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Gloria Grahame, la mala más sexy del cine: el amor prohibido por su hijastro y un triste final
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CENTENARIO

Gloria Grahame, la mala más sexy del cine: el amor prohibido por su hijastro y un triste final

La protagonista de 'Los sobornados' o 'En un lugar solitario' sigue siendo uno de los rostros más llamativos y únicos de la historia de Hollywood

Foto: Grahame en un fotograma de 'Los sobornados'. (CP)
Grahame en un fotograma de 'Los sobornados'. (CP)

Contaba Juan Miguel Lamet, hombre sabio y un histórico del cine español que, después de Joan Bennett, Gloria Grahame fue su ''novia' de cine, su gran pasión por alguien que jamás llegó a conocer. Con su cara, a veces perversa, a veces tormentosa, siempre llena de matices, esta inmensa actriz se convirtió en una estrella a contracorriente. Fue la némesis de las ingenuas que personificaron June Allyson o Doris Day, la chica mala que puede que en el fondo (o quizás no) tuviese un gran corazón. Así era la Violet de '¡Qué bello es vivir!' o la mujer fatal que traiciona a sus compañeros, los malos de la peli, en beneficio del buen policía encarnado por Glenn Ford en 'Los sobornados'.

Por su personaje en 'Cautivos del mal', Grahame ganó el único Oscar de su carrera en 1953, cuando el mundo ya se dividía entre las rubias explosivas a lo Marilyn y las princesitas de cuento a lo Audrey Hepburn, que justo ese año debutaba en Hollywood con 'Vacaciones en Roma' y también se llevaba otro Oscar, el de actriz principal. Frante a esa fácil dicotomía, Grahame, que este martes habría cumplido 100 años de vida, fue un personaje inclasificable, una gema para los que buscan y rebuscan mujeres y perfiles que se salgan de la norma establecida.

Descendiente del rey Eduardo III y nacida en Los Ángeles, de sus primeros éxitos en los escenarios de Broadway pasó al Hollywood de mediados de los 40 para ser contratada por la Metro-Goldwyn-Mayer. Los primeros papelitos en películas la llevaron a destacar entre las demás y también a desarrollar manías que hoy nos pueden parecer divertidas. Tras una mala operación, Grahame odiaba la caída de su labio superior, y se ponía algodones dentro de la boca para disimularlo. Algún actor se quejó de encontrarse con algún resto cuando tenía que besar a la intérprete en los labios, en esa boca que forma parte de su iconografía tanto como su mirada aviesa.

placeholder Junto a Glenn Ford en 'Los sobornados'. (CP)
Junto a Glenn Ford en 'Los sobornados'. (CP)

En 1948, Grahame contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con el director Nicholas Ray. Él le regaló, dos años más tarde, uno de los retratos más duros del amor entre las bambalinas del cine; un retrato inmisericorde que, en cierto modo, era autobiográfico: 'En un lugar solitario'. En la película, ella encarnaba a una mujer que aguanta pacientemente la ira de un guionista alcohólico al que daba vida Humphrey Bogart, con el que no se llevó excesivamente bien durante el rodaje.

Tras aquella cinta, la primera mitad de los 50 fue la de su reinado absoluto. Los espectadores que pasaban tres kilos de las chicas buenas enseguida se fijaban en su mirada libidinosa y en sus formas gatunas. La Grahame era, sin duda, una chica especial.

