La increíble historia de Catalina Parr, última esposa de Enrique VIII, que ha conquistado Cannes
Cannes acaba de estrenar la película 'Firebrand', en la que se cuenta la historia de la única mujer de Enrique VIII que ni fue repudiada ni decapitada
De todas las mujeres que Enrique VIII tuvo, seis, la más afortunada quizás fue la última, Catalina Parr. Y no por el hecho de no ser después sustituida por otra, como las que la precedieron, sino porque su matrimonio terminó por primera vez para el monarca, cuando la muerte los separó. Parr fue la única que lo sobrevivió y, quizás por ello, la más afortunada.
Cannes acaba de estrenar la película 'Firebrand' (no hay todavía fecha de estreno), protagonizada por Alicia Vikander y Jude Law, quienes interpretan la vida de Catalina Parr y Enrique VIII. Antes de entrar en materia conviene recordar que el monarca de la dinastía Tudor tuvo seis esposas, la primera de las cuales, Catalina de Aragón, era una de las hijas de los Reyes Católicos, que hicieron de la estrategia de casar a sus hijos todo un arte.
Bien es cierto que la pobre Catalina tuvo un final desgraciadísimo por obra y gracia del capricho de su marido que, viendo que el Papa Clemente VII no se doblegaba al deseo del monarca de concederle la nulidad para desposarse así con Ana Bolena, rompió con Roma en la llamada por los historiadores Reforma Anglicana. En 1527, y tras 18 años de matrimonio con una reina que no le había podido dar un heredero varón, Enrique comienza las trifulcas con el papado. En ningún caso ni él ni Isabel I pueden ser comparados con los grandes reformadores de la iglesia del XVI (Lutero, Calvino). Los intereses de ambos monarcas, padre y después hija, fueron otros bien diferentes. Sus 'argumentos religiosos' no fueron otros que nacieron de la inspiración del fortísimo deseo de subordinar la vida eclesiástica a los intereses del Estado.
En 1534 hizo aprobar en el parlamento el Acta de Supremacía, convirtiendo al rey en el jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra. Hay grandes argumentos para defender que de no haber estado tan mal considerado el papado en las Islas Británicas, y estando la iglesia británica acostumbrada a vivir de forma tan autónoma, esta reforma no hubiera triunfado. Pero la historia no establece 'predicciones pasadas'.
Sea como fuere, Enrique VIII parece que convirtió en costumbre el hecho de desposarse y, una vez cansado, hacer desaparecer el vínculo matrimonial bien acusando a su esposa de adulterio y siendo este un crimen contra el monarca, ergo, alta traición, decapitando así a la cónyuge, o simplemente divorciándose de ella para contraer matrimonio con la siguiente. Repudiada, divorciada o decapitada fueron las opciones de las cinco primeras. La de Catalina Parr fue la de viuda, aunque no estuvo exenta del peligro de casi llegar a pasar por el patíbulo. Una costumbre para el monarca como otra cualquiera.
Consejos si va a ver esta película
El cine es un arte y como tal puede tomarse sus licencias. Es un deber del historiador tratar de señalar lo que es verdad y lo que es falso a través de lo que la historia nos ha dejado y una elección del espectador saberlo. En primer lugar, el contexto histórico es el siglo XVI, donde desde luego ni existía el feminismo ni los derechos para nadie más que para las élites y ni siquiera para todas. Recuerden, el antepasado del exmarido de la reina Camila, mando ejecutar a dos reinas.
Se ha comentado por quienes han podido ver la película que se le da un aire feminista al final. Feminista la reina Catalina Parr no pudo ser, no al menos en el sentido que hoy conocemos. Desde luego lo que sí podemos afirmar de ella es que fue lo suficientemente sagaz como para no acabar decapitada y probablemente no fue sustituida por otra más joven y más bella porque ya el monarca estaba envejecido y con los terribles dolores de su pierna. Tampoco Isabel I, la hija de Enrique VIII y Ana Bolena, fue feminista por negarse a contraer matrimonio. Lo que sí podemos decir de ella es que supo muy bien salvaguardar su poder y siendo como era la reina titular, no quiso arriesgarse a perder su poder matrimoniando con nadie.
Catalina Parr se casó cuatro veces, pero no porque fuese una mujer adelantada a su tiempo. Simplemente se quedó viuda las tres primeras veces y muy joven (Enrique VIII fue su tercer esposo al que sobrevivió). De ninguno de ellos tuvo hijos, pero sí con el cuarto a los 35 años, una edad tardía para ser primeriza en la época, pero perfectamente posible.
