Verónica Forqué, la niña de ojos bonitos de un director que no quiso que fuese actriz
Icono de la comedia, José María Forqué desaprobó el entusiasmo de su hija por la actuación. Con los años, se convirtió en el mayor fan de la intérprete
“Quizá lo mejor que he hecho”. Esas fueron las palabras que José María Forqué dedicó a su hija al recoger el Goya de Honor que tanto se le había resistido en 1994. Faltaban unos meses para su muerte y dos años para que se crease el premio que lleva su nombre. Verónica Forqué escuchó la frase sobre el escenario, orgullosa y con las lágrimas brotándole de los ojos al lado de Luis García Berlanga, también encargado de darle el premio a su padre. Un padre que no era un padre cualquiera, sino uno de los bastiones del cine español, como también lo acabó siendo su propia hija. Para entonces, Verónica Forqué ya era una de las musas de la comedia de los 80 y una chica Almodóvar con denominación de origen. Aunque Sabina no la mencione en la famosa canción en la que repasa a las actrices que dieron su nombre y su talento al cine de nuestro manchego más universal, con permiso de Don Quijote.
Cuando Verónica nació, en 1955, su padre ya se dedicaba en cuerpo y alma al cine. Al ilustre José María le gustaba advertir a su niña “de ojos bonitos” que en aquel mundo de cámaras, cables y amantes del disfraz había “mucho sinvergüenza”. Por nada del mundo quería que ella fuese actriz. El director, también guionista y casado con la actriz y dramaturga Carmen Vázquez-Vigo, le prometió a su hija que algún día le daría alguna frase en alguna de sus películas. Pero siempre era mentira. Cada vez que finalizaba un nuevo rodaje, la niña se frustraba porque su presencia en los rodajes era, simplemente, para acompañar a papá. “Me engañaba”, decía ella misma hace años, durante una entrevista para La Tuerka con Pablo Iglesias. En la misma entrevista, Forqué hija recordaba cómo un amigo de su padre le dijo un día: “Pero tú con esos ojos querrás ser actriz”. Forqué padre le cortó en seco: “No, porque lo haría muy mal”, replicó.
Aquella niña se convirtió en una adolescente de 17 años que, una vez finalizado el COU a principios de los 70, se fue con su madre a la Escuela de Arte Dramático. Su objetivo era hacer una prueba e ingresar en la institución. El personaje que tenía que encarnar era el de la Blanche Dubois de ‘Un tranvía llamado deseo’. El monólogo, baste decirlo, estaba censurado como mandaba el franquismo. Pese a aquella prueba y a que comenzó a dar clases, su padre siguió empeñado en alejarla de la profesión. Dado que quería que estudiase una carrera, la joven Verónica, lectora de Freud, intentó complacerlo matriculándose en Psicología.
Paradójicamente, fue su madre la que más apoyó sus ansias de ser actriz y también la que inspiró aquello de la Psicología. Los libros de yoga que Carmen Vázquez-Vigo había traído de su Argentina natal, a principios de los 40, inspiraron a la joven Verónica y la convirtieron en una adicta a lo espiritual de por vida. “Mi madre me dijo, cuando tenía 20 años, que había un sitio en Madrid donde enseñaban la meditación trascendental, que es como el yoga, pero el yoga mental. Y nos fuimos las dos y nos iniciaron en la meditación. Yo salí de allí como si me hubiera fumado un porro, pero no me lo había fumado”, contaba ella con su habitual tono naif.
Pero la Psicología universitaria le aburría y las clases de Arte Dramático, además de divertirle mucho más, le proporcionaron el primer noviete de su juventud. Dos razones más que suficientes para dar carpetazo a Freud, al psicoanálisis y a todas aquellas clases que le parecían soporíferas. Verónica Forqué empezó a dar sus primeros pasos profesionales en el cine en plena Transición, justo cuando su progenitor tuvo que reinventarse. Fundador de su propia productora, José María Forqué tuvo que pasar por el peaje del destape para sobrevivir. Y lo hizo dignamente, con películas como ‘Juegos de alcoba’ (1974) y otras tantas en las que la picardía erótica era el ingrediente funtamental. Tras ser reacio a la profesión soñada de su hija, el director de la icónica ‘Atraco a las tres’ se convirtió en el mayor fan de su talento. Por entonces, Verónica ya destacaba con su peculiar voz y un olfato especial para la comedia. “De repente no había para él actriz más guapa y más lista”, contaba ella.
