Hondarribia: el pueblo de cuento en el que te podrías encontrar a Elsa Pataky y familia
No es Australia ni Byron Bay, claro, pero se le parece. Por surfero, por gourmet, por encantador y por profesar un profundo amor a la naturaleza. Bienvenidos al norte. Es de película
La verdad es que Hondarribia (o Fuenterrabía) es muy Pataky. Decimos esto porque aunque Guipúzcoa no es Byron Bay, el refugio en Australia de la actriz, se le parece. La provincia capitaneada por San Sebastián, y sobre todo esta, es surfera, profundamente natural, practica la belleza y hace gala de eso que se conoce llanamente como vivir bien. Sí, en Byron Bay y en este rincón fronterizo del País Vasco se cultiva lo delicatessen, aquí se come nivel Michelin desde siempre. Y si nos situamos en Hondarribia, que es donde ya España empieza a ser Francia, casi Hendaya, separadas ambas (y unidas) por el barojiano Bidasoa, hasta podemos decir que esto es de cuento. O de película. ¡Bienvenidos al norte!
Hondarribia, un pueblo transfronterizo
A este bello pueblo se le encuentra en el extremo noreste de la provincia de Guipúzcoa, a solo 20 kilómetros de San Sebastián, en la orilla oeste de la bahía de Txingudi, donde el Bidasoa dibuja su estuario y donde se ordenan también Irún (al sur) y Hendaya (al este), con la emoción añadida de ver ya Francia. Y siguiendo con la lección de geografía, no se puede olvidar que se encuentra a la sombra del Jaizkibel, un monte mítico que corre paralelo al Cantábrico, asomándose a una costa accidentada que apenas deja respiro a los acantilados, salvo en alguna pequeña cala. Un paisaje sin duda memorable. El faro de Higuer te llamará como si fueras un barco.
La Parte Vieja y la Marina
A muchos pueblos les pasa, sino a todos, que se desdoblan. Hondarribia es, de un lado (el que se corresponde con el recinto amurallado, del que hay aún restos, romanticismo al poder), monumental, soberbio en cuanto a arte e historia, y de otro, profundamente marinero, ya extramuros, un ejemplo claro y bello de arquitectura popular con sus proverbiales casas de colores, que saltan a la vista y contrastan con las calles empedradas, la casonas de piedra y el hierro forjado en los balcones. Y comandándolo todo, el castillo de Carlos V, insigne edificio que alberga el Parador, junto a la plaza de Armas y la iglesia mayor.
Qué ver en Hondarribia: los imprescindibles
Lo mejor, como siempre, es callejear, porque Hondarribia es un pueblo con encanto para dar y tomar. Pero puestos a detallar, no hay que perderse su iglesia parroquial, que es gótica pero también renacentista y barroca; el Palacio Zuloaga, dieciochesco, sede de la biblioteca municipal y el archivo histórico; y otros como el Eguiluz (o Casa de Juana la Loca) o el Ramery, y casas nobles como la de Casadevante o la Mugaretenea. Casas blasonadas, a las que cantaba León Felipe, es lo que hay. Y las de pescadores, en la Marina, con sus balcones de madera pintados de los colores de los barcos que lo hacen pintoresco a más no poder. Y ya saliéndose del casco histórico, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en la subida al Jaizkibel, que tan ligado está a la festividad del Alarde. No faltan los castillos (ahí está el de San Telmo, en un acantilado junto al cabo Higuer), fuertes y torreones (todos los caminos llevan a Jaizkibel, cuando no es al mar).
Para dormir: un castillo, el de Carlos V (y tuyo)…
El castillo en cuestión es el Parador y, sin duda, uno de los edificios más señeros (y señoriales) de la villa, ya que data del siglo X y es toda una fortaleza medieval, imponente, con arcos, forjados y artesonados, y cuyas habitaciones (las más privilegiadas) dan al mar. Para sumarle emoción, que sepas que aquí durmieron los Reyes Católicos y hasta el mismísimo Velázquez. Está en la parte más alta del promontorio donde empezó todo. Precio: desde 95 euros. O al ladito, en la plaza de Armas, el hotel San Nikolas, familiar, coqueto y muy muy acogedor. Precio: desde 49 euros.
... o una villa con mucho encanto
Como la de Magalean, un hotel boutique con spa, que está precisamente en las faldas del monte Jaizkibel. El sueño de Caroline Brousse y Didier Miqueu, dos gourmets, hecho maravillosa realidad: compraron Villa Albertine, una casona en tres alturas de los años cincuenta de estilo neovasco, la dejaron en manos del arquitecto Iñaki Biurrun, respetando siempre los elementos originales (revestimiento de piedra en las ventanas, vigas talladas, molduras, frisos...) y voilà!
Aquí todo es exquisito, desde sus ocho habitaciones, decoradas con muchísimo gusto, estilo art déco, con vidrieras del País Vasco francés, porcelanas de Limoges, muebles de Holanda…, hasta su bibloteca Albertine (su antigua propietaria), su spa Henriette y, por descontado, su restaurante Mahasti, donde se sirve cocina de autor firmada por el chef argentino Juan Carlos Ferrando y el irunés Markel Ramiro (a cuatro manos). Ya se nos está haciendo la boca agua. Hondarribia es así. Por cierto, Magalean viene de 'magal', que en euskera quiere decir regazo, falda, amparo. Pues eso, hospitalidad máxima. Precio: desde 136 euros.
Dónde comer en Hondarribia
Para ir de pintxos, que es lo que manda la tradición, hay que patear calle abajo, calle arriba la de San Pedro: no haría falta ni dar nombres, cualquier bar es bueno (el Gran Sol, la Hermandad de Pescadores, con una gloriosa sopa de pescado, que es tan típica como los barcos o los balcones, el Ondarribi, el Enbata). Ya se sabe, alta cocina en miniatura. Para sentarse, el restaurante Alameda, el Uralde, el Abarka Jatetxea… En cuestiones gastronómicas, esto es un paraíso (también).
La verdad es que Hondarribia (o Fuenterrabía) es muy Pataky. Decimos esto porque aunque Guipúzcoa no es Byron Bay, el refugio en Australia de la actriz, se le parece. La provincia capitaneada por San Sebastián, y sobre todo esta, es surfera, profundamente natural, practica la belleza y hace gala de eso que se conoce llanamente como vivir bien. Sí, en Byron Bay y en este rincón fronterizo del País Vasco se cultiva lo delicatessen, aquí se come nivel Michelin desde siempre. Y si nos situamos en Hondarribia, que es donde ya España empieza a ser Francia, casi Hendaya, separadas ambas (y unidas) por el barojiano Bidasoa, hasta podemos decir que esto es de cuento. O de película. ¡Bienvenidos al norte!
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