Windsor en llamas y horas de angustia de Isabel II: 30 años de la tragedia que marcó a la reina
"Impresionada", "triste" y "desolada", tal y como el príncipe Andrés confesó a la prensa más tarde, observó la reina Isabel II la catástrofe
La propia Isabel II lo confesó: 1992 fue un año para olvidar en la familia real británica. Las crisis matrimoniales de sus hijos estaban empañando la imagen de la monarquía a pasos agigantados. El escándalo estaba servido día sí y día no.
Al menos habría una fecha en aquel año que daría una tregua a la reina y le permitiría celebrar el amor, así como los recuerdos más entrañables de su relación matrimonial: el día del 45º aniversario de su boda con Felipe de Edimburgo, que tendría lugar el 20 de noviembre, hace hoy 30 años.
Pero ni siquiera aquel annus horribilis permitió a la pareja vivir con tranquilidad esta fecha tan señalada que les ofrecía un respiro de felicidad entre tanto drama. Lejos de ello, el 20 de noviembre de 1992 solo trajo preocupación y angustia a la monarca con un hecho ocurrido sin precedentes. Hablamos del famoso incendio que asoló el castillo de Windsor, construido en 1070 por orden del rey Guillermo I y residencia habitual de la familia real británica. El favorito de la reina, según los expertos en realeza.
En la capilla privada de la reina Victoria se estaban realizando unas reformas en aquel momento. Fue a las 11:37 horas cuando las alarmas de un incendio en esta zona del castillo se encendieron. En un principio se pensó en un cortocircuito debido a las obras como causante de una chispa que habría hecho prender con gran rapidez las cortinas cercanas al altar. Más tarde se pudo comprobar, según los informes posteriores de la investigación, que fue un foco colocado cerca de las largas telas el causante del desastre.
La presencia de madera en numerosas áreas del castillo y las grandes cortinas de St George’s Hall y otras estancias hicieron que las llamas se propagaran a gran velocidad. Más de cien espacios fueron devastados en aquel incendio que tardó 30 horas en ser apagado. Entre ellos, las cámaras de Estado, la torre del Rey Juan, la torre del príncipe de Gales y la torre de Chester.
El príncipe Andrés era el único miembro de la familia real que se encontraba presente en el castillo en aquel momento. Como decíamos, sus padres se habían marchado a su casa de campo para celebrar su aniversario de boda. El hijo de Isabel II, que no dudó en unirse al personal que se encontraba trabajando aquel día para poder rescatar todas las valiosas obras de arte posibles (se salvaron muchas, casi todas), fue el que avisó a la monarca, quien llegó a Windsor a las 14:00 horas.
“Impresionada”, “triste” y “desolada”, tal y como el príncipe Andrés confesó a la prensa más tarde, observó la reina Isabel II la catástrofe provocada, sobre todo en gran parte de la estructura del castillo. “De suceder por la noche, la destrucción habría sido completa”, afirmó el hermano del entonces príncipe Carlos de Inglaterra. Al menos, la mayoría de cuadros, muebles y antigüedades, de incalculable valor, pudieron ponerse a salvo a tiempo.
Tras el incendio, y una vez extinguido, otro problema surgió. Lo ocurrido abrió un agrio debate político y social sobre quién debía hacerse cargo de los gastos de la restauración, ya que el castillo no estaba asegurado. ¿Era el Estado, a través de los impuestos de los ciudadanos, o eran la reina y su familia quienes tenían que correr con la gran inversión?
Finalmente, se decidió que sería la Casa Real la que asumiría los gastos. Isabel II contrató al estudio de arquitectura Donald Insall Associates. Para pagar parte de la elevada cuantía del proyecto, la reina decidió abrir las puertas del palacio de Buckingham a los ciudadanos, cobrando entrada, durante los meses de verano, cuando ella se iba al castillo de Balmoral (Escocia) para disfrutar de sus vacaciones.
Finalmente, el proyecto de restauración se completó el 20 de noviembre de 1997, cinco años después de aquel 20 de noviembre de 1992 para olvidar, y costó 57 millones de euros.
"1992 no es un año en el que mire atrás con gusto”, afirmó Isabel II cuatro días después del incendio.
La propia Isabel II lo confesó: 1992 fue un año para olvidar en la familia real británica. Las crisis matrimoniales de sus hijos estaban empañando la imagen de la monarquía a pasos agigantados. El escándalo estaba servido día sí y día no.