Casa de Alba, año V después de la duquesa: el Apocalipsis
"Solo un mes después de su ausencia, comenzó el desgarro", escribe sobre la muerte de su madre. Educados en la disciplina y sin amor, la relación entre hermanos es casi imposible
“Vivíamos aislados, encerrados tras las verjas del palacio, sin cariño, sin apoyos, sin ayudas emocionales. Nos maltrataban sin saber por qué, elegían hasta el color del jersey que debíamos usar, decidían todas y cada una de las horas de nuestras vidas”. Así define Cayetano Martínez de Irujo su vida. “¿Cuál es el fruto de Liria? División, frialdad, carencias afectivas, incomunicación”. Las palabras, escritas con esmero y rabia en las memorias ‘De Cayetana a Cayetano’ (La Esfera), dejan claro que entre los hijos de la duquesa de Alba jamás existió el amor.
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Hay quien dice que justo antes de morir, un escalofrío recorre el cuerpo. La Casa de Alba no ha muerto, ni mucho menos, pero seguro que casi todos los hijos de la duquesa han sentido un punto eléctrico tras leer las memorias de Cayetano. Porque reparte a todos y lo hace sin piedad. Hubo cierta cordialidad, según cuenta, hasta 2011, cuando Cayetana Fitz-James Stuart decidió donar su herencia en vida para poder casarse con Alfonso Diez. En aquel momento surgieron duros desencuentros que no se han superado.
Fue la primera guerra de los Alba. La segunda tuvo lugar con la muerte de la duquesa. “Solo un mes después de su ausencia -escribe Cayetano-, comenzó el desgarro”. La tercera y última guerra es ya el apocalipsis. Porque tras la publicación de este libro puede que los hermanos no vuelvan a hablarse jamás.
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Trufado de indirectas, pullitas disimuladas y ataques descarados, el libro de Cayetano es una mina de la que con una pica pequeña se obtienen diamantes. Bