Katharine Hepburn: el legado y los últimos días de la 'primera dama' de Hollywood
La actriz, que aún conserva el récord de 4 Oscar que ningún otro intérprete ha superado, falleció hace dos décadas llevándose consigo gran parte del encanto de la época dorada de Hollywood
El 29 de junio de 2003, nadie esperaba la noticia de la muerte de Katharine Hepburn. Y no porque la estrella no fuese lo suficientemente mayor (tenía 96 años), sino porque se había convertido en algo así como el inmarchitable símbolo del Hollywood clásico, o en la omnipresente ‘abuela del mundo’, como se autodefinió ella misma, que seguía apareciendo en documentales sobre su vida o en olvidables telefilmes. La primera mujer que llevó pantalones en el cine, mantuvo una relación de 25 años con Spencer Tracy o desafió las normas imperantes en un conservador Hollywood se apagaba para siempre.
Poco después de ese fallecimiento, el libro escrito por un periodista amigo suyo, Scott Berg, revelaba algunos de los secretos mejor guardados de la primera dama del cine norteamericano. La educada y elegante Kate, símbolo de un feminismo atípico y emblema de toda una época, le había pedido que publicase la biografía que fue escribiendo a lo largo de dos décadas una vez que ella hubiese muerto. Ella misma había publicado una autobiografía, singularmente titulada 'Yo misma', en la que daba cuenta de algunos episodios vitales y también opinaba sobre muchas de sus películas. "Spencer Tracy siempre me había parecido un actor maravilloso, pero cuando Garson dijo que estaría muy bien en ese papel, dije: 'Pues no lo sé. Me pregunto si funcionaríamos bien juntos. ¡Somos tan distintos!'. Garson explicó que cuando le dijo a Spencer Tracy que tenía un guion que sería estupendo para él y Katharine Hepburn, él respondió: '¿De veras... crees que podríamos trabajar juntos? Somos tan... tan diferentes", decía sobre 'La mujer del año', su primera cinta al lado de su amado Tracy, estrenada en 1942.
Cuando Joseph Leo Mankiewicz presentó a Kate y a Tracy antes de aquel rodaje, en los platós de la Metro Goldwyn Mayer, la actriz, siempre deslenguada y espontánea, dijo que le parecía más bajito de lo que pensaba. "No te preocupes, Kate, él te pondrá a su altura", le respondió el productor y director. Ese día se inició una relación personal y profesional (títulos como 'La costilla de Adán' o 'Mar de hierba' son hoy auténticos clásicos) que fue silenciada por una cómplice prensa rosa durante 25 años. El respeto que los plumillas tenían por ambos hizo impensable que se llegasen a publicar fotografías de un amor adúltero que solo se dejaba ver en la gran pantalla. La Hepburn encarnaba el ideal de feminista del noroeste de Estados Unidos y Tracy la doblegaba sin llegar a sofocar su espíritu igualitario.
Durante años, la Hepburn salvaguardó al actor de los demonios de su alcoholismo e incluso accedió a que su nombre fuese por debajo del de él en las películas que compartieron. ‘Adivina quién viene esta noche' no solo fue la última cinta que Tracy y Hepburn rodaron juntos, sino que también supuso el regreso de la actriz después de haber cuidado del actor. La Academia los acabó premiando a los dos con sendos Oscar. El lado triste de esta historia es que él falleció de cáncer sin ver terminada ‘Adivina quién viene esta noche’, un 10 de junio de 1967, a los 67 años. El dolor de Hepburn fue tan insoportable que jamás fue capaz de ver la película en los 35 años que le sobrevivió. En la década de los 80, cuando por fin se permitió hablar abiertamente de su relación con él, siempre tuvo claro que reivindicaría aquella pasión hasta su muerte. "He tenido suerte, he amado y he sido amada, ¿verdad, Spencer?", asegura delante de un busto suyo en un documental.