Su matrimonio con Ray fue corto y tormentoso. El alcohol y las discusiones formaron parte de los cuatro años que duró su unión y cuando esta se terminó, en 1952, la actriz apostó fuerte por su carrera. Fue entonces cuando el público la disfrutó en películas que ya forman parte de lo mejor del séptimo arte. Dos de ellas dirigidas por Fritz Lang (además de 'Los sobornados', es imposible olvidarla en 'Deseos humanos') y otras tantas verdaderamente memorables. ¿Quién podría olvidar la forma en la que se insinúa ante Robert Mitchum mientras un caballo galopa metafóricamente en torno a ellos en 'No serás un extraño'? En la película, él está prometido con la pacata y bondadosa Olivia de Havilland, pero, como pasa muchas veces, el protagonista prefiere a la mala aunque esta lo pueda llevar a la perdición más absoluta. Como decía la pobre Olivia en la película, preocupada por que Mitchum la engañase con Grahame, "ojalá no estuviese tan guapa con ese vestido". Es lo que debían pensar muchas de las mujeres casadas o con novio que se cruzaron en su camino.

placeholder Grahame en una foto publicitaria. (CP)
Grahame en una foto publicitaria. (CP)

De los escándalos que protagonizó la buena de Gloria, ninguno fue tan sonado como casarse con su hijastro Tony, precisamente hijo de Nicholas Ray, en 1960. Madre de cuatro hijos, aquella salida de tiesto, que se adelantó en décadas a la de Woody Allen y Soon Yi, le costó cara e hizo que los tribunales le quisiesen quitar la custodia de algunos. Y, aunque ya estaba prácticamente excomulgada del cine, su carrera derivó aún más hacia el teatro, el primer medio que le había abierto las puertas siendo apenas una jovencita. Contaba Rosa Belmonte en 'LIbertad Digital' que Gloria estuvo casada con Tony Ray hasta 1974 y tuvo con él dos hijos. En el tiempo que duró el mediático matrimonio a ninguno de los dos les importó un carajo que la moral conservadora tachase de impropia su relación.

El final de Grahame fue triste, como avanzaba su vida novelesca y tortuosa. Tal y como reflejaba película 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool' (en la pantalla la encarnaba una maravillosa Annette Bening), basada en las memorias de un examante, Peter Turner, Grahame padeció los sinsabores del cáncer demasiado joven, a los 57 años. A principios de los 80, y tras un desvanecimiento,Turner acudió en ayuda de su antiguo amor. Él se la llevó a su casa familiar de Liverpool para que estuviese bien acompañada y bien tratada por sus familiares. Gloria Grahame tenía cáncer de estómago y se negaba a estar rodeada de medicinas, médicos y tratamientos que le alargasen la vida. Su antiguo amante, también mucho más joven que ella, la veneraba y respetaba como mujer y como estrella, y no quiso que los últimos estertores de su vida fuesen tan amargos.

placeholder Otro retrato de estudio de la actriz. (CP)
Otro retrato de estudio de la actriz. (CP)

El 5 de octubre de 1981, la actriz falleció en un hospital de Nueva York. Aunque su obituario no fue tan grandilocuente como el de otras estrellas femeninas del cine clásico, con el tiempo no se ha parado de reivindicarla. Su cara quemada por el café caliente de Lee Marvin en 'Los sobornados' o su sonrisa frente al apesadumbrado James Stewart en '¡Qué bello es vivir!' son tan intrínsecos a la historia del cine como King Kong colgando del Empire State o E.T. queriendo volver a casa. Cuatro décadas después de su muerte, una cosa está clara: cualquier espectador que se haya cruzado alguna vez con el rostro de Gloria Grahame jamás lo olvidará.

Contaba Juan Miguel Lamet, hombre sabio y un histórico del cine español que, después de Joan Bennett, Gloria Grahame fue su ''novia' de cine, su gran pasión por alguien que jamás llegó a conocer. Con su cara, a veces perversa, a veces tormentosa, siempre llena de matices, esta inmensa actriz se convirtió en una estrella a contracorriente. Fue la némesis de las ingenuas que personificaron June Allyson o Doris Day, la chica mala que puede que en el fondo (o quizás no) tuviese un gran corazón. Así era la Violet de '¡Qué bello es vivir!' o la mujer fatal que traiciona a sus compañeros, los malos de la peli, en beneficio del buen policía encarnado por Glenn Ford en 'Los sobornados'.

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