El Agamenón, el crucero del amor de la realeza por el que pasaron Juan Carlos y Sofía
En 1954, la reina Federica de Grecia organizó un viaje en barco con el fin de que los jóvenes casaderos se conociesen y enrolasen en la aventura del matrimonio
Un viaje de placer y negocios. En 1954, la reina consorte de Grecia, Federica de Hannover -que nunca dio puntada sin hilo-, organizó un crucero por el mar Mediterráneo con dos fines: impulsar el turismo heleno para reactivar la economía nacional tras la guerra civil de 1941-46 y reforzar las relaciones (especialmente las amatorias) entre las casas reales de Europa después de que estas se resintiesen a causa de la creación de dos bandos durante la II Guerra Mundial. La caravana de ‘Lo que necesitas es amor’ con hélices.
El 22 de agosto (se cumplen ahora 65 años) zarpó de Venecia el barco Agamenón con un centenar de miembros de distintas familias reales a bordo. La horquilla de edad era amplia; la más longeva era la princesa Irene, que superaba los 80 años, y el más joven, el príncipe Jorge, de 13 años, ambos miembros de la familia del rey Pablo I, el linaje anfitrión.
Tanto los reyes en ejercicio (Grecia, Países Bajos, Luxemburgo…) como los que esperaban recuperar su trono en el banquillo (Rumanía, España, Italia…) lo hacían sonrientes; iban a gastos pagados. “Un aristócrata es realmente feliz cuando viaja gratis”, Coco Chanel.
Las andanzas de los reales turistas
Durante los 13 días que duró el viaje, los huéspedes del impresionante barco blanco visitaron Mykonos, Corfú (donde recogieron al exrey Humberto II de Saboya, que tenía prohibida la entrada en Italia), Santorini, Creta, Rodas, Salónica y el monte Olimpo. El tres de septiembre desembarcaron en Nápoles. Salvo Humberto, naturalmente, que tuvo que abandonar el Agamenón antes de que ‘pisase’ territorio italiano. En estas bajadas a tierra, los reales turistas recorrieron ruinas antiguas y ciudades, a veces a pie y otras en burro. El tour fue todo un éxito, aún hoy se sigue la ruta impulsada por Federica que, como el mitológico Agamenón, era resuelta y obstinada.
En alta mar se celebraron bailes con el fin de que los más jóvenes estrechasen lazos entre abrazos. La antesala de ‘Su media naranja’ a golpe de vals y foxtrot. El rey Juan Carlos I no sacó a bailar a la que una década después se convirtió en su esposa, la reina Sofía. Parecían tener poco en común estos dos jóvenes de 16 años. Él, tan extrovertido; ella, tan tímida.
En el libro de Pilar Urbano, la consorte emérita afirma que sí se fijó en Juanito, como se le conocía entonces. Dice de él que era simpatiquísimo, muy divertido y muy bromista. Incluso gamberro. Lo que se entiende por un tipo campechano. ‘Los de Barcelona’, como se llamaba a los hijos de don Juan y doña María de las Mercedes (condes de Barcelona), tenían más afinidad con las casas francesa e italiana.
Él, sin embargo, recuerda que la griega le confesó que estaba aprendiendo judo. Entre risas le espetó que le iba a servir de poco como princesa. La joven Sofía le pidió que le diese la mano y acto seguido lo tiró al suelo con una llave de judo. Su historia de amor se fraguó durante la boda en Londres de lady Katherine Worsley y el príncipe Eduardo de Windsor, duque de Kent, el 8 de junio de 1961. “Fue entonces cuando empezamos a sentir el tirón del atractivo”, confesó a Urbano la reina Sofía. Ya lo cantaba Camela, que de amores trágicos sabe un rato: “Cuando zarpa el amor, navega a ciegas es quien lleva el timón”.
Un viaje de placer y negocios. En 1954, la reina consorte de Grecia, Federica de Hannover -que nunca dio puntada sin hilo-, organizó un crucero por el mar Mediterráneo con dos fines: impulsar el turismo heleno para reactivar la economía nacional tras la guerra civil de 1941-46 y reforzar las relaciones (especialmente las amatorias) entre las casas reales de Europa después de que estas se resintiesen a causa de la creación de dos bandos durante la II Guerra Mundial. La caravana de ‘Lo que necesitas es amor’ con hélices.