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Don Juan Carlos, sus confidencias y "sus circunstancias"
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OPINIÓN

Don Juan Carlos, sus confidencias y "sus circunstancias"

Tanto la "ruptura" entre padre e hijo como las "presiones" para el exilio forzado del emérito son hechos constatados. Pero las quejas postreras de don Juan Carlos son solo notas a pie de página para la historia

Foto: Juan Carlos I y su hijo, el rey Felipe VI. (Reuters)
Juan Carlos I y su hijo, el rey Felipe VI. (Reuters)

A riesgo de ponerme pesada con la historia, no puedo por menos de citar a Isabel Burdiel, que en unas páginas impagables sobre el reinado de la última soberana reinante en España ('Isabel II. Una biografía', Taurus), recoge con rigor y con ironía la cínica y doliente correspondencia privada entre la joven monarca y su despechada madre, la exregente gobernadora María Cristina, desterrada a París por el régimen liberal de mediados del XIX.

La última esposa de Fernando VII, mujer de carácter, había creído que el parto de su regia hija - el que, tras la revolución del 68, sería Alfonso XII- era ocasión suficiente para regresar al país donde años atrás tanto hizo y deshizo -no solo en política sino, sobre todo, en materia de negocios- junto a su segundo marido, el ex novo duque de Riánsares, y su numerosa prole.

Sobre el papel, nada lo impedía. Las Cortes habían enterrado ya la investigación que apenas amenazó y planeó un tiempo sobre sus suculentas empresas y sobre el uso de la testamentaría de Fernando VII, y los políticos moderados a los que ella siempre había apoyado estaban entonces en el Gobierno.

placeholder La reina Isabel II.
La reina Isabel II.

Pero en aquella España decimonónica, constitucional pero militarizada y predemocrática, empezaba ya a existir el fenómeno de la opinión pública. Una opinión elitista, claro, hiperdirigida por las distintas facciones liberales, pero palpable en la calle, que había saldado a la poderosa predecesora de Isabel como un lastre para la Corona.

La joven soberana, teledirigida por su madre en sus primeros y vacilantes años, llegó a aprender bien los mecanismos de la supervivencia, antes de ser ella misma conducida al exilio. Y he aquí que la reina cogió pluma y papel para -ojo- felicitar a María Cristina por su santo y, a la postre, dejarnos una prueba de cínica realpolitik para siglos venideros. “…Tú sabes cuan grande es mi cariño por tí, tú podrás juzgar cuan grande sería mi alegría si en el día de tu Santo estuviera contigo, mi alegría sería inmensa como el poderte tener a mi lado y recibir tus cuidados cuando mi parto, tú conoces que esto no depende de mí y sí de las circunstancias, y ya que esto ahora no puede ser espero que más adelante tendré el placer de abrazarte, qué dichoso será para mí ese día…”.

Cuenta Burdiel que el avieso secretario privado de la exregente archivó aquella carta como la de “las circunstancias”.

Ignoro los términos en que transcurrió la felicitación -ahora confirmada por el Rey emérito- de Felipe VI a don Juan Carlos el pasado mes de enero. Pero no cuesta nada imaginarse una conversación parecida. Como parecida resultó la reacción, al cabo de tantas centurias.

placeholder El rey Juan Carlos, junto a Felipe VI. (EFE)
El rey Juan Carlos, junto a Felipe VI. (EFE)

Dos meses -y varios borradores- tardó María Cristina en contestar, airada, a su hija; al tiempo que sus amigos filtraban a la prensa más adepta de Madrid -'La Época'- la “extrañeza” y la imagen tan poco “favorable” que la decisión de Palacio estaba generando entre los “extranjeros”. Curiosamente, don Juan Carlos tardó apenas un mes más que su decimonónica ancestro en recibir a su biógrafa Laurence Debray -francesa- y volcar sus dolientes confidencias.

Foto: El rey emérito Juan Carlos I, en 2018. (Getty)

Ahora sí, tanto la "ruptura" entre padre e hijo como las "presiones" para el exilio forzado del emérito son hechos constatados. Pero las quejas postreras de don Juan Carlos son solo notas a pie de página para la historia. Lo importante es que el rey de la democracia -como volverá a ser reconocido pese a todo- no cede a la tentación de tomar ese “avión” que tiene al alcance de la mano y hace, como es de rigor en las monarquías, lo que (según el monarca y su gobierno) conviene a la Corona.

A riesgo de ponerme pesada con la historia, no puedo por menos de citar a Isabel Burdiel, que en unas páginas impagables sobre el reinado de la última soberana reinante en España ('Isabel II. Una biografía', Taurus), recoge con rigor y con ironía la cínica y doliente correspondencia privada entre la joven monarca y su despechada madre, la exregente gobernadora María Cristina, desterrada a París por el régimen liberal de mediados del XIX.

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