Jorge Románov y Rebecca Bettarini, de fiesta con los invitados a su boda, que se celebra hoy

La expectación es inmensa en San Petersburgo por la boda de Jorge Románov y Rebecca Bettarini que tiene lugar este 1 de octubre en la catedral de San Isaac, la de mayor aforo de la emblemática ciudad, y a la que asistirán unos 1.500 invitados de distintas nacionalidades.

Desde que se anunciara el compromiso matrimonial, los principales medios internacionales han seguido con gran atención los preparativos de este enlace que supone la primera boda en más de cien años en territorio ruso de un miembro de la familia Románov, tras la caída del imperio de los zares.

Las autoridades del país se han mostrado en todo momento muy colaboradoras para la inaguración de un acontecimiento de estas características y que dura tres días. Era primero preciso encontrar las fechas adecuadas, en función de la pandemia, y después organizar los lugares claves de la celebración, medir los aforos. Además, había que coordinar la llegada de los ilustres invitados procedentes de diversos continentes.

"La colaboración suya siempre se ha tenido durante muchos años. La gran duquesa lleva 30 años trabajando en Rusia, llevando diversos proyectos y viajando por todo el país, donde es recibida por la Administración con mucho cariño. Que el Gobierno se haya puesto a nuestra disposición no es algo nuevo. No me sorprende, aunque a decir verdad lo que sí sorprende es que nos están ayudando aún más de lo que nosotros esperábamos", nos desvelaba la propia Rebecca en conversación telefónica el pasado mes de junio.

Con la finalidad de agasajar a sus ilustres invitados tenían una cita en el palacio Vladimirskii, un lugar muy emblemático pues fue el último palacio imperial que se construyó en Rusia para el hijo de Alejandro II de Rusia, el gran duque Vladímir Aleksándrovich. Y los trabajos de construcción se prolongaron desde 1867 hasta 1872, por lo que, como es comprensible, el hecho de que tenga lugar aquí esta celebración es de gran simbolismo para la familia.

La particularidad de este cóctel es que los invitados podían llegar y marcharse cuando así lo desearan, sin límite de tiempo. En principio, se esperaban unos 300 invitados, entre las siete de la tarde y la una de la mañana. La idea es que fueran rotando y que en ningún momento superasen en el interior del edificio el centenar de ellos, precisamente por las ya mencionadas medidas de prevención del coronavirus, aunque, como nos desvelaba recientemente Rebecca Bettarini, todos los invitados estarían ya vacunados.

Para esta ocasión, la novia había elegido un vestido de terciopelo negro y tul bordado con apliques dorado, de nuevo moda libanesa de la mano de Gatti Nolli by Marwan. Son precisamente el negro y el dorado los colores de la dinastía Románov para un traje que consta de un corpiño de terciopelo y una falda diáfana de tul.

Rebecca Bettarini ha optado por rendir homenaje a su tierra de adopción en todos y cada uno de los estilismos que va a lucir en estos tres días de celebraciones, que tienen su culminación en la ceremonia religiosa en la catedral de San Isaac de San Petersburgo, algo que les hace mucha ilusión a los contrayentes por la magnificencia del templo.

No han escatimado los contrayentes detalles para rendir homenaje a la dinastía Románov y quedó ya patente en las invitaciones de boda que hicieron llegar por vía postal a sus invitados hace ya algunos meses. De hecho, salían de una imprenta histórica de Moscú, donde se sigue imprimiendo mediante mecanismos tradicionales con máquinas originales cargadas de historia y, en palabras de la propia Rebecca Bettarini, "los sellos que se han utilizado son históricos y originales, no en vano pertenecieron a la familia Románov desde antes de la Revolución".