Isabel Ordaz habla por primera vez de su cáncer: "La enfermedad es un estigma en esta sociedad"
La actriz, conocida por series legendarias como 'Aquí no hay quien viva' o 'Pepa y Pepe', es también una consumada escritora. En 'La vida en otra parte', relata su experiencia con la enfermedad
Que Isabel Ordaz es una mujer de letras es algo que se percibe en cuanto uno cruza el primer saludo con ella vía telefónica. Maestra de la palabra y autora de varios poemarios; escritora a la par que actriz, su libro 'La vida en otra parte' sirve de ejemplo de lo injusto que sería reducirla a un personaje, la Yerbas, que ya es historia de la televisión. Lo es gracias a las mil y una reposiciones de 'Aquí no hay quien viva', esa comedia berlanguiana, coral, cínica y despiadada que ha dado la vuelta al mundo.
La actriz se enfrentó a "seis letras canallas y un acento" en un diagnóstico médico hace cinco años: la palabra 'cáncer'. Y desde el impacto de ese comunicado del médico (tenía cáncer de colon), el mismo que viven millones de personas cada día, decidió ponerse a escribir. El resultado es una obra poética, dura y sin paños calientes, sobre esa maldita enfermedad, sobre los pensamientos que conlleva y lo mucho o lo poco que cambian el mundo y la rutina cuando aparece. Pero sin caer en lo fácil; sin necesidad de cavar en el foso de la autoayuda, la autocompasión o lo simplista.
Lírico, lleno de referentes que van de la amargura de Virginia Woolf a aquellas películas de su infancia en las que John Wayne daba caza a unos incautos indios, esta 'vida en otra parte' que Isabel Ordaz comparte con los lectores es la de la sensación de lo que es tener cáncer sin dar lecciones ni pretender convertirse en ejemplo de nada.
Así nos lo cuenta en una entrevista en la que saca a relucir esa pasión por la literatura y el arte, el recuerdo de cómo enfrentó las pruebas de su enfermedad y lo que siente hoy, un lustro después de ver la muerte cara a cara y de haberla esquivado.
P. Hablas de aciaga primavera en esa estación cuando cuando te diagnostican el cáncer de recto. ¿Tuviste la necesidad de compartir lo que te estaba ocurriendo a través de este libro?
R. No sé hasta qué punto era una necesidad de compartir. La literatura está muy presente en mi vida sin tener esa necesidad. Quería crear mi propio relato sobre sobre lo que me estaba aconteciendo. Como bien dice una de las citas del libro, de Virginia Woolf creo, la literatura es una idea más allá del cuerpo; el cuerpo representa un transparente cristal a través del cual se cuentan historias. También es verdad que, poco a poco, yo me vi secuestrada, anonadada por esta enfermedad. Para no ser anulada del todo necesitaba mi propio relato, convertirlo todo en una narración.
Creo que pocas veces hemos leído una descripción tan precisa como la que haces cuando hablas de tu cuerpo a los 62 años y cómo está en ese momento de la enfermedad. ¿Hasta qué punto el lenguaje o o el nivel poético estaba elaborado para hablar del cáncer?.
Bueno, elaborado en la medida que yo llevaba años ya escribiendo poesía. Tengo varios libros: poemas, poemarios. Soy una consumidora y lectora compulsiva de poesía. Me gusta el lenguaje poético porque es el más salvaje de los lenguajes. La poesía también cuenta historias, pero lo cuenta de una manera muy salvaje. El propio lenguaje es el que va creando las sensaciones, las emociones, el psiquismo... Este libro es prosa poética libre. Necesitaba el uso de las metáforas para crear otra realidad más allá de un lenguaje seco y muy poco compasivo, que es el que tiene el cáncer.
Si este libro fuese una película también diríamos que hay mucho flashback en ella. Hablas, por ejemplo, de lo que le gustaba a tu abuela John Wayne, de tu primera comunión... ¿Cuándo uno está enfermo tiene ne la necesidad de mirar hacia atrás, de hacer balance?.
Si no lo haces, te quedas sin vida, ¿eh? Un diagnóstico de estas características hace que todo se deshaga a tu alrededor. Solo hay una flecha que señala el departamento de oncología. Tenía que crear una realidad en paralelo para que mi yo siguiera existiendo. Por eso hablo mucho. El relato era una mega realidad aumentada. El cáncer suele dejarte, en el mejor de los casos, varios años entretenida, confusa, anonadada. Desde esa perspectiva, haces un repaso de ti mismo. Como el día a día no te pertenece, el pasado sale de una manera natural.
