Felipe de Edimburgo, más allá de Isabel II: su carácter con la familia (para bien y para mal)
Su dura infancia le llevó a desarrollar un bagaje emocional limitado a la supervivencia y la relación con sus hijos nunca fue excesivamente cariñosa
Cuando John F. Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963, el duque de Edimburgo viajó hasta Washington para poder acudir al funeral en representación del Palacio de Buckingham. Debido a su avanzado embarazo, la reina Isabel II se tuvo que quedar en Londres. El día de la ceremonia, Jacqueline Kennedy no lograba encontrar a su hijo pequeño John Jr. dentro de la Casa Blanca. Pero cuando abrió la sala de juegos, se lo encontró riendo con el príncipe Felipe. Con tan solo dos años, el niño había dicho que no tenía nadie con quien jugar y que echaba de menos a su papá. Por lo que el marido de Isabel II intentó hacer lo posible por distraerle. En mayo de 1965, el gobierno británico cedió un terreno a los Estados Unidos para realizar un monumento al presidente asesinado en Runnymede, donde 750 años antes se había firmado la Carta Magna. En el acto oficial, John Jr. aparecía en las fotos de la mano del duque de Edimburgo. Un gesto que daba cuenta de cómo era Felipe de Edimburgo más allá de Isabel II y su carácter.
La ternura que el esposo de Isabel II mostró con el pequeño no la tuvo, sin embargo, con ninguno de sus cuatro hijos. Tampoco se le puede culpar del todo. Su dura infancia le llevó a desarrollar un bagaje emocional limitado a la supervivencia. Su familia tuvo que dejar su Grecia natal huyendo de los turcos. Al llegar a Francia, su padre les abandonaría para irse con su amante y perderse en el juego. Su madre ingresaría en un psiquiátrico. Y sus hermanas mayores se casarían con príncipes alemanes. Por lo tanto, Felipe pasó su infancia y juventud solo, de internado en internado, con la más férrea disciplina y desafecto.
Con su primogénito, el príncipe Carlos, la relación siempre fue especialmente distante. El heredero al trono llegó a confesar en un documental hace décadas producido por Jonathan Dimbleby que veía a su padre como un tirano y a su madre como una mujer fría, incapaz de mostrar sus sentimientos. "La enérgica personalidad de mi padre me tenía totalmente intimidado, sus constantes broncas me llevaban hasta las lágrimas", señaló.
Mientras el príncipe Felipe era competitivo, físicamente atlético y destacó en todos los deportes durante sus años en el internado escocés de Gordonstoun, su hijo Carlos llegó a decir que su experiencia en este mismo centro fue horrible ya que se sentía "como una cárcel". El duque de Edimburgo señaló en una ocasión: "Carlos es un romántico y yo un pragmático. Eso significa que vemos las cosas de manera diferente".
Con la princesa Ana, la única niña que tuvo el matrimonio, las cosas sin embargo eran diferentes. Su personalidad era más afín y tenían gran complicidad. Es más, cuando ella sobrevivió a un intento de secuestro en 1974, el duque de Edimburgo habló de su alivio… por el secuestrador. "Si ese hombre hubiera tenido éxito en secuestrar a Ana, ella le habría convertido su cautiverio en un auténtico infierno", bromeó.
El desapego con sus hijos se intensificó además por el hecho de no poder darles ni siquiera su apellido. A Felipe le dolió especialmente que Isabel II, presionada por la corte y por Churchill, se negara a renunciar al Windsor que había exhibido su familia desde 1917 en favor del Mountbatten. Aquello le llevó a decir que se sentía como una "condenada ameba".
En 1960, con el nacimiento del príncipe Andrés, el tercero de sus hijos, la reina le dijo al consejo privado que había decidido que sus descendientes -además de sus hijos, los que tenían derecho a usar el título de Su Alteza Real y las descendientes femeninas que se casaran- podrían llevar el apellido Mountbatten-Windsor. Pero no fue hasta noviembre de 2003, cuando Felipe vio cumplidos sus deseos con el nacimiento de su nieta Lady Louise Alice Elizabeth Mary Mountbatten-Windsor, la primera hija del príncipe Eduardo, quien por cierto, será ahora quien herede el título de duque de Edimburgo.
Felipe tenía un fuerte vínculo con su nieta Lady Louise, gracias a un amor compartido por la conducción de carruajes. En 2017, días después de ser dado de alta del hospital tras recibir tratamiento por una infección, a sus 97 años, no perdió el tiempo en asistir a un evento de conducción de polo y carruajes en el Guards Polo Club para ver competir a Lady Louise. Lo cierto es que, mientras con sus hijos mostró poco sus emociones, con sus nietos fue todo lo contrario. Era pura devoción. Con todos ellos.
