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Isabel II y el bastón de Yoda
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68 AÑOS DE REINADO

Isabel II y el bastón de Yoda

Pasados los noventa y cinco andando por este mundo, el primer síntoma de fallo de Su Majestad lo ha representado un bastoncito

Foto: Ilustración de Isabel II. (Jate)
Ilustración de Isabel II. (Jate)

La reina necesita apoyo, camino ya de los cien años. Sujetar la Institución, la que es y la que representa, la convirtió esta semana en un sorpresivo trípode. La imagen, tras la maldad de evocarnos a casi todos a Yoda, sirvió a prensa de medio mundo de entradilla al histórico debate de la permanencia en nuestro siglo de las monarquías.

Resulta más que evidente que todo apunta a su extinción. A la de la institución y a la de la propia reina. Biología y constitución parecen caminar de la mano en su irrefrenable misión de convertirles en recuerdos. Sólo la prevalencia de reinas y reinos -o reyes o “reyos” o como se diga- en la historia de nuestras civilizaciones justifican su ya casi testimonial presencia como forma de estado o sistema de gobierno.

Foto: Isabel II, muy sonriente en el Royal Windsor Horse Show. (Gtres)

La inercia de tantos siglos se concreta en las cuarenta y cuatro monarquías que sobreviven en el mundo hiperfronterizo al que nos hemos abocado tras dividirlo en casi doscientos países. Sólo una de cada cinco sociedades en la actualidad sostiene su sensación de unidad en torno a una única familia y su descendencia.

placeholder Isabel II. (Getty)
Isabel II. (Getty)

De Mesopotamia a nuestros días, la elección o designación de tan ilustres apellidos habrán acarreado muchas bondades pero también mucha sangre. Elevar a dedo a un paisano a un estatus intermedio entre los hombres y Dios ha sido un mecanismo eficiente en el control de las masas, elemento imprescindible de progreso si echamos la vista atrás, pero la comodidad de dejar a su descendencia pedestal y vara de mando suele acabar degenerando.

Da igual el reinado que se repase. En todos ha habido intrigas y masacres. Y degeneración. Y degenerados. En Inglaterra, hasta que llegaron a los actuales Windsor, los Tudor, los Estuardos y los Hannover, se fueron sustituyendo a base de faltas de primogénitos o acuerdos internacionales o invasiones extranjeras que iniciaron los normandos. O a base de matrimonios, cuernos, hijos ilegítimos o decisiones de obispado.

Los Wessex unificaron, los Lancaster consolidaron, los York anexionaron. Todos progresaron y todos degeneraron en esa especie de Yenka de paso atrás y paso adelante que supuso la Edad Media. Hasta probaron la república allá por el mil seiscientos. Les duró solo un par de años. O demasiada cerveza o demasiada competencia entre condados. Reconocieron su poca capacidad de entenderse, entendiendo que era mejor que les mandase uno solo. Daba igual como mandase. Parecen los más convencidos de mantener el sistema.

Hay que reconocer que hoy los anglosajones lo tienen muy mejorado. Han nombrado para el cargo un ser que parece eterno. Y si quieren perpetuar el concepto, más les vale que así resulte porque si miramos el reemplazo con un Carlos aviejado y nietos en estampida, la crisis de liderazgo podría resultar definitiva.

placeholder El príncipe Carlos de Inglaterra. (Getty)
El príncipe Carlos de Inglaterra. (Getty)

Su Majestad lleva en el cargo la friolera de sesenta y ocho años. Pasados los noventa y cinco andando por este mundo, el primer síntoma de fallo lo ha representado un bastoncito. Garrota real, bordón telescópico o muleta ortopédica, da igual cómo la definamos, apuntan sin compasión al deterioro.

Sin embargo hay quien afirma que Yoda tiene novecientos años. Ahí dejo, sin mala intención ni pretensión alguna de profecía, el dato.

