Los Goya de Penélope y Bardem sin máscaras, una Cate Blanchett deslumbrante y riesgo estético
Los mejores embajadores de nuestro cine se mostraron afables y encantadores mientras la actriz australiana, que pasó brevemente por la alfombra roja, acaparó todas las miradas
Este 12 de febrero invernal anunciaba calor en una Valencia berlanguiana; una Valencia que ha supuesto, para la Academia del Cine Español y los Goya, el marco de un intento de normalidad postpandémica; una normalidad que se fue imponiendo desde la propia alfombra roja, plagada de nuevo de estrellas y de embajadores de nuestro cine a los que preferimos ver en directo que en casa con pantuflas. La normalidad también alcanzó una gala que pretendió, más que nunca, volver a la época previa a las mascarillas, las restricciones y las complejidades de un virus que nos lleva cambiando (o amargando) la vida desde hace ya dos años. No era nada fácil estar a la altura de un evento, el del año pasado, considerado por muchos el mejor de la historia de los premios. Toda una paradoja a pesar de que aquella gala fue básicamente telemática.
La alfombra roja arrancó con Jedet o Cristina Castaño, que nos anunciaron un número musical introductorio que descubríamos minutos más tarde, cuando versionaron el inmortal ‘Libre’ del no menos inmortal Nino Bravo. Si hablamos de looks, hubo grandes modelos que repasar y gente que arriesgó, para deleite de los más fashionistas. ¿Qué decir del dos piezas negro de la firma MANS, con maxi lazos en tono rosa pastel, y unos pantalones de pinzas que lució Eduardo Casanova? El joven nos contaba que cada vez va dejando más atrás eso de ser actor. Lo suyo, ahora, es la dirección y una admiración in límites por Ángela Molina, que protagoniza ‘La piedad’, su segunda película. “Me ha salvado la vida”, dijo emocionado.
También fuimos muy fans de Milena Smit y su corpiño metalizado de Balmain, del escote recto y el vestido negro de Aitana Sánchez-Gijón o del look princesa Leia de Verónica Echegui. Ese riesgo se tradujo, afortunadamente, en más aciertos que desaciertos. Como acertada fue la unión fraternal y amorosa que llenó la alfombra roja y la propia gala, con hermanos como Álvaro y Ángela Cervantes (nominada por ‘Chavalas’). Al rubio de los ojos azules más intensos de nuestro cine se le caía la baba ante el reconocimiento de ella. Esta fue, de hecho, una noche de parentescos. Ya en la gala, hubo vídeos de familiares que elogiaban de forma emotiva (que nunca falte la emoción en estas galas) a los nominados a mejor actor y actriz revelación.
También tuvimos posado de las parejas orgullosas que apoyaban el trabajo de su partenaire. Álex García no ahorró elogios al hablar de la nominación de su chica, Verónica Echegui, por su cortometraje ‘Totem Loba’, que se acabó llevando el premio. “Estoy aquí por ella”, nos dijo emocionado. Ella le devolvió los elogios desde el escenario, y ya con el premio en mano, por apoyarla en su papel de productor con un sincero “te amo”.
Pero las estrellas de la noche, no nos engañemos, fueron Penélope Cruz y Javier Bardem. La pareja de las parejas de nuestro cine, la actriz y el actor que esta misma semana han logrado una nominación al Oscar por sus trabajos en ‘Madres paralelas’ y ‘Ser los Ricardos’. Casi siempre esquivos con la prensa española (o esa es la fama que, justificada o no, tienen), ambos fueron encantadores. Posaron juntos en la alfombra roja y se mostraron más que dispuestos a responder preguntas sobre el otro. “Lo de Javier estaba claro”, nos contaba una tímida y espectacular (su diseño de Chanel fue unánimemente elogiado por todos) Penélope Cruz. La ilusión por la candidatura de su pareja se reflejaba en sus ojos, mucho más tímidos en directo que en la inmensidad de la gran pantalla.
“Sería tremendamente injusta”, comentaba acerca de qué prefería, si ganar el Goya o el Oscar, si elegir entre papá o mamá. Bardem, por su parte, tuvo la elegancia de bromear con el inefable Torito, disfrazado para la ocasión de la Penélope que ganó aquel Oscar por ‘Vicky Cristina Barcelona’. “¿Bardem en ‘Viva la vida’?”, se escuchó decir a algunos de los presentes en la alfombra, estupefactos ante la presencia del ganador del Goya al Mejor Actor por ‘El Buen Patrón’ en un tipo de programa en el que jamás hubiese aparecido de otra forma. Pero Bardem y Penélope eran, este sábado, la viva imagen de la cercanía, eso que cierta prensa española siempre les reprochó no tener. "Quiero dedicar este premio a Penélope, que es la mujer que respeto, admiro (...) Y a nuestros hijos, lo más hermoso de nuestras vidas. Papá y Mamá os aman"; le dijo Javier a su pareja cuando ganó el Goya unas horas después por 'El Buen Patrón'.
Tanto ellos como Pedro Almodóvar fueron los anfitriones de Cate Blanchett, que pasó de manera fugaz por la alfombra roja y pronunció un discurso cargado de emoción unos minutos más tarde. La australiana ‘Elizabeth’, la Katharine Hepburn de ‘El Aviador’, agradeció el cambio de vida que le produjo ver cine de Luis Buñuel y, por tanto, enamorarse del cine español. Cate fue la estrella de las estrellas y como tal llegó al recinto poco antes de que el equipo de ‘Madres Paralelas’ asomase la cabeza y Pedro Sánchez finalizase el desfile de invitados enarbolando una defensa algo esquemática del cine español.
Fue la noche de ‘El Buen Patrón’, la noche en la que Fernando León de Aranoa nos dijo que no era momento de revisar las normas de la Academia tras la petición de Agustín Almodóvar; de la revindicación de esas autoras de bandas sonoras que hizo Zeltia Montes o del homenaje a Verónica Forqué por parte de Mariano Barroso, presidente de la Academia. Una noche con sabor valenciano y berlanguiano en esa Valencia que tanto tuvo que ver siempre con nuestro cine; un cine siempre herido de muerte que, pese a plataformas y pandemias, siempre saca pecho en estos premios con nombre de genio de la pintura.
Este 12 de febrero invernal anunciaba calor en una Valencia berlanguiana; una Valencia que ha supuesto, para la Academia del Cine Español y los Goya, el marco de un intento de normalidad postpandémica; una normalidad que se fue imponiendo desde la propia alfombra roja, plagada de nuevo de estrellas y de embajadores de nuestro cine a los que preferimos ver en directo que en casa con pantuflas. La normalidad también alcanzó una gala que pretendió, más que nunca, volver a la época previa a las mascarillas, las restricciones y las complejidades de un virus que nos lleva cambiando (o amargando) la vida desde hace ya dos años. No era nada fácil estar a la altura de un evento, el del año pasado, considerado por muchos el mejor de la historia de los premios. Toda una paradoja a pesar de que aquella gala fue básicamente telemática.