Sara Tarrés, psicóloga infantil, sobre tener un hijo favorito: “Estas dinámicas pueden acabar condicionando las relaciones entre hermanos”
Aceptarlo y trabajar para equilibrar el trato es, según la psicóloga, la mejor manera de proteger los vínculos
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La maternidad, con frecuencia, se imagina como un proyecto perfecto. Muchas mujeres sueñan desde pequeñas con criar hijos dóciles que duermen toda la noche, comen sin rechistar, caminan de la mano y se acuestan temprano para dejar tiempo de descanso a los padres. Sin embargo, la realidad dista mucho de esa postal ideal. La crianza, además de amor, puede resultar agotadora, frustrante y contradictoria. Así lo subraya la psicóloga infantil Sara Tarrés en su libro ‘Mi hijo me cae mal’, donde aborda sin tapujos cuestiones que rara vez se reconocen en voz alta.
Tarrés, orientadora de padres y maestros en distintas escuelas de Barcelona y miembro del Grupo de Trabajo en Inteligencia Emocional del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, sostiene que es posible que un hijo, en determinados momentos, “nos caiga mal”. No porque se le quiera menos, sino porque el desbordamiento de responsabilidades —conciliar vida laboral, descanso personal y crianza— puede generar emociones complejas en los progenitores. Pero su análisis no se detiene ahí: también rompe con otro de los grandes tabúes familiares, la existencia de hijos favoritos.
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La psicóloga explica que, aunque la mayoría de los padres responde automáticamente que quiere a todos sus hijos por igual, la ciencia demuestra otra cosa. Los estudios confirman que, de forma temporal o inconsciente, suelen existir afinidades con uno de los hijos. No se trata de amar más a uno y menos a otro, sino de una conexión natural que surge cuando se comparten rasgos de personalidad, intereses o maneras de estar en el mundo. Con ese hijo, reconoce Tarrés, la relación fluye con más facilidad y hay menos fricciones.
Los datos respaldan sus palabras. El último análisis de la Asociación Americana de Psicología, que revisa más de 30 estudios con casi 20.000 participantes, muestra que factores como la personalidad —niños responsables o afables suelen recibir más trato positivo—, el género —con una ligera tendencia a favorecer a las hijas— o el orden de nacimiento influyen en estas dinámicas familiares. Tarrés insiste, no obstante, en que no se trata de favoritismos conscientes, sino de vínculos que se construyen de manera espontánea.
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Ahora bien, la especialista advierte de que normalizar estas afinidades no significa ignorar sus consecuencias. “Si no reconocemos los favoritismos, estos pueden derivar en tratos desiguales, celos o heridas vinculares”, señala. Por eso insiste en la necesidad de hablar de esta realidad sin miedo ni juicio, para evitar dinámicas injustas que, a largo plazo, puedan dañar la relación entre padres e hijos.
Tarrés explica que lo que marca la diferencia no es el amor, sino los gestos cotidianos: el tono de voz, los permisos concedidos, la indulgencia ante ciertos errores o el reconocimiento de los logros. “Cuando uno de los hijos percibe que su hermano es el favorito, esa vivencia puede afectar a su autoestima, generar rivalidad o una necesidad constante de aprobación”, advierte. Estas dinámicas, si no se reconocen ni se revisan, pueden alargarse en el tiempo y condicionar no solo la relación entre hermanos, sino también el clima emocional de toda la familia.
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La maternidad, con frecuencia, se imagina como un proyecto perfecto. Muchas mujeres sueñan desde pequeñas con criar hijos dóciles que duermen toda la noche, comen sin rechistar, caminan de la mano y se acuestan temprano para dejar tiempo de descanso a los padres. Sin embargo, la realidad dista mucho de esa postal ideal. La crianza, además de amor, puede resultar agotadora, frustrante y contradictoria. Así lo subraya la psicóloga infantil Sara Tarrés en su libro ‘Mi hijo me cae mal’, donde aborda sin tapujos cuestiones que rara vez se reconocen en voz alta.