Hoy no se entiende lo de heredar un cargo. Hoy son más públicos sus fallos. Hoy ya no son ejecutivos, ni legislativos ni tampoco judiciales. Hoy salen en las revistas, reparten prestigiosos premios, acuden a alguna fábrica, se saludan entre ellos y reciben displicentes a esos otros monarcas elegidos por sufragio y con caducidad en su puesto. A lo sumo echan alguna regañina a los súbditos más díscolos aprovechando las fraternales fechas navideñas. Y llaman a capítulo, pactado, al que de verdad manda por ellos.

Hoy no se casan entre iguales. Y parece que la sangre azul sucumbe con facilidad a la roja. Sus férreas educaciones, sus destinos tan escritos, tiemblan al entremezclar fluidos con gente más atractiva que noble.

placeholder Isabel II en una imagen de archivo. (Getty)
Isabel II en una imagen de archivo. (Getty)

Siempre hubo indolentes entre tanto designado. Ser primogénito macho no puede garantizar espíritu de sacrificio o ciertas dotes de mando. Solo unos pocos valientes pusieron rumbo a una vida más sencilla y abdicaron de su cargo. Muchos otros compatibilizaron coronas con la apatía o los vicios. Lo pagaron las naciones y sucumbieron imperios. Seis fiestas a la semana, caza, conquistas o sexo arramplan con los impuestos en menos que canta un gallo. Historias de decadencia, traídas ahora con intereses a cuento, menoscaban el prestigio de las familias reales. Conspiranoicos y amarillistas apuntan al magnicidio simbólico sin el respeto de antaño. No es hoy un buen momento en ninguna monarquía. Los hemos convertido en muñecos sobre el que darnos los palos. Los que no quieren ni verlos y los que nunca cambian nada, apostando a mil por ellos o destruyéndolos sin calma.

Pero a la vez que esto es un hecho, el desapego social con los monarcas, el fenómeno del referente crece vayas por donde vayas. El líder omnipresente eje de cualquier dictadura tiene su versión democrática. Hasta en Estados Unidos, referencia de república, puede verse esta tendencia. Bush hijo le siguió al padre. La esposa del presidente Clinton a punto estuvo de heredar cargo. Ahora todo vuelve a apuntar a la mujer de Obama como futura candidata. Es como si el poder quisiera volver a concentrarse alrededor de familias.

placeholder Isabel II en una imagen de archivo. (EFE)
Isabel II en una imagen de archivo. (EFE)

Y por aquí parecido. Merkel, coronada reina de Europa durante casi veinte años. Putin camino de igualar el record más estirado. Por no fijarnos en África y en sus reales o supuestas democracias. Obiang Engema lleva más de cuarenta y dos años gobernando en Guinea, Paul Biya casi cuarenta en Camerún, Denis Sassou treinta y ocho en el Congo. Y no hay uno que no amenace con perpetuarse también a través de su descendencia.

En España estamos rotos. Rotos en las dos Españas camino de ser cuatro o cinco. Rotos por Godos y por fenicios, por celtas, por íberos o por romanos. Reyes y católicos, doble pecado para algunos, dieron en unificarnos, aunque hace más de quinientos años no parecemos preparados para ponernos de acuerdo en nombrar a un individuo por votación o consenso que nos una o represente en este mundo de comercio. Así que con todos sus defectos, sus ausencias, sus presencias, su sangre roja mezclada, su padre y hasta sus cuñados desearía que durara el nuestro lo que Isabel está durando y vea yo, sería buen síntoma, dentro de cuarenta años un primer bastón real que me haga otra vez la gracia de recordarme a la reina o de recordarme a Yoda.

La reina necesita apoyo, camino ya de los cien años. Sujetar la Institución, la que es y la que representa, la convirtió esta semana en un sorpresivo trípode. La imagen, tras la maldad de evocarnos a casi todos a Yoda, sirvió a prensa de medio mundo de entradilla al histórico debate de la permanencia en nuestro siglo de las monarquías.

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