Rey Juan Carlos: 23-F en el Congreso sin el emérito o 'the elephant in the room'
El emérito será hoy en el hemiciclo ese enorme animal con que los anglosajones describen el problema que todos fingen no ver pese a ocupar todo el recinto en el que se encuentran
Aplaudo sin reservas la idea de celebrar el 40 aniversario del 23-F como un hito de la democracia. Sobre el papel, la iniciativa de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, solo puede merecer parabienes. Sin embargo, la realidad, el contexto, siempre condiciona la mejor de las buenas intenciones, y resulta que la ausencia forzada del máximo protagonista frente a aquel golpe, el viejo héroe de la Corona, hoy bien vivo pero convertido en personaje incómodo para la propia democracia, recuerda demasiado al famoso ‘elephant in the room’. El rey Juan Carlos será hoy en el Congreso de los Diputados ese enorme animal con que la metáfora anglosajona describe al problema que todos fingen no ver pese a ocupar todo el recinto en el que se encuentran.
Ya pasó en la conmemoración de las primeras elecciones de la democracia. Por aquel entonces -junio de 2017-, el emérito era ya un jarrón chino difícil de ubicar, tanto para unas Cortes infectadas por la nueva beligerancia republicana, como para una Corona temerosa de tormentas políticas y empeñada en marcar un perfil propio para el joven monarca, no contaminado por las oscuras sombras del final del anterior reinado. Unos y otros adujeron problemas protocolarios para justificar la no invitación del principal impulsor -junto a Adolfo Suárez- de aquellos históricos comicios. Pero no evitaron que el 'elefante en la habitación' del que nadie hablaba se convirtiera en la noticia de la jornada. Más aún porque el ‘elefante’ se revolvió desde su jaula de Zarzuela, y salió a protestar con toda la cacharrería. Vaya si lo hizo, a través de sus amigos, esa misma tarde en los digitales y al día siguiente en las principales portadas de los periódicos.
Tal fue el público despecho del viejo Rey que Cortes y Corona corrigieron el tiro al año siguiente, en el 40 aniversario de la Constitución española. De hecho, aquella ceremonia -diciembre de 2018- se convirtió no solo en una suerte de rehabilitación del padre del monarca, sino en el primer y último homenaje institucional al ‘rey de la democracia’. Un título innegable y de carácter merecidamente vitalicio que, no obstante, en pocos meses quedó sepultado por el peso de sus propios errores.
Y es que fue solo cuatro meses después -marzo de 2019- cuando el mismísimo Felipe VI cortó por lo sano con su real padre. Claro que lo hizo en secreto. Nadie se enteró hasta el año siguiente de su plante por escrito y ante notario -abril de 2019- frente a cualquier herencia que pudiera corresponderle de la Fundación Lucum sobre la que le ponía sobre aviso -y chantaje- en esa misma fecha la princesa Corinna. Mucho menos imaginó nadie que la completa retirada de la vida pública del emérito -en mayo de aquel año- tuviera algo que ver con estos escabrosos asuntos.
Lo cierto es que el comunicado de marzo de 2020, en pleno confinamiento de la primera ola del covid, en el que Zarzuela ponía nombre y apellido al abogado defensor del ‘rey de la democracia’ ante los tribunales, ponía punto y final a cualquier otro futuro homenaje de carácter histórico. Ni siquiera habría hecho falta que se dieran otros hitos más graves -la investigación de Físcalía, el exilio forzado de España del emérito o su regularización fiscal- en el terrible año de la pandemia. Don Juan Carlos había pasado de jarrón de porcelana china a vaso de cristales rotos.
Y esta es la paradoja que se impone sobre la ceremonia de hoy en el Congreso. Un 23-F sin Juan Carlos es como un Roland Garros sin Nadal, o -perdón por el abuso de la imagen que inauguró el declive del anterior Rey- como un safari sin elefantes. Menos mal que la monarquía constitucional, la Corona, pese lo que pese al partido que nos cogobierna, es algo más que sus propios monarcas. Es historia, es presente y -si nada se tuerce aún más- es futuro de España.
Aplaudo sin reservas la idea de celebrar el 40 aniversario del 23-F como un hito de la democracia. Sobre el papel, la iniciativa de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, solo puede merecer parabienes. Sin embargo, la realidad, el contexto, siempre condiciona la mejor de las buenas intenciones, y resulta que la ausencia forzada del máximo protagonista frente a aquel golpe, el viejo héroe de la Corona, hoy bien vivo pero convertido en personaje incómodo para la propia democracia, recuerda demasiado al famoso ‘elephant in the room’. El rey Juan Carlos será hoy en el Congreso de los Diputados ese enorme animal con que la metáfora anglosajona describe al problema que todos fingen no ver pese a ocupar todo el recinto en el que se encuentran.
Ya pasó en la conmemoración de las primeras elecciones de la democracia. Por aquel entonces -junio de 2017-, el emérito era ya un jarrón chino difícil de ubicar, tanto para unas Cortes infectadas por la nueva beligerancia republicana, como para una Corona temerosa de tormentas políticas y empeñada en marcar un perfil propio para el joven monarca, no contaminado por las oscuras sombras del final del anterior reinado. Unos y otros adujeron problemas protocolarios para justificar la no invitación del principal impulsor -junto a Adolfo Suárez- de aquellos históricos comicios. Pero no evitaron que el 'elefante en la habitación' del que nadie hablaba se convirtiera en la noticia de la jornada. Más aún porque el ‘elefante’ se revolvió desde su jaula de Zarzuela, y salió a protestar con toda la cacharrería. Vaya si lo hizo, a través de sus amigos, esa misma tarde en los digitales y al día siguiente en las principales portadas de los periódicos.
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