El monarca inglés es un personaje totalmente del Quinientos, lo que implica muchísimos rasgos propios de la época que le son inherentes por el hecho de haber nacido en ese momento viviendo todo lo que en esa centuria Europa vivió. Como muchos historiadores han convenido, la Europa de la segunda mitad del XVI era un continente de príncipes que, conscientes de la imagen del poder que deseaban transmitir a sus súbditos, buscaron con empeño un gran número de símbolos que resaltasen la dignidad de su magistratura. Así por ejemplo la liturgia cortesana respondía a una doble función: por un lado, recordar la auctoritas del monarca; y por otro, impresionar al invitado extranjero. Como puede observar el lector, el concepto de marketing estaba ya inventado en el XVI. Enrique no fue, ni muchísimo menos, ajeno a esta pompa y boato. Además, fue un monarca autocrático y el primer argumento para poder justificar esta idea era religioso. Solo una estrecha relación del rey con Dios podría justificar ese poder que resultaba ser una emanación de la justicia divina. Recuerden el boato y la pompa de la reciente coronación de Carlos III. En todas estas ideas citadas se encuentra la explicación.
Catalina Parr no se casó porque quisiera, ya que eso no existía en esa época, mucho menos para las mujeres de la nobleza y ella lo era (entre sus antepasados se encontrada Eduardo III el Confesor). Se casó porque Enrique VIII se encaprichó de ella, como lo había hecho de otras esposas, salvo de Catalina de Aragón, con la que matrimonió después de que esta hubiera enviudado de su hermano mayor, Arturo.
De Catalina se sabe poco en comparación con las la primera y segunda esposa del rey. Claro que las circunstancias que acompañaron a las dos primeras reinas fueron tan excepcionales que hubiera sido difícil que no recogieran sus vidas los anales de la historia. La primera, porque por su divorcio se abrió una de las mayores crisis de la entonces Inglaterra con el papado; y la segunda, porque su vida terminó de manera abrupta por su decapitación. Y, sobre todo, porque ambas fueron las madres de las que luego reinarían por derecho propio, María Tudor e Isabel I.
De la vida de Catalina habría que resaltar el papel principal que tuvo en la reconciliación de las hermanastras, María e Isabel, y desde luego que para ello jugó muy a su favor el hecho de que cuando se convirtió en reina de Inglaterra (y más tarde de Irlanda también), era una mujer experimentada de 32 años, para la época una persona ya madura. Dos matrimonios la colocaron en un punto de partida de muchísima ventaja frente a sus predecesoras tanto en el lecho nupcial como en el trono. A pesar de su edad, era 23 años más joven que el rey y cuando contrajo matrimonio este ya estaba bastante mal de salud por culpa de la úlcera de la pierna, que además de desprender un olor pestilente aquejaba al monarca de fortísimos dolores que acrecentaron todavía más su mal carácter.
Es sorprendente que al poco de estar casados, Enrique VIII, en una fallida expedición a Francia, dejara todo su poder en manos de Catalina, ejerciendo esta como reina regente. En una época como el XVI este acto denota una fuerte confianza del rey en su mujer o una fuerte desconfianza en la corte. Catalina era, además, una de las mujeres con mayor fortuna del reino en virtud de la herencia que le había dejado su marido cuando enviudó de este antes de casarse con el rey. Además, era rica por familia y una mujer con una cultura bastante notable. Aunque lo más probable es que jamás estuviera enamorada del rey ni tampoco debió de haber unos intereses económicos fuertes en su aceptación, sí que podemos intuir que su idea de propagar el protestantismo siendo la reina consorte pudo tener un gran peso para ella.
De hecho, llegó a ser sospechosa de renegar del anglicanismo en favor de dicho protestantismo, motivo que le valió estar en el punto de mira de su esposo. Todas estas características hicieron de ella una mujer con un cierto poder sobre su marido y, lo más importante, una suerte de madre para sus hijastras María Tudor e Isabel I, a las que logró poner de nuevo en la línea de sucesión al trono después de años apartadas de la corte. Este hecho hizo que Enrique VIII viviera los últimos años de su vida con una relativa y calma, toda la que en vida jamás tuvo.
Gema Lendoiro es periodista y doctorada en Historia Moderna por la Universidad de Navarra
De todas las mujeres que Enrique VIII tuvo, seis, la más afortunada quizás fue la última, Catalina Parr. Y no por el hecho de no ser después sustituida por otra, como las que la precedieron, sino porque su matrimonio terminó por primera vez para el monarca, cuando la muerte los separó. Parr fue la única que lo sobrevivió y, quizás por ello, la más afortunada.