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Todo lo que la alta costura le debe a Estados Unidos
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GALA 2022

Todo lo que la alta costura le debe a Estados Unidos

La Met Gala reivindica el papel de la moda americana, pero quizás se olvida de la importancia que tuvo ese país para salvar la haute couture

Foto: Gigi Hadid. (Reuters/Andrew Kelly)
Gigi Hadid. (Reuters/Andrew Kelly)

“En lo sucesivo yo no presentaré colecciones. La última me ha costado veintiocho millones de francos y es muy difícil que pueda recuperarlos. La alta creación cuesta demasiado. Esto nos obliga a vender nuestros vestidos a precios excesivos. La clientela se resiente con razón. Tengo una gran pena, pero no quiero arruinarme”. Quien decía esto a finales de 1954 era ni más ni menos que la gran Elsa Schiaparelli. La diseñadora se confesaba en las páginas del periódico 'La Vanguardia' decepcionada por ver como su firma no podía hacer frente a la cruda realidad que vivía en la década de los 50 la costura.

El gran éxito que había tenido Christian Dior tras 1947, que copaba más del 50% de las exportaciones de moda francesa, dejaba muy poco espacio para el resto de diseñadores. Además, tras la II Guerra Mundial, el panorama de clientes había cambiado mucho. Parte de las grandes fortunas europeas habían desaparecido o se estaban recuperando del desastre de la contienda y Estados Unidos se convertía en el gran cliente de la haute couture. Ahora que el Metropolitan Museum se dedica a reivindicar la moda americana (en lo que parece un segundo intento, tras el fallido por recuperar a Charles James, por posicionarse como grandes creadores de moda) no está de más reconocer lo que sí puede decir con orgullo: USA salvó a la costura.

Foto: Valentino. (Imaxtree)

Y es que, pese a que para muchos el hecho de las licencias y las colaboraciones como las de H&M con grandes nombres de diseñadores parezcan algo moderno, nada más lejos de la realidad. Grandes almacenes como Joseph Halpert, Harzfelds o Neiman Marcus ya forjaron en los años 40 y 50 (e incluso antes) importantes alianzas con las firmas más destacadas de la moda. Estados Unidos les ponía la plataforma comercial y les generaba grandes ingresos, y mientras los diseñadores se comprometían a entregar una serie de diseños.

Quizás el mejor ejemplo de esto (o al menos uno de los más documentados) es el de Jacques Fath con Joseph Halpert. Obsesionado por darle nuevo relumbrón a su negocio, que andaba de capa caída, el industrial americano acabó contratando los servicios del príncipe de la moda. El creador conseguía insuflar así a su negocio más de veinte mil dólares anuales, además de una gran proyección publicitaria, y se comprometía a visitar dos veces al año durante ocho semanas Nueva York, tiempo en el que se le paseaba como una gran estrella de Hollywood. La firma Lord & Taylor, a cambio, distribuiría sus cuarenta toiles por el territorio americano en sus más de doscientos establecimientos. El resultado no pudo ser más beneficioso para Fath. En tres años consiguió cuadriplicar su negocio. Schiaparelli lo había logrado años antes, gracias a una colaboración con el productor de seda Cheney Brothers, pero pese a intentarlo otra vez en los 50, el resultado no fue del todo satisfactorio.

placeholder Chaqueta, Elsa Schiaparelli; falda y bolso, hacia 1950. (Fco Javier Maza Domingo)
Chaqueta, Elsa Schiaparelli; falda y bolso, hacia 1950. (Fco Javier Maza Domingo)

En ese periodo de tiempo, los compradores americanos, además, gozaban de una posición privilegiada en los desfiles, ocupando los lugares más destacados (conscientes los franceses de la importancia que tenían sus encargos en las cuentas de resultados). Y qué decir de nombres como el de Bunny Mellon, la gran clienta de Balenciaga, que se encargaba en París varias copias de sus vestidos para no tener que ir llevándolos de una de sus casas a las otras. Incluso la firma del español le diseñó la ropa de estar en casa o su ‘uniforme de jardinera’. Pero quizás el caso más famoso (aunque algo posterior) de la importancia de Estados Unidos en la moda francesa lo protagonizó Chanel y Jacqueline Kennedy. Fascinada por la moda parisina, la celebridad americana gastaba cantidades ingentes de dinero en sus visitas a la capital francesa, lo que provocó que se la pusiera en el punto de mira de todas las críticas. Así que la solución fue clara: diseño americano, pero made in USA. El famoso vestido rosa con el que acompañó a John F. Kennedy el día del atentado, de hecho, puso esto al descubierto: la creación era de Chanel pero la confección se había realizado en suelo americano, gracias a una de las licencias que había adquirido la firma neoyorquina Chez Ninon para reproducir los diseños de madame Coco Chanel.

placeholder Jackie Kennedy y JFK, en el aeropuerto de Dallas. (Getty)
Jackie Kennedy y JFK, en el aeropuerto de Dallas. (Getty)

Así que hoy que todos hablamos de la importancia de la moda americana gracias a la exposición del Metropolitan Museum, ‘In America: A Lexicon Of Fashion’, no está de más pensar, al más puro estilo Kennedy, no lo que la moda ha hecho por Estados Unidos, sino lo que Estados Unidos ha hecho por la moda.

“En lo sucesivo yo no presentaré colecciones. La última me ha costado veintiocho millones de francos y es muy difícil que pueda recuperarlos. La alta creación cuesta demasiado. Esto nos obliga a vender nuestros vestidos a precios excesivos. La clientela se resiente con razón. Tengo una gran pena, pero no quiero arruinarme”. Quien decía esto a finales de 1954 era ni más ni menos que la gran Elsa Schiaparelli. La diseñadora se confesaba en las páginas del periódico 'La Vanguardia' decepcionada por ver como su firma no podía hacer frente a la cruda realidad que vivía en la década de los 50 la costura.

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