Georgina, el salto de Jaca a los Grammy pasando por los ibéricos
Los ibéricos, que dieron de sí en su documental, se han convertido en el punto de inflexión que une la existencia anónima y con carencias de la jovencita de Jaca a su vida actual
La primera vez que supimos de la existencia de Georgina Rodríguez fue como vendedora de una tienda de lujo en el barrio de Salamanca. El local en cuestión era uno de los preferidos de Cristiano Ronaldo que, como muchos futbolistas, lleva los logos de las grandes marcas (casi) marcados en la frente en su vida privada. En el caso del exjugador del Manchester United, su agenda consumista preferida era Gucci y, casualidades de la vida, fue donde contrataron a Georgina tiempo después de llegar a Madrid.
En esos primeros meses en la capital del Reino su vida no fue un camino fácil, como tampoco lo había sido en Jaca. El padre desapareció, tuvo problemas con la justicia y la madre tuvo que hacerse responsable de una unidad familiar de tres sin casi recursos. Los vecinos sabían que en el domicilio de las tres mujeres no sobraba nada e incluso que a veces la calefacción no funcionaba en los duros inviernos de la población aragonesa. En la época de colegio, Georgina ayudaba con trabajitos, como echar una mano en el hotel de la localidad. Así lo contaba ella misma en su documental de Netflix: “Fueron tiempos difíciles y por eso sé lo que cuesta salir adelante. Solo puedo dar gracias a Dios”.
Una de las personas que más la ayudó fue su profesora de baile, muchas veces se quedaba a cenar en su casa. Las hermanas Rodríguez acudían a la escuela de danza Joven Ballet del Pirineo de Susana Ara. Recibió clases desde los 6 a los 16 años, pero era complicado dedicarse profesionalmente porque hacía falta disciplina, sacrificio y dinero.
Quienes la trataron hasta que dejó Jaca la definían como “una niña muy educada, muy sociable y con cualidades de la danza, pero quería ser modelo”. Tenía otras aspiraciones y quedarse en el pueblo de los Pirineos no entraba en sus cálculos, igual que tampoco en los de su hermana, que se fue a Londres. Georgina la siguió tiempo después apostando por Madrid.
Sin saberlo, el destino estaba con ella y su contrato con Gucci le abrió un mundo nuevo, tanto en el aspecto laboral como en el personal. Conoció a gente que la trataba bien y sobre todo amigos. Precisamente, uno de ellos fue el que la llevó a una fiesta de Dolce & Gabanna, donde se vio por primera vez con Ronaldo.
Algunas de estas primeras amistades de la etapa de “cuando no era nadie”, como ella misma definía, son ahora sus compañeros de viaje en el avión privado, en las vacaciones de lujo, y comparten ibéricos en cualquier lugar en el que se encuentren. Ya sea por tierra, mar o aire. En el primer partido que ha jugado Ronaldo con la selección de Portugal en Qatar no ha estado presente y en el caso de que por fin se desplace no faltarán sus ibéricos; además, seguro que la veremos en su Instagram relamiéndose con su menú preferido.
Precisamente, esos ibéricos (jamón, chorizo, lomo, salchichón…) que tanto dieron de sí en el documental de Netflix se han convertido en el punto de inflexión que une la existencia anónima y con carencias de la jovencita de Jaca a su vida actual. Su última aparición a lo grande fue en la fiesta de los Grammy, un lugar al que nunca habría imaginado que estaría invitada. Lo mismo que sus apariciones en los festivales de Cannes y Venecia.
Georgina ha logrado convertirse en estrella sin dedicarse profesionalmente a nada que tenga que ver con el mundo artístico. Hay otras novias de futbolistas que mantienen un perfil bajo, pero no así Georgina. Su cuenta de Instagram aumenta cada día. Las agencias de comunicación la quieren y las revistas especializadas la desean para sus editoriales de moda.
Georgina y sus ibéricos son ahora una realidad que nadie de su alrededor imaginaba. Sabe manejar los tiempos. “Somos una familia feliz. Siempre me imaginé esto que tengo ahora. Un hombre maravilloso, que me ama, me adora y me cuida”, contaba en uno de sus últimos mensajes, donde da gracias a Dios “por todo lo que tengo”. No tuvo una vida fácil y ahora la ha encontrado junto a Ronaldo, los suyos y sus ibéricos
La primera vez que supimos de la existencia de Georgina Rodríguez fue como vendedora de una tienda de lujo en el barrio de Salamanca. El local en cuestión era uno de los preferidos de Cristiano Ronaldo que, como muchos futbolistas, lleva los logos de las grandes marcas (casi) marcados en la frente en su vida privada. En el caso del exjugador del Manchester United, su agenda consumista preferida era Gucci y, casualidades de la vida, fue donde contrataron a Georgina tiempo después de llegar a Madrid.
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