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Un profesional en la Zarzuela: La “auctoritas” de Felipe de Borbón
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INFORME BORBÓN 2024

Un profesional en la Zarzuela: La “auctoritas” de Felipe de Borbón

El rey es, de forma sostenida en el tiempo, el político español en activo con mayor grado de reconocimiento y respaldo social, con una diferencia abismal sobre cualquier otro

Foto: Los Reyes, en el vigésimo aniversario de su boda. (EFE / Casa de S.M. el Rey))
Los Reyes, en el vigésimo aniversario de su boda. (EFE / Casa de S.M. el Rey))

El Derecho Romano creó los conceptos de “potestas” y “auctoritas”, que se han hecho clásicos inmortales en el pensamiento político. En pocas palabras, la “potestas” es el poder de hecho que permite adoptar decisiones que afectan a la sociedad y hacerlas cumplir, mientras la “auctoritas” es la fuerza moral que deriva del reconocimiento social y el prestigio que se atribuye a alguien. La combinación de “potestas” y “auctoritas” en una misma persona, añadida a la legitimidad de origen que solo proporciona la democracia, ofrecería el retrato del gobernante ideal. Desde el cinismo que inunda nuestro tiempo se dirá que tal combinación es imposible, pero la historia -incluso la contemporánea- muestra ejemplos relevantes de esa mezcla virtuosa. A falta de “potestas”, los reyes constitucionales de nuestro tiempo están obligados a sostenerse sobre grandes dosis de “auctoritas”.

El Confidencial, en colaboración con IMOP-Insights, lleva cinco años realizando encuestas regulares sobre la imagen de la monarquía entre los españoles. Tantos como el CIS de Tezanos omitiendo esa cuestión. Nuestros estudios se refieren a la institución misma, a la figura del Rey, a su desempeño como jefe del Estado, a los miembros de la Familia Real y a los de la familia del Rey (que no son la misma cosa).

Primera conclusión difícil de refutar: pese a lo escarpado de los años en que le ha tocado ejercer su función, Felipe de Borbón es, de forma sostenida en el tiempo, el político español en activo con mayor grado de reconocimiento y respaldo social, con una diferencia abismal sobre cualquier otro. Ya quisieran el presidente del Gobierno, el líder de la oposición, los presidentes autonómicos o cualquier dirigente partidario aproximarse a las cifras de aprobación que obtiene reiteradamente el jefe del Estado.

Ciertamente, el nivel de respeto y aceptación que obtiene Felipe VI presenta perfiles desiguales entre unos y otros sectores. Lo aprecian más los mayores de 35 años que los menores de esa edad y los votantes de la derecha que los de la izquierda. Pero esas divergencias están aún muy lejos de generar la polarización cismática que provocan los demás dirigentes políticos. En el caso del Rey, los respaldos son más firmes y los rechazos más templados.

Felipe de Borbón es la única figura institucional capaz de suscitar algo parecido a un reconocimiento transversal

Puede decirse que Felipe de Borbón es la única figura institucional capaz de suscitar algo parecido a un reconocimiento transversal. Dicho de otro modo, el único político español en activo que, con todos los matices que se quiera, conserva más propiedades unitarias que divisorias y genera más consensos que disensos. En un país al que se ha vuelto a inocular premeditamente el viejo veneno del cainismo, eso vale mucho.

Sólo en dos ámbitos políticos se manifiestan actitudes fieramente beligerantes hacia el Rey: aquellos que son declaradamente hostiles a la Constitución y los nacionalistas que apuestan por la fragmentación de España. Son los mismos que han puesto a la Justicia en el centro de sus designios demoledores. Lo que es lógico, puesto que el Jefe del Estado y el Poder Judicial han demostrado ser, durante los últimos años, los defensores más eficaces de la Constitución y de la unidad de España como nación descentralizada, pero compartida. Si se consigue derribar o debilitar seriamente ambos obstáculos (en ello estamos), la quiebra del Estado de derecho y la de la unidad territorial del país estarán más cerca.

Distanciamiento del electorado socialista

Desde ese punto de vista, un dato preocupante es el progresivo distanciamiento del electorado socialista respecto a la monarquía constitucional y, específicamente, respecto al rey constitucional. En la primera encuesta de esta serie, en 2019 (con Sánchez recién llegado al poder), el 71% de los votantes del PSOE aprobaba la actuación del jefe del Estado. Cinco años después, esa cifra se ha reducido al 46% (aunque sólo el 14% expresa desaprobación; cuatro de cada seis votantes del partido gubernamental se instala hoy en un ecléctico “ni aprueba ni desaprueba”). Es una muestra más del “efecto contagio” que han tenido sobre la base electoral del PSOE seis años de asociación política con las fuerzas extraconstitucionales del sistema. En esto como en casi todo, el partido de Sánchez se ha impregnado más del ideario de sus aliados que al contrario.