De 'La fiera de mi niña', una de las razones de que fuese considerada, a finales de los 30, 'veneno para la taquilla', la Hepburn habla en su libro de la relación con el dichoso leopardo que protagonizó la cinta junto a ella y a Cary Grant. "Yo no tenía cerebro suficiente como para que me asustara el leopardo, así que hice un montón de escenas con el bicho suelto por ahí. Olga Celeste, la domadora, empuñaba un gran látigo. Estábamos dentro de una jaula: Olga, el leopardo y yo. Nadie más. Teníamos la jaula para nosotras solas. La cámara y el sonido estaban disimulados en los agujeros de la cerca (...). La escena iba muy bien. Después me puse un vestido largo hasta la rodilla con pesos en el bajo de la falda cubiertos con piezas de metal, para que se balanceara graciosamente. Pero... un gran pero: di una vuelta rápida y el leopardo me saltó a la espalda. Olga tuvo que darle un latigazo en la cabeza. Este fue el final de mi libertad con el leopardo", recordaba.
En su libro, Berg repasa estos títulos de forma tangencial e incide en lo que ya es historia del siglo XX: su romance imposible con un Spencer Tracy alcohólico y casado con una católica de la que no podía separarse; la etiqueta de ‘veneno para la taquilla’ tras protagonizar, a finales de los 30, descalabros comerciales, que no artísticos, como la misma 'La fiera de mi niña' o 'Holiday', o su elegancia patricia en clásicos de la talla de 'Historias de Filadelfia' o 'La reina de África'.
El escritor y periodista también pasaba en su obra por esos episodios vitales y artísticos que ya conocía todo el mundo, pero la fuerza del libro radicaba en su amistad con una Hepburn anciana que era todo lo contrario a aquella Norma Desmond ficticia pendiente de sus viejas glorias.
La actriz solía trasladarse cada fin de semana desde Nueva York al rural Fenwick, a la que había sido residencia familiar de infancia, y se vanagloriaba de vivir el ‘ahora’ a pesar de que no tuviese ningún problema en hablar de sus éxitos y fracasos, e incluso reconociese que al principio de su carrera era “una egoísta que solo quería triunfar”. Tenía amigos sorprendentes: cierta noche invitó a Michael Jackson a una cena y este no conseguía mencionar una sola película de Hepburn que le gustase. Cuando finalmente exclamó 'Capitanes intrépidos' (protagonizada por un Spencer Tracy que ni siquiera había conocido aún a la actriz cuando rodó la cinta en 1937), ni ella ni Berg supieron qué cara poner.
Kate también tenía manías que delataban que, durante toda su vida, había hecho, literalmente, lo que le había dado la gana. Aseguraba, por ejemplo, que las uvas cortadas en vertical sabían mejor que si se cortaban en horizontal y madrugaba religiosamente para irse a nadar al muelle a pesar de su edad. Cuando en 1999 el American Film Institute la eligió la actriz más importante de la historia, apenas se enteró. Su actividad había mermado y ella, que había sido una deportista toda su vida y había dado lecciones de vitalidad, apenas podía moverse de su silla.
Sin embargo, había cosas de las que sí se enteraba. Un día, a raíz de los asesinatos de Columbine, su familia charlaba en el salón de su casa acerca del suicidio del hermano de Kate cuando este tenía apenas 14 años (fue la actriz la que se lo encontró ahorcado). Creían que Hepburn ya no escuchaba nada, pero, de repente y para sorpresa de todos, aparecieron dos lágrimas sobre las avejentadas mejillas de la actriz.
En junio de 2003, hace ahora veinte años, la mujer que aseguró que el secreto del éxito no reside en dar siempre a los demás lo que quieren de ti, se rindió tras una vida de lucha. Su sobrina dijo hace pocos años que su tía no habría soportado el ritmo trepidante del siglo XXI, poniendo como ejemplo los enormes controles de seguridad que se viven hoy en los aeropuertos. Llevaba razón. Con Katharine Hepburn el siglo XX murió un poco más, y con ella, toda una forma de entender el cine y la vida que ya son de otro tiempo.
El 29 de junio de 2003, nadie esperaba la noticia de la muerte de Katharine Hepburn. Y no porque la estrella no fuese lo suficientemente mayor (tenía 96 años), sino porque se había convertido en algo así como el inmarchitable símbolo del Hollywood clásico, o en la omnipresente ‘abuela del mundo’, como se autodefinió ella misma, que seguía apareciendo en documentales sobre su vida o en olvidables telefilmes. La primera mujer que llevó pantalones en el cine, mantuvo una relación de 25 años con Spencer Tracy o desafió las normas imperantes en un conservador Hollywood se apagaba para siempre.