¿Se ajustan esos recuerdos a la realidad cuando uno está pasando por algo así?
La realidad real es real en el aspecto sentimental y emocional, pero no en cuanto al canon de lo que sucedió en sí. En mi caso, fueron saliendo ese rosario de recuerdos que están adornados literariamente, pero no en un sentido peyorativo. Son lo que son en la medida en que son literatura, claro, pues están escritos.
Hablas de Thomas Mann y cómo veías la muerte y la enfermedad de los personajes de su 'Montaña mágica' con el aura romántica que da la juventud a todo. ¿Lo vemos todo diferente de mayores o cuando la muerte nos toca más de cerca?
Ese libro de Thomas Mann siempre ha sido como una presencia para mí. Hay un componente muy estético en todo esto de la muerte cuando eres joven, claro. Tiene que ver con el arte, con tus gustos. Cuando eres joven, la muerte no existe a no ser que exista de verdad; es decir, que seas una niña huérfana y se haya muerto tu madre. Siempre hay un componente muy estético en ella. Yo recordaba esa lectura con 20, 30 años. Ahora había una diferencia, porque era yo la que estaba en ese túnel, con la posibilidad real de morirme, con una enfermedad que tiene algo de estigma, bastante dolor y una terapia muy dolorosa. Y claro, la percepción romántica o estética de la enfermedad, de cualquier enfermedad, cambia.
Utilizas muchas iniciales cuando hablas de determinada gente a lo largo del libro. Hablas, por ejemplo, de HP como la persona que estuvo contigo todo el rato.
Ese es mi amigo, mi amado, mi amante. No, no quería ser público. Hubo algunas personas que me sostuvieron y no había necesidad de hacerlos públicos. El médico, en cambio, sí que está. Él es una especie de arcángel caído del retablo para mí (ríe).
Es duro leer que te operaban un 27 de diciembre, en plena Navidad. ¿Cómo se vive ese contraste, cuando se supone que tenemos esa presión social para ser felices durante las fiestas aunque no lo seamos, y tú tienes que estar en un hospital viviendo algo tan duro?
Pues te quedas en nada, lleno de fragilidad. Empiezas a ser una persona muy dependiente del cariño de los amigos, del cuidado de la gente, de la amabilidad de los enfermeros o de las enfermeras e incluso de los propios especialistas. Hay alguno que de repente no tienen ningún tipo de de talento terapéutico y algunos que sí.
Supongo que en tu proceso ha habido médicos y cuidadores de todo tipo, malos y buenos
Yo he tenido suerte y pero con alguno peor me tropecé, ¿eh? Y en seguida cambié de médico porque en esos momentos estás estás absolutamente frágil. Desde esa perspectiva, las relaciones humanas se convierten en algo muy delicado. Te vuelves muy detallista con las pequeñas cosas. Por ejemplo, en un momento determinado se relata que tuve necesidad de que mi cubertería, el cajón de los cubiertos, estuviera en orden.
Y todo eso se acrecenta en Navidad...
Sí, hay un desorden interior tan grande que es casi un cuento de Lovecraft; un cuento gótico que te va comiendo. En cuanto a la Navidad, pues claro, siempre es tan simbólica que te cuesta más en una situación así... Recuerdo pasear con una amiga del brazo. Me llamó mucho la atención el abstracto de las luces navideñas. Necesitábamos una figura que no teníamos. No había figuras, era todo abstracto. Y toda la gente para arriba y para abajo, como un banco de peces. Algo absolutamente enloquecido, opuesto a lo que me estaba pasando. La Navidad no era una película de Frank Capra, ni eran los likes, ni nada de eso. Era todo lo contrario.
¿Cómo ve el futuro una persona con cáncer?
Tu futuro empieza a ser inestable o incierto. Todo se altera, todo adquiere otra dimensión. Te quedas como perpleja. Ni siquiera podía llorar. Poco a poco, el diagnóstico va bajando al corazón, a la piel. Vas entrando en el protocolo de la curación o de las terapias.
Y también hablas de enfrentase a palabras que no conocías, como neoplasia (multiplicación o crecimiento anormal de células en un tejido del organismo)...