¿Qué atributos ve la mayoría de los españoles en el desempeño de Felipe VI que no se reconocen -más bien, se niegan- a los demás dirigentes políticos? Fundamentalmente, tres que se repiten año tras año en esta serie de encuestas: en una valoración de 0 a 10, obtiene notas medias muy elevadas en lo que se refiere a su preparación (7,7/10), su respeto por la Constitución (7,3/10) y su profesionalidad (7,1/10). Incluso sus críticos le reconocen esos tres atributos.

Obsérvese que los motivos principales de su excelente imagen no se refieren a su encanto personal y mucho menos a una aproximación más o menos mística a su condición de representante de la Corona, sino a condiciones que se exigirían igualmente a cualquier gobernante, incluido un hipotético presidente de la República. A la mayoría de los ciudadanos nos gusta ver en la cúspide del Estado a personas solventes y bien preparadas, respetuosas de la Constitución y que se comporten como buenos profesionales conocedores de su oficio. Por ello se reconoce a Felipe de Borbón como el mejor político español de una generación políticamente malograda.

El porcentaje de quienes ven a la monarquía más débil ha pasado del 71% al 39% y sólo el 21% señala los problemas del padre como la cuestión más grave para el rey

La encuesta trae otra mala noticia para quienes celebran que la Corona se tambalee -no por la muy obsoleta discusión doctrinal sobre el principio dinástico per se (¿cambiamos Dinamarca por Venezuela?), sino porque con ella se tambalea la Constitución, que es lo que realmente se busca-.

La sacudida más destructiva que sufrió la monarquía durante el reinado de Felipe VI fue el hundimiento catastrófico de la figura de Juan Carlos I. Hace tres años, el 71% de los españoles pensaba que la monarquía estaba más débil que cuando se produjo la sucesión. Y señalaban clamorosamente como el primer factor de deterioro los comportamientos venales del rey anterior. El impacto devastador sobre la sociedad española de las andanzas del rey emérito fue proporcional a la estatura que su figura llegó a alcanzar en el pasado.

Pues bien, es difícil saber con certeza si todas las decisiones que Felipe VI ha ido tomando para hacer frente a esa crisis existencial de la institución fueron o no necesarias y acertadas, o en qué medida el daño resultante fue estructural e irreversible. Pero tenemos un primer indicador: el porcentaje de quienes ven a la monarquía más débil ha pasado del 71% al 39% y sólo el 21% señala los problemas del padre como la cuestión más grave que tiene que afrontar este rey. Digo yo que algo tendrá que ver con este alivio la auctoritas ganada a pulso por Felipe VI mientras su antecesor en el puesto la perdía a mansalva.

Por cierto: para la mayoría de los votantes del PP y de Vox, el problema más grave del Rey deriva de su relación con el Gobierno actual. Es una impresión no carente de fundamento objetivo pero, sin duda, alimentada por los dirigentes de la derecha. Creo que lo más peligroso para este rey y para la institución que representa está en quienes, desde uno y otro lado de la trinchera, están resueltos a meterlo contra su voluntad en la sucia dinámica de la confrontación binaria y hacer de él un rey de media España contra la otra media.

Ficha técnica

- Técnica: encuesta 'online' realizada a panelistas de IMOP
- Universo: internautas de 18 y más años.
- Ámbito: territorio nacional peninsular, Baleares y Canarias.
- Tamaño muestral: 1.012 entrevistas.
- Fechas de campo: del 25 de mayo al 5 de junio de 2024.
- Error muestral: ±3,1 puntos porcentuales para p=q=50 % y nivel de significación del 95 %, siempre en el supuesto de un muestreo aleatorio simple.
- Equilibraje: al finalizar el campo el fichero de datos se ha sometido a un equilibraje a partir de las siguientes matrices: sexo, edad, comunidad autónoma, tamaño de hábitat y nivel de estudios.

El Derecho Romano creó los conceptos de “potestas” y “auctoritas”, que se han hecho clásicos inmortales en el pensamiento político. En pocas palabras, la “potestas” es el poder de hecho que permite adoptar decisiones que afectan a la sociedad y hacerlas cumplir, mientras la “auctoritas” es la fuerza moral que deriva del reconocimiento social y el prestigio que se atribuye a alguien. La combinación de “potestas” y “auctoritas” en una misma persona, añadida a la legitimidad de origen que solo proporciona la democracia, ofrecería el retrato del gobernante ideal. Desde el cinismo que inunda nuestro tiempo se dirá que tal combinación es imposible, pero la historia -incluso la contemporánea- muestra ejemplos relevantes de esa mezcla virtuosa. A falta de “potestas”, los reyes constitucionales de nuestro tiempo están obligados a sostenerse sobre grandes dosis de “auctoritas”.

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