Conchita Spínola y el Litri, una historia de amor singular que ha traspasado el tiempo
Un mes después de su muerte, recordamos una historia de amor que comenzó en la playa, cuando ella era apenas una cría y él un torero ya muy conocido. Litri dejó los toros cuando Conchita se lo pidió
Era una adolescente de 15 años, casi una niña que jugaba a hacer castillos en la orilla de la playa, en Huelva. Miguel paseaba contemplando el horizonte, iba embelesado hasta que sin querer tropezó con un fortín de arena que dejó desdibujado bajo sus pies. Ella, Conchita, se creció como los toros bravos en la suerte de varas y, sin disimular el enojo, le soltó un rapapolvo que dejó al diestro azorado. El Litri había cumplido los 35, estaba soltero, pero aquel día supo que no por mucho tiempo más. Tres años después, cuando ella tuvo los 18, se casaban en el monasterio de la Virgen de Guadalupe.
Era 1967, aquella temporada Miguel Báez Espuny decidió apartarse de los ruedos: “Me retiré del toreo porque me enamoré. Encontré al amor de mi vida, mi mujer, y jamás me he arrepentido”, reconocía ya un veterano Litri en una entrevista.
Conchita, una niña bien, familia del marqués de Mondéjar y con ancestros descendientes del cardenal Spínola, enamoró al torero de Gandía desde el momento en que este la miró a los ojos. Ella lo reconoció en aquel encuentro fortuito, pero no se le aceleró el pulso. Sin embargo, Miguel supo cortejarla, quererla y esperarla. Tuvieron tres hijos: Miriam, Rocío y Miki, también matador de toros.
Conchita jamás acudió a una plaza a ver a su marido torear; tampoco lo hizo para ver a su hijo Miguel. Ella prefería aguardar rezando, con la mirada puesta en el teléfono, esperando esa llamada que le dijera que todo había ido bien. Como aquella tarde cuando, diecisiete años después de que Litri padre hubiera colgado el traje de luces, este quiso reaparecer para reinaugurar la plaza onubense de La Merced, coso que el diestro consideraba “su casa”; o como cuando su marido dio la alternativa a su hijo Miguel Báez Spínola, en Nimes (Francia), junto a Rafa Camino, apadrinado también por su padre, el gran Paco Camino. Fue el año 1987. Nunca más volvió a vestirse de luces.
Miguel y Conchita fueron un matrimonio respetuoso; la diferencia de edad no les distanciaba, aunque tenían gustos por estilos de vida diferentes, siempre supieron complementarse. El Litri tenía querencia por el campo, estar en su finca de Peñalosa, en Escacena del Campo (Huelva). Allí disfrutaba recibiendo a sus amigos; las paellas que hacía eran célebres, por lo sabrosas y el esmero que ponía al prepararlas: se plantaba el mandil y, sin prisas, a fuego lento, iba añadiendo ingredientes. El resultado, para repetir, inevitablemente. Por su parte, Conchita prefería la urbe: Madrid, Sevilla, Huelva. Mujer elegante, bella, discreta. Siempre risueña. Residía la mayor parte del año en su casa de Madrid, donde su marido murió solo dos semanas antes que ella, el pasado 18 de mayo, tras una larga enfermedad que lo tenía prácticamente retirado de la vida social.
El Litri no era de beber, sí de buen comer; en las sobremesas era un privilegio escucharle contar anécdotas; eso sí, siempre mesurado. Es sabido que no quería que su hijo Miki fuera torero; de hecho, insistió lo suyo para que estudiara, para que fuera a la universidad, pero no lo convenció. Tampoco su abuela materna lo logró; se cuenta que la anciana señora llegó a poner en sus manos un cheque en blanco con el propósito de persuadir a su nieto para que se le quitara de la cabeza la idea de torear. Miki lo rechazó.
Con el tiempo, gracias a lo que fue capaz de ganar por méritos propios en los ruedos, Miguel hijo compró la finca de Los Guateles, en Cáceres, donde entre otros eventos familiares celebró los bautizos de sus tres hijos -Olimpia, Miguel y Atalanta- fruto de su primer matrimonio con Carolina Adriana Herrera. El pasado 14 de mayo se casaba en segundas nupcias, en esta ocasión lo hacía con la historiadora sevillana Casilda Ybarra, tras una relación de más de dos años.
Actualmente, el patrimonio de los Litri reúne, entre otros bienes, distintos activos, como la casa de la calle Rico, en el centro de Huelva. La vivienda, unifamiliar, fue construida en los años 20 del siglo pasado; Litri padre la compró en 1950. Hoy es uno de los establecimientos de moda de la capital onubense, ya que en sus bajos se ha abierto un bar de copas-cafetería, cuyo nombre, Gilda, se lo debe a la película protagonizada por la actriz Rita Hayworth, quien visitó la casa invitada por el Litri, en 1952, quedando fascinada. Aún no había nacido la que iba a ser la mujer de su vida, la madre de sus tres hijos: Conchita Spínola.
Los restos mortales de Conchita descansan desde el pasado 8 de junio en Azuaga (Badajoz); donde, tras fallecer de forma repentina el día anterior, fue enterrada en el panteón familiar de los Spínola junto a su padre, en una ceremonia que sus hijos y allegados quisieron que fuera de carácter íntimo. La madre del Litri nació en esta localidad pacense, donde el linaje de los Spínola, procedente de tierras genovesas, se cruzó con apellidos como los Cárdenas, Carrascal y Ponce de León, entre otros.
En el árbol genealógico de la familia figuran seis santos, un Papa electo, veintitrés cardenales (príncipes de la Iglesia) y 137 príncipes soberanos. Estos datos los recoge en su libro 'Familia Spínola' el historiador y economista José Antonio Spínola y González-Cocho, obra elogiada en su día por quien fuera presidente de la Real Academia de Historia, Gonzalo Anes.
No sabemos, sinceramente, si el Litri padre llegó a tener conocimiento de la alta alcurnia de la que procedía Conchita; estuviera o no al tanto de ello, Miguel fue hombre seducido y rendido al amor de su mujer, desde el primer momento en que la vio. Entre sus muestras de amor, cuentan que adquirió la ganadería de Concha y Sierra, solo por coincidir las iniciales de la divisa con las del nombre y el apellido de su esposa.
Era una adolescente de 15 años, casi una niña que jugaba a hacer castillos en la orilla de la playa, en Huelva. Miguel paseaba contemplando el horizonte, iba embelesado hasta que sin querer tropezó con un fortín de arena que dejó desdibujado bajo sus pies. Ella, Conchita, se creció como los toros bravos en la suerte de varas y, sin disimular el enojo, le soltó un rapapolvo que dejó al diestro azorado. El Litri había cumplido los 35, estaba soltero, pero aquel día supo que no por mucho tiempo más. Tres años después, cuando ella tuvo los 18, se casaban en el monasterio de la Virgen de Guadalupe.