Son palabras muy raras: tac, etcétera. Son casi como músicas que desconoces. Yo amo las palabras y soy muy sensible a ellas. Entonces, no quería ser como una estadística en una revista clínica. Te hablo de esa cosa protocolaria que tiene el sistema, que por un lado te cura, gracias a Dios, pero por otro lado no eres tú, no tienes nombre. De repente eres un número, interesan los informes clínicos, tu metabolismo o cómo responden tus leucocitos. En el acto de escribir, además, yo me conquisté un poco a mí misma.
En este país, que muy de etiquetas todo el rato, siempre se te recuerda como la Yerbas de 'Aquí no hay quien viva'. ¿Crees que a toda esa gente que te asocia a un lado más cómico, le va a sorprender este libro?
Sinceramente, gustaría que se sorprendieran y les fuera útil el libro mismo. Sí es cierto que tengo esa imagen pública y esa difusión televisiva, pero también es algo que está cambiando porque yo soy muy activa en redes y mucha gente me sigue a través de los poemas que escribo. Yo a lo que aspiro es a que se sirvan de este libro que cuenta una experiencia literariamente.
Sí, podemos decir que no es un libro ni de autoayuda ni didáctico sobre el cáncer.
Está trufado de los versos que me iban saliendo. De todas formas, creo que no hay mensaje en el arte. Me gustaría que se descubriera la importancia de la literatura frente al dolor, frente a las desdichas. Es muy terapéutico el arte, ¿no?
¿Crees que podemos hacer más como sociedad con respecto al cáncer; con una enfermedad que está desgraciadamente muy presente en nuestro día a día?
Creo que hay dos cosas que tienen que ser conquistadas por el género humano. Una de ellas es la sanidad pública universal y otra la educación pública universal. Hasta que no aseguremos esto, internacionalmente, no tiene sentido la política. Yo creo que tiene que ser una realidad política para todos. Verdaderamente, yo estoy viva de milagro, y hay muchos cánceres que se están curando. Lo que hace unos años significaba muerte, ahora es una segunda oportunidad de vivir. Y por eso creo que tiene que expandirse, que la sanidad pública tiene que ser universal.
¿Pensabas mucho en las personas que no tienen la posibilidad de curarse?
A veces me daba por pensar, por ejemplo, en los mendigos de los parques, en los que ves con el cartón durmiendo en verano y en invierno. Yo a veces pensaba '¿Es que ellos no tienen cáncer? A lo mejor ellos no se salvan. Entonces, ¿por qué yo sí me salvo?' Son preguntas que se abren en nuestra vida porque somos seres políticos en la medida en la que que somos seres públicos también.
¿Estamos preparados para enfermedades como esta?
Creo que estamos viviendo en una sociedad altamente cruel con respecto al concepto de enfermedad o del no éxito. Como lo del Sida en su momento. La enfermedad en general es un estigma en la sociedad; en una sociedad tan absolutamente volcada en consignas de éxito.
-También hablas, al final, de esa tu sensación cuando el médico te dice que que estás curada y ya solo tienes que hacerte revisiones. ¿Cómo estás ahora? ¿Cómo te sientes?
Gracias a Dios, he renacido. Gracias a los médicos, a todos. A la amistad también. Y a mí misma, supongo. Ya he pasado el ciclo de las revisiones. Tengo que seguir revisándome, pero con un plazo más largo. Por seguridad y por protocolo, en la rama de oncología, nunca recibes un alta como tal pero se puede decir que el médico me ha dicho que estoy curada. Ya llevo prácticamente cinco años haciendo una vida normal. Y además, con esa fuerza de haber pasado por ese territorio oscuro del túnel, de la telaraña, de la no vida, del peligro de perderla.
¿Y en qué has cambiado?
Creo que me he hecho más humana y saboreo aspectos de la existencia que a lo mejor antes me pasaban por alto.
Que Isabel Ordaz es una mujer de letras es algo que se percibe en cuanto uno cruza el primer saludo con ella vía telefónica. Maestra de la palabra y autora de varios poemarios; escritora a la par que actriz, su libro 'La vida en otra parte' sirve de ejemplo de lo injusto que sería reducirla a un personaje, la Yerbas, que ya es historia de la televisión. Lo es gracias a las mil y una reposiciones de 'Aquí no hay quien viva', esa comedia berlanguiana, coral, cínica y despiadada que ha dado la vuelta al mundo.