Así fue como José María Forqué la contrató para una película suya, una de esas ‘alimenticias’ que no le gustaban demasiado. Se titulaba ‘Madrid, costa Fleming’. Años después, la joven Verónica también trabajó junto a él en una serie sobre Ramón y Cajal. Al fin y al cabo, Forqué padre y Forqué hija compartían la misma pasión por el audiovisual. Sin embargo, Verónica Forqué siempre se sintió en una “intrusa” en la gran pantalla, que no acabó de enamorarla hasta los años 80. Fue en esa década cuando llegó su prostituta locuaz de ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, primera colaboración con Almodóvar. También cuando encarnó aquellos personajes vivaces para Fernando Colomo en ‘Bajarse al moro’ o ‘La vida alegre’, por la que consiguió su primer Goya como actriz protagonista.
Los amantes de los datos y las estadísticas recordarán siempre que fue la actriz con mayor número de Goyas, empatada con Carmen Maura. Además de ‘La vida alegre’, también los ganó por ‘El año de las luces’ (1986), ‘Moros y cristianos’ (1987) y ‘Kika’ (1995), la más irreverente, criticada y gamberra de las películas de Pedro Almodóvar.
La televisión también fue una muestra de su talento. Su Pepa en la icónica ‘Pepa y Pepe’, con ese sujetador que no dejaba de recolocarse mientras freía croquetas; con esa sonrisa torcida mientras compartía los dramas adolescentes de sus hijas, unas extraordinarias María Adánez y Silvia Abascal, es una obra maestra de la comedia. Aquella sitcom obrera era una producción de Bombón Helado SL, productora fundada en 1994 por ella y su marido, Manuel Iborra. Con él se casó en 1981, tuvo a su hija María, y formó tándem personal y profesional hasta que se separaron en 2014. La película ‘El tiempo de la felicidad’, rodada en 1997 prácticamente por el mismo equipo de ‘Pepa y Pepe’ (Adánez y Abascal volvían a ser sus hijas), fue la otra gema de ese binomio tan especial.
José María Forqué no vivió para ver aquella película pero sí para comprobar cómo su niña triunfaba como una de las grandes del cine, el teatro y la televisión. El director, reconocido como uno de los grandes de la comedia española, murió de cáncer hepático un 17 de marzo del 95, cuando ‘Pepa y Pepe’ lograba audiencias de hasta 6 millones de telespectadores cada lunes por la noche en Televisión Española.
El hermano de Verónica, Álvaro, también director de cine, murió en la Nochevieja de 2014. “Se fumó un porro y se murió”, dijo ella en una entrevista con María Teresa Campos, convirtiéndose en carne de meme. Su madre Carmen, una mujer “muy de izquierdas”, como ella misma la definía, se fue el 21 de marzo de 2018. Y desde entonces, la actriz nunca ocultó que arrastraba depresiones y que a veces no podía más. Este lunes, y con hipótesis de suicidio como causa principal de la muerte, Verónica Forqué ha bajado el telón para siempre a los 66 años. Quizá se ha ido sin ser del todo consciente de que su sonrisa, su voz peculiar y los ojos bonitos que tanto admiró su padre han hecho felices a millones de personas en nuestro país.
“Quizá lo mejor que he hecho”. Esas fueron las palabras que José María Forqué dedicó a su hija al recoger el Goya de Honor que tanto se le había resistido en 1994. Faltaban unos meses para su muerte y dos años para que se crease el premio que lleva su nombre. Verónica Forqué escuchó la frase sobre el escenario, orgullosa y con las lágrimas brotándole de los ojos al lado de Luis García Berlanga, también encargado de darle el premio a su padre. Un padre que no era un padre cualquiera, sino uno de los bastiones del cine español, como también lo acabó siendo su propia hija. Para entonces, Verónica Forqué ya era una de las musas de la comedia de los 80 y una chica Almodóvar con denominación de origen. Aunque Sabina no la mencione en la famosa canción en la que repasa a las actrices que dieron su nombre y su talento al cine de nuestro manchego más universal, con permiso de Don Quijote.