparecía. En sus memorias, ‘El palacio de las soledades’, la princesa elude elegantemente el tema, pero se llegó a publicar que no formaba parte de la enumeración porque había devuelto a Irán sus famosas gemas. Un pacto entre supervivientes.

Jomeini publicó una lista de condenados a muerte en la que aparecía el sha pero no Soraya

Según los cronistas de los años 60, Soraya tenía los labios de Ingrid Bergman, la silueta de Rita Hayworth y los ojos verdes de Gene Tierney. Atributos más que suficientes para ocupar las portadas de las revistas del chisme hasta el 26 de octubre de 2001, fatídico día en que la mujer de la limpieza se encontró a la bella Soraya muerta, sola, en su apartamento de París.

Los periodistas con ínfulas de poetas inventaron que era dueña de una mirada desconsolada –pasó a la historia como ‘la princesa de los ojos tristes’-, la misma mirada que recogía la fotografía que había enamorado al sah porque, como Enrique VIII, Mohammad había elegido esposa visionando un álbum de retratos. En sus últimos años, la mirada de Soraya no era triste, era achispada. Soraya se había bebido, más que ahogado, sus tristezas. Como dijo Lola Flores: el brillo de los ojos no se opera.

La mañana del 14 de marzo de 1958, una joven de felina mirada, resultado exótico del encuentro entre un noble de la tribu batjtiari de Irán y una alemana occidental, depositó en un banco de Ginebra las joyas de la corona que no adornarían más sus gracias. Era su alteza imperial la princesa Soraya, segunda esposa de Mohammad Reza Pahlaví. Durante esa misma jornada el sah iraní comunicó su divorcio de forma oficial. Su hermana gemela, Ashraf, conocida como la Pantera Negra y guardiana de las leyes de la dinastía, llevaba años exigiéndole un hijo varón. El consejo de sabios de la casa imperial se cansó de esperar.

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