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Por qué aplaudimos el triunfo de lo vulgar
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Por qué aplaudimos el triunfo de lo vulgar

¿Cómo hemos terminado amando la lycra, los colores flúor y las uñas kilométricas? Analizamos el fenómeno.

Foto: Nicki Minaj en una imagen de archivo.
Nicki Minaj en una imagen de archivo.

La lycra, los colores ácidos, las uñas con aplicaciones imposibles y las sombras en tonalidades flúor son tan solo algunas de las claves que definen las tendencias actuales, esas que hace años tildábamos sin ningún pudor como chonis y chabacanas. Nos imaginamos a Anna Wintour mirando los editoriales de moda de su revista mientras se ríe para sus adentros al comprobar que ha conseguido que todas nos vistamos como si estuviéramos en un videoclip de Jennifer Lopez. Todo ello, por supuesto, enfundada en un vestido de Chanel, parapetada por sus gafas de la firma francesa y sorbiendo su café Starbucks.

El primer responsable del boom de lo choni no es otro que el athleisure, que ha hecho que el chándal no solo se escape del gimnasio, sino que se combine sin temblar con tacones. Mucho nos reímos de Isabel Pantoja, icono cañí, cuando apareció con sus taconcitos y su chándal, pero ahora no recordamos que fue ella quien se atrevió con esta insospechada mezcla que hoy está a la orden del día.

Hemos mezclado lo que se consideraba más ordinario de los 90 y de los 2000 para meterlo en una batidora cuyo smoothie resultante no hace más que recordarnos que la moda es cíclica y que lo que un día es horrible, al día siguiente puede ser maravilloso. Como las tendencias cada vez se suceden con más velocidad, ahora recordamos que lo que nos estamos poniendo era hace años terrible, siendo a su vez conscientes de que en un año lo que era terrible podrá estar de nuevo de moda. Lo choni ha sido utilizado por las marcas para conseguir titulares, algo muy complicado en una actualidad en la que hacer ruido es cada vez más difícil, pues nos encontramos en un momento en el que todo el mundo grita. Los ejemplos chonis de Gucci y Balenciaga se ven acompañados de Burberry, que recupera la mítica gorra de cuadros que fue retirada en el año 2004 por asociarse con los hooligans y chonis.

placeholder Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

“La mayoría de la gente no se consideraría a sí misma vulgar. Los vulgares son siempre los demás. Cuando alguien se viste de forma vulgar a propósito, empleando la moda, es una forma de disfraz, un intento de imaginarse siendo otra persona. Si hablamos en términos de estudios culturales, la vulgaridad es una forma de apropiación cultural”, explica Jana Melkumova-Reynolds, investigadora de cultura, moda e industrias creativas a ‘Highs Nobiety’.

Por supuesto, le debemos esa oda a lo choni al pop y al amor por las curvas de Nicki Minaj y las Kardashian. Ellas han logrado que el nail art sea trendy y que los vestidos con escotes imposibles y siluetas stretch sean alabadas. Pero ¿por qué hemos aceptado estas tendencias? Quizás porque son un 'guilty pleasure', el equivalente a disfrutar de una película de serie B. Nos sentimos más libres y nos apropiamos del insulto y de la diferencia.

Lo choni puede o no gustarnos, pero quizás nos hace sentirnos liberados de ataduras y de esa mirada por encima del hombro del posh que observa al nuevo rico con desconfianza y que mira ese 2.55 de la vecina con desconcierto, como si el lujo estuviera reservado solo a la clase alta. No hay que olvidar que lo choni está de moda cuando las firmas de lujo apuestan por él y obligan al que se viste de esta forma a gastarse una fortuna para parecer de barrio. Por ello, lo choni no es hoy un gesto natural, sino una reinterpretación de las marcas a través de sus propios parámetros.

Hace años, no podíamos evitar mirar a la que llevaba un bolso logomaníaco con cierta ironía. Sin embargo, hoy elevamos el logo a la máxima potencia como un símbolo de ostentación quizás no económica, sino de libertad.

La lycra, los colores ácidos, las uñas con aplicaciones imposibles y las sombras en tonalidades flúor son tan solo algunas de las claves que definen las tendencias actuales, esas que hace años tildábamos sin ningún pudor como chonis y chabacanas. Nos imaginamos a Anna Wintour mirando los editoriales de moda de su revista mientras se ríe para sus adentros al comprobar que ha conseguido que todas nos vistamos como si estuviéramos en un videoclip de Jennifer Lopez. Todo ello, por supuesto, enfundada en un vestido de Chanel, parapetada por sus gafas de la firma francesa y sorbiendo su café Starbucks.

Isabel Pantoja
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