La fiesta y la mudanza frustrada de las (no) bodas de plata de la infanta Cristina y Urdangarin
El matrimonio celebraría este martes 4 de octubre los 25 años de casados. Después de mudarse a un refugio lejos de la prensa, la Infanta planeaba una gran fiesta
Celebrar unas bodas de plata es algo inusual hoy en día. Son pocos los matrimonios que llegan a cumplir los 25 años de casados. Casados con sus montañas rusas, sus problemas y sus alegrías, con hijos, con trabajos, con discusiones, cariño, reconciliaciones… Y si es difícil para una pareja ‘normal’, imaginen lo que ha podido significar para una como la que formaban la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Una travesía en el desierto que en su caso no ha llegado a ningún oasis. Bueno, en realidad no ha llegado a ninguna parte.
Pese a la dureza del camino, la hermana del Rey pensaba celebrar sus bodas de plata por todo lo alto. Lo peor ya había pasado. Tal y como ha podido saber este medio, según su círculo más cercano la hija del emérito pensaba que, cuando su marido obtuviera el tercer grado, podría terminar su condena en Ginebra. Así que a estas alturas, justo este martes, cuando se hubieran cumplido sus 25 años de casados, lo habrían celebrado con una gran fiesta.
La Infanta planeaba montar una celebración íntima, con su familia y algunos amigos; eso sí, a lo grande. Habrían sido en total casi 100 personas. Porque no era una fiesta cualquiera, tenía que ser la fiesta de tantas cosas… Las montañas rusas a las que se habían subido habían sido muy altas y las caídas, muy pronunciadas. Los problemas habían parecido insuperables, pero ya estaba. Ya había casi terminado. Que Urdangarin saliera de prisión con un tercer grado era un motivo más para celebrar. Pero no pudo ser.
La renuncia
Se rompió todo antes de llegar a la fecha marcada en el calendario de la hermana de Felipe VI, una mujer que siente que lo ha dado todo, que ha renunciado a todo por su marido y que ha visto cómo este le devolvía el esfuerzo con una puñalada. Después de tanto nadar, se ahogaron en la orilla.
La infidelidad de Iñaki Urdangarin, retratada y publicada, fue la puntilla a una relación que había sufrido un largo y profundo desgaste después de tantas presiones externas y de tantos problemas internos. Por eso mismo parecía que ya nada podía pasar: todos los baches se habían superado, incluso el paso de Iñaki por la cárcel, la prueba definitiva, pensaron ellos.
La crisis
Él salió muy tocado de la experiencia carcelaria, su carácter se había agriado, estaba extraño, distante, y la Infanta entendió que su marido necesitaba espacio y tiempo. Notó que algo fallaba y así se lo contaba a los suyos, que en aquellos días eran sus pocos amigos y la familia Urdangarin. Incluso habló con sus hijos, a quienes pidió paciencia ante la crisis que vivían sus padres. Algo fallaba, sí, pero nada presagiaba que todo iba a acabar cómo acabó.
Es más, la infanta Cristina se había mudado de casa mientras Urdangarin estaba en prisión para crear un ambiente más privado, un refugio para la familia. Dejó aquella casa en Rue des Granges, tantas veces fotografiada en los medios. Dijo adiós al portón de madera convertida casi en símbolo, allí donde se apostaban los periodistas, a decenas durante el caso Nóos. La mudanza debía ser un paso más en sus planes de vivir juntos en Ginebra, lejos de las miradas ajenas. Ambos necesitaban olvidarse de todo lo vivido.
El traslado
Una de las peticiones más insistentes de Mario Pascual Vives, abogado de Urdangarin, era poder trasladar la vivienda del exduque a Ginebra. Allí quería terminar su condena, algo que no es tan descabellado, tal y como comentaba a este medio, en numerosas ocasiones, la dirección general de Instituciones Penitenciarias. Sus miembros comentaban que es un hecho extraño que un preso termine su condena en el extranjero, pero es también posible, ya que hay algunos presos que sí lo han hecho. Por eso no era de extrañar que Iñaki pudiera terminar haciéndolo.
Esa era la intención de ambos. Aunque su vida cambió de tal forma que ese deseo se convirtió en una condena. Una más. Urdangarin pensó que al salir de prisión tendría las espaldas cubiertas por quienes se había sacrificado, que la familia de su mujer le echaría una mano. Pero quienes debían ayudarle ya no estaban y se encontró ante un vacío inmenso que solo su familia pudo llenar con un trabajo en un bufete que los Urdangarin conocían. El resto es historia. Una compañera de trabajo que se convierte en una buena amiga, en un apoyo moral y social en los momentos más duros. Una mujer joven, en forma, en crisis con su marido, que pasa de ser compañera de trabajo a algo más, mucho más.
La ruptura
Este martes 4 de octubre se cumplen 25 años de aquella boda que inundó Barcelona de royals y de famosos. De aquella ceremonia que sedujo a toda una ciudad. 25 años de un compromiso para toda la vida que ha terminado siendo una promesa fallida y que ha dejado a cada uno de sus componentes rotos.
Han sido muchos los obstáculos que han superado, cada uno a su manera. El caso Nóos ha sido sin duda la bomba que ha hecho estallar las estructuras matrimoniales, un siniestro total del que ambos tardarán mucho en curarse.
Celebrar unas bodas de plata es algo inusual hoy en día. Son pocos los matrimonios que llegan a cumplir los 25 años de casados. Casados con sus montañas rusas, sus problemas y sus alegrías, con hijos, con trabajos, con discusiones, cariño, reconciliaciones… Y si es difícil para una pareja ‘normal’, imaginen lo que ha podido significar para una como la que formaban la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Una travesía en el desierto que en su caso no ha llegado a ningún oasis. Bueno, en realidad no ha llegado a ninguna parte.