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Un rey y dos destinos: Diana, una joven para dar heredero, y Camila, el amor de su vida
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OPINIÓN

Un rey y dos destinos: Diana, una joven para dar heredero, y Camila, el amor de su vida

En el caso de Camila, las cartas tuvieron que esperar hasta tener el repóker, pero a Diana el destino le repartió inicialmente buen juego

Foto: Diana y Camilla, en una imagen de jóvenes. (Getty)
Diana y Camilla, en una imagen de jóvenes. (Getty)

En la vida, el destino reparte sus cartas y el juego no siempre es favorable para quien las recibe. No lo fue para la princesa Diana y sí para Camila Parker-Bowles, hoy reina consorte del Reino Unido.

Las dos tenían un camino más o menos establecido desde la cuna que se desbarató cuando el príncipe de Gales (nacido para reinar) entró en sus vidas.

La niña Spencer era la pequeña de una familia aristocrática cuyo futuro emocional no entraba en el organigrama de los Windsor. Había cierta relación con la Casa Real a través de las dos abuelas de Diana. La condesa Spencer y la baronesa Fermoy fueron damas de honor de Isabel Bowes-Lyon, madre de la reina Isabel II.

Foto: Diana de Gales y el príncipe Carlos, el día de su boda. (Cordon Press)

La posibilidad de que la nieta tímida y solitaria se convirtiera en la esposa del príncipe de Gales era tan improbable como que Camila Shand llegara a ser reina consorte tras la muerte de Isabel II. En su caso, el encuentro que marcó su vida fue un partido de polo, cuando conoció con 23 años al heredero. Verdad o leyenda, se dirigió al jugador real con el siguiente comentario: “¿Sabía que su tatarabuelo, el rey Eduardo VII, fue amante de mi bisabuela Alice Keppel?”. Fuentes autorizadas de Buckingham nunca dieron por buena esa presentación tan poco convencional. Lo que sí era cierto era la relación afectiva y clandestina que muchos años después repitió la nieta.

placeholder Carlos de Inglaterra y Camila Parker, en una imagen de archivo. (Reuters/Carlos Osorio)
Carlos de Inglaterra y Camila Parker, en una imagen de archivo. (Reuters/Carlos Osorio)

Volvamos a Diana, con una adolescencia complicada y solitaria. Cuando llegaba del internado, la recibían el servicio y su hermano, el actual conde Spencer. Sus padres no se entendían y cada uno hacía su vida hasta que la madre, Frances Roche, abandonó el hogar familiar enamorada de Peter Shand, un empresario australiano. Diana tenía seis años y la custodia de los hermanos Spencer recayó en el padre, que consideraba que tenía otros asuntos más importantes de los que encargarse antes que el estado emocional de los hijos.

Con estas carencias que aparecen reflejadas en la biografía (autorizada) de Andrew Morton, donde la princesa Diana explicaba una infancia con el cariño solo del servicio, el futuro estaba más o menos marcado de antemano. Y no era otro que casarse con un aristócrata, tener hijos y formar parte del núcleo elitista y privilegiado de los títulos nobiliarios. Nada diferente al resto de jóvenes de su estatus.

placeholder Lady Di, en una imagen de archivo. (Getty)
Lady Di, en una imagen de archivo. (Getty)

El destino comenzó a repartir las cartas marcadas con la tragedia. El príncipe de Gales tenía la obligación de casarse y ninguna de las chicas con las que había tenido sus citas valían. Eran mujeres más o menos de su edad y de su entorno, pero con fiestas y divertimentos en sus agendas. La titular de la Casa de Windsor, y sobre todo el duque de Edimburgo, no daban el visto bueno a ninguna. Y vuelta a empezar.

La elegida por el futuro Carlos III cumplía el dicho de que “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”. Camila Shand estaba en la lista negra antes de casarse, durante el matrimonio y divorciada. En cambio, el perfil de Diana era perfecto. Sin pasado amoroso, sin novios que pudieran hablar. Lista para procrear y dar herederos a la Corona, que es y será siempre el requisito obligado de las monarquías.

En el caso de Camila, las cartas tuvieron que esperar hasta tener el repóker, pero a Diana el destino le repartió inicialmente buen juego. Pero los ases fueron desapareciendo de un matrimonio que, visto lo visto, nunca debería haberse celebrado. El príncipe de Gales ya tenía a la mujer de su vida, de la que nunca se desenamoró.

placeholder Carlos III de Inglaterra. (Getty)
Carlos III de Inglaterra. (Getty)

La felicidad de Camila marcó la tragedia de Diana. Y la reina Isabel II, que no fue una madre al uso al estar por encima de cualquier lazo familiar, hizo su último regalo a la esposa de su hijo. La duquesa de Cornualles pasaba a ser reina consorte por decisión inamovible de la jefa del Estado. "Cuando, en la plenitud de los tiempos, mi hijo Carlos se convierta en rey, sé que le brindarán a él y a su esposa Camila el mismo apoyo que me han brindado a mí; y es mi sincero deseo que cuando llegue ese momento, Camila sea conocida como reina consorte mientras continúa con su propio servicio leal”.

En la vida, el destino reparte sus cartas y el juego no siempre es favorable para quien las recibe. No lo fue para la princesa Diana y sí para Camila Parker-Bowles, hoy reina consorte del Reino Unido.

Príncipe Carlos de Inglaterra Camila Parker
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