La reina Sofía y su papel como reina, madre y abuela en un año clave en su vida
La Reina emérita conoce bien las prioridades de su misión: salvaguardar la Corona. Pero también quiere ser abuela, una abuela querida y respetada
Quizás el 85º cumpleaños de Sofía de Grecia y Dinamarca suponga para ella la realidad de su papel en el mundo, como reina, como madre, como abuela. Quizá sus lágrimas recientes en el acto de homenaje al científico Emilio Lora-Tamayo fueran un adelanto, la clarividencia, la aceptación definitiva de la realidad. Quizá su ausencia en los actos institucionales -en el Congreso y en el Palacio Real- organizados por la mayoría de edad de su nieta Leonor supusiera el zarpazo definitivo.
Sofía de Grecia nació el 2 de noviembre de 1938 en la casa familiar de Psykhiko en las afueras de Atenas. Aún faltaban nueve años para que su padre se convirtiera en el rey de los griegos tras la muerte de su hermano, Jorge II. Pero desde niña fue educada para reinar: hija, nieta, prima, sobrina, esposa y madre de reyes, lleva los genes de la monarquía en las venas; poco importa que su sangre sea azul o roja, como la de todo humano. La realidad es que la hija mayor de los reyes Pablo y Federica de Grecia fue formada bajo estrictos principios monárquicos de servicio a la Corona.
Sofía aprendió en casa y en el internado alemán de Schloss Salem, dirigido por el tío Jorge Guillermo de Hannover. Un centro creado para educar a las elites sin privilegios y bajo una disciplina férrea. En esas aulas fomentaron su espíritu humanista y el interés y conocimiento de otras culturas y otras lenguas.
En parte fue en la disciplina de Salem donde la reina Sofía forjó el sentimiento del deber. Tras su matrimonio en mayo de 1962 con el príncipe Juan Carlos de Borbón, la entonces princesa entendió que ese deber primordial se resumía en ganar una Corona que pendía de algunos hilos; después, mantenerla para defenderla con ahínco en los últimos años. A esa misión entregó su vida.
Fue madre de tres hijos. A ellas las educó con disciplina. Su hijo fue el refugio emocional, su obra para formar a un príncipe europeo alejado de los dudosos hábitos borbones. Por defender la Corona para ese hijo ha soportado con estoicismo humillaciones, soledades y lamentos. Durante años, la dulce sonrisa fue la barrera infranqueable que impedía hurgar en su tragedia emocional. Casi una tragedia griega.
Cambio de ciclo
Este será un año clave en la vida de la Reina. Criada en la escuela de la monarquía, Sofía sabe que el cargo es exigente, que hay que saber someterse a él. Obediente hasta el fin y con la pena grabada en cada línea de su rostro, ha asumido la última humillación pública al ser borrada de la jura de la princesa Leonor para no hacer distingos con su marido. Olvidando, quizá, que forma parte del núcleo de la familia real.
Una situación difícil de comprender cuando el 19 de junio de 2014, día en el que su hijo Felipe era proclamado rey de España, no solo acudió al acto, sino que recibió el aplauso más efusivo de diputados y senadores puestos en pie.
Aquella mañana pareció vivir la recompensa. Tras 39 años como reina consorte, salvaban la Corona y su hijo querido reconocía su esfuerzo en público: "…Y me permitirán, señorías, que agradezca a mi madre, la reina Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al rey Juan Carlos. Su dignidad y sentido de la responsabilidad son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy como hijo y como rey quiero dedicarle”.
Esa mañana la figura de la reina Sofía cobraba un valor singular. Los aplausos y las palabras subrayaban su papel clave para el mantenimiento de la Casa Real española.
La abuela de Victoria Federica y Froilán; de Juan, Pablo, Miguel e Irene; de Leonor y Sofía conoce bien las prioridades de su misión, salvaguardar la Corona. Pero también quiere ser abuela, una abuela querida y respetada. Sin embargo, dos días antes de cumplir 85 años, la última reina de sangre azul que había allanado el camino de su nieta Leonor hacia el trono solo ha aparecido en un coche, casi a hurtadillas, rumbo a una fiesta privada de cumpleaños.
Quizá, también, era su 'cumpleaños feliz' al reencontrarse con algunos de sus ocho nietos; en especial, los de su hija Cristina, con los que parece hallar mayor afinidad emocional y cultural. Pero son mayores, viven lejos y cada uno ha buscado su camino.
Así afronta Sofía de Grecia los 85. Una edad avanzada en la que parece perder todos los papeles: ni reina ni madre ni abuela podría ser el triste balance de una mujer que, a principios de este año, enterró a su hermano Constantino y contempla su vida futura junto a la hermana pequeña, la silente Irene, una mujer muy debilitada. Solo ella y un entorno muy próximo saben dónde.
Quizás el 85º cumpleaños de Sofía de Grecia y Dinamarca suponga para ella la realidad de su papel en el mundo, como reina, como madre, como abuela. Quizá sus lágrimas recientes en el acto de homenaje al científico Emilio Lora-Tamayo fueran un adelanto, la clarividencia, la aceptación definitiva de la realidad. Quizá su ausencia en los actos institucionales -en el Congreso y en el Palacio Real- organizados por la mayoría de edad de su nieta Leonor supusiera el zarpazo definitivo.
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