Lágrimas en las barricadas del front row con Teresa Helbig enseñando los dientes en París

“París siempre enseña los dientes; cuando no ruge, ríe”. La frase, probablemente una de las más famosas de la literatura del XIX, es de ‘Los miserables’, la obra maestra de Victor Hugo.

Este jueves, a las 20:00 horas, en la Galerie Joseph, sita en el mítico barrio de Le Marais, se podría decir que París sonrió y rugió a la vez. Pero también lloró. Lo hizo al ver a Teresa Helbig realizar el paseíllo triunfal tras su desfile de la mano de su madre, costurera en su taller, la otra Teresa.

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Isabel Ribada

En cierto sentido, se estaba repitiendo la historia de la novela de Victor Hugo. El pueblo obrero (y artesano) luchando contra el absolutismo monárquico de las grandes marcas del imperio en las calles del propio imperio. Un atrevimiento triunfal de antemano, probablemente; digno de aplauso, eso seguro. Y elevado a la categoría de éxtasis teresiano en su mesiánico final.

Pero empecemos esta historia por el principio. A las 11 de la mañana del jueves 7 de marzo, la Gran Vía de Madrid era todo acero. Un coche tras otro, sin posibilidad de avance; un infierno de metal que hacía peligrar mi llegada al vuelo Madrid-París de las 13:00 h, en un aparato bautizado con el nombre de Teresa Helbig. Lo que pasó en Francia fue bastante peor. El tráfico allí rodeó nuestro autobús por dos veces retrasando el desfile unos 60 minutos.

Al alcanzar mi asiento en el front row tras aquella odisea de tubos de escape, mis ojos dieron con una barricada construida en medio de la sala por la que resbalaba una bandera de Francia de enormes dimensiones y mis posaderas con un ejemplar de ‘Los miserables’ que, no me percaté, descansaba sobre mi asiento. Esa era la inspiración de Helbig para el desfile, el más grande de su carrera. 60 looks y 40 modelos cuyos cuerpos se habían tejido de orgullo y emoción, como toda la trama de la obra de Victor Hugo.

La mano incorrupta de Santa Eugenia

‘1832 Sur Mer’ es el nombre que ha elegido Teresa para su colección, en homenaje a aquel año de insurrecciones en el París monárquico de entonces. Y, de alguna manera, la moda de Helbig iba a experimentar en tierras galas una especie de revolución. Una revolución suave y silenciosa, eso sí, en la que mantiene las constantes (bordados, minivestidos…) que la llevaron a alcanzar el Premio Nacional de Diseño de Moda en 2023, pero en la que introduce las formas militares de los uniformes galos y hace un permanente homenaje al rojo, el blanco y el azul de la bandera de Francia.

Pero en esta colección hay mucho más, como en la obra de Victor Hugo. Hay ley, alma, prisión, crimen, cloacas, amor, maltrato, pobreza, justicia… Hay Dios. Dijo el autor francés algo así como que mientras hubiese miseria en el mundo, e ignorancia, libros como el suyo, y por extensión desfiles como el de Helbig, podrían no ser inútiles. Quizá ese era el mensaje principal de aquella escenografía. Una especie de grito de autoafirmación en la cuna de la moda y de la libertad (creativa).

Se congregaron en Le Marais, en un viaje y un desfile financiados por Iberia, los familiares y amigos de la diseñadora, anónimos y famosos, que sujetaban la bandera de España al otro lado de la barricada francesa. Frente a mí se dibujaban los rostros de la ex Miss España María José Suárez, la escritora Elvira Lindo, las actrices Leonor Watling y Cristina Brondo, el también intérprete Gorka Otxoa, la cantante Luz Casal o las parejas formadas por Macarena Gómez y Aldo Comas y Eugenia Martínez de Irujo y Narcís Rebollo.

La duquesa de Montoro apareció con una mano vendada y ciertos hematomas en las piernas, lo cual otorgaba un mayor dramatismo y también un cierto halo de verdad a la escenografía militarizada del desfile. Eugenia parecía haberse cruzado en la calle anterior con el ejército francés, pero, en realidad, lo que había pasado, tal y como confesó ella misma, es que se había encontrado de bruces unos días antes con el pavimento del madrileño barrio de Salamanca al salir de un restaurante. Por suerte, ese sería el único resbalón de una noche por lo demás triunfal.

El triunfo de Cosette

Aldo Comas, por su parte, quien enfundado en pieles volvió a ser el alma de la fiesta, papel que le encanta interpretar, y que se le da de maravilla, confesó entre tapita y tapita de jamón (el cóctel fue lo único netamente español en la puesta en escena) que le unía una extraordinaria amistad con Helbig desde hace años y que le había gustado especialmente esta colección. También a Macarena, su esposa desde el 6 de marzo de 2013, por lo que ambos estaban celebrando en París, al margen de todo lo demás, su undécimo aniversario de boda.

Pero volvamos por un momento al desfile. Despedida y cierre tras 60 looks y 60 mensajes, algunos de ellos maravillosos y muy comentados entre los asistentes. Tras el preceptivo carrusel final de las modelos, Teresa sale a saludar a su público, quizá más 'su público' que nunca. Lo hizo por dos veces. Primero sola y después junto a su madre, Teresa, que lleva cosiendo junto a ella media vida. Fue un homenaje precioso. A sus raíces, a su inspiración y a su madre (patria) en plena Revolución francesa.

Un gran número de rostros en aquella sala se llenaron en ese instante de lágrimas. Todos aplaudían emocionados la victoria parcial de las tropas callejeras. Allí estaban las dos, madre e hija. La una ha luchado toda la vida para que la otra triunfase, como lo hizo la Fantine de Victor Hugo por su hija Cosette. La otra se lo estaba agradeciendo aquella noche con ese gesto.

Cosette o coser, tanto monta

Y por eso el público rompió a llorar, como ha ocurrido tantas veces al final de las innumerables representaciones teatrales de ‘Los miserables’, dando sentido circular a la historia. Porque ellas, ambas, salieron convencidas de que mientras haya miseria en el mundo, que haberla hayla, seguiremos necesitando desfiles de moda, porque alguien tendrá que vestirla.

Los verdaderos miserables

Al acabar el cóctel posterior al desfile, repleto de halagos a la diseñadora, porque los saraos tras las pasarelas son un poco como los velatorios, algunos de los presentes, quizá también los más miserables, seguimos celebrando la moda en un pub que, si no entendí mal, en otra maravillosa casualidad del destino, tal y como si el cineasta Julio Medem estuviera guionizando nuestras vidas, se llamaba El Progreso. ¿Que por qué fuimos? ¿Porque nos gusta el jolgorio que sigue siempre, y necesariamente, a una etapa de conflicto? Qué va. Pensamos que, como aún existe miseria en el mundo, también alguien tendría que bebérsela.

Y, mientras, París rugía. Y sonreía. Victor Hugo dixit.