Según la autora Tina Brown, en su libro de 2011 'The Diana Chronicles', Felipe fue "brillantemente eficaz" con Guillermo y Harry en el momento más difícil de su vida, cuando perdieron a su madre en 1997. El día en el que Lady Di falleció en un accidente de coche en París, sus hijos se encontraban con el príncipe Carlos, la reina Isabel II y el duque de Edimburgo pasando las vacaciones de verano en la finca escocesa de Balmoral en Aberdeenshire. Guillermo tenía tan solo 15 años. Harry, 12.
Mientras el mundo entero lloraba la muerte de 'la princesa del pueblo', el duque se mostró tremendamente protector con sus nietos, protegiéndoles mientras permanecían fuera de la vista del público e intentando mantenerles ocupados con diferentes actividades al aire libre. Cuando llegó el día del funeral, Guillermo se negó en un principio a participar en la procesión solemne acompañando el féretro de su madre ante las miles de personas que estaban en la calle. Pero fue su abuelo quien le convenció asegurándole que si no lo hacía algún día se arrepentiría. "Si yo camino, ¿caminarás tú conmigo?", le preguntó. Y abuelo y nieto caminaron juntos.
Por otra parte, Felipe fue también clave cuando Guillermo estuvo a punto de abandonar la Universidad de Escocia en los primeros meses, al tener dificultades para adaptarse. De nuevo, mantuvieron una larga conversación. Y finalmente Guillermo se quedó y acabó conociendo allí a la que hoy es su esposa, Kate Middleton. Cuando en una ocasión le preguntaron a al hijo mayor de Lady Di, cómo podría describir a su abuelo respondió: "leyenda".
Por su parte, la princesa Eugenia, hija pequeña del príncipe Andrés, le describió como "increíble". "Creo que el abuelo es realmente fuerte y consistente. Ha estado allí durante todos estos años, y creo que es la roca, el gran pilar, ya sabes, para todos nosotros”, explicó en un documental en 2016. Cuando se casó en octubre de 2018 con Jack Brooksbank, el duque de Edimburgo ya se había retirado de la vida pública. Los medios se preguntaron si finalmente asistiría a la boda, en parte por la mala relación que tenía con Sarah Ferguson, su ex nuera, y madre de la novia. Pero Felipe no lo dudó en ningún momento y allí estuvo acompañando a su nieta.
En julio de 2020, fue aún más significativa su presencia en la boda sorpresa de la princesa Beatriz, hija mayor del príncipe Andrés, con Edoardo Mapelli Mozzi. La gran ceremonia prevista se tuvo que suspender por el covid. Precisamente por los riesgos del coronavirus, a nadie le habría sorprendido si, debido a su avanzada edad, Felipe se hubiera mantenido en esta ocasión alejado de las celebración íntima que finalmente tuvo lugar.
Pero el hecho de que estuviera fue una muestra crucial de apoyo para su nieta. La única foto familiar enviada a los medios, de hecho, es donde aparecen los novios con Isabel II y el Duque. Para entonces, el padre de la novia, el príncipe Andrés, había sido condenado al ostracismo social y apartado de todo, tras la polémica por su amistad con el pedófilo Jeffrey Epstein y las acusaciones de que había mantenido relaciones con una menor. Por lo tanto, el apoyo de sus abuelos en la ceremonia fue sumamente simbólico para Beatriz.
Por su parte, el duque de Edimburgo también cambió una operación prevista de cadera para poder atender en mayo de 2018 a la boda de Harry y Meghan. Con el hijo menor de Lady Di siempre tuvo especial química. De ahí que muchos criticaran la devastadora entrevista que Harry y Meghan concedieron recientemente, acusando a la familia real, entre otras cosas, de racista, mientras Felipe se encontraba ingresado. Harry ha señalado que en ningún momento quiso perjudicar ni al duque ni a la reina Isabel II. Pero está claro que al marido de la soberana le habría gustado pasar el final de sus vidas sin más escándalos. En cualquier caso, lo que no logró empatizar con sus hijos, lo pudo hacer con sus nietos.
Cuando John F. Kennedy fue asesinado en noviembre de 1963, el duque de Edimburgo viajó hasta Washington para poder acudir al funeral en representación del Palacio de Buckingham. Debido a su avanzado embarazo, la reina Isabel II se tuvo que quedar en Londres. El día de la ceremonia, Jacqueline Kennedy no lograba encontrar a su hijo pequeño John Jr. dentro de la Casa Blanca. Pero cuando abrió la sala de juegos, se lo encontró riendo con el príncipe Felipe. Con tan solo dos años, el niño había dicho que no tenía nadie con quien jugar y que echaba de menos a su papá. Por lo que el marido de Isabel II intentó hacer lo posible por distraerle. En mayo de 1965, el gobierno británico cedió un terreno a los Estados Unidos para realizar un monumento al presidente asesinado en Runnymede, donde 750 años antes se había firmado la Carta Magna. En el acto oficial, John Jr. aparecía en las fotos de la mano del duque de Edimburgo. Un gesto que daba cuenta de cómo era Felipe de Edimburgo más allá de Isabel II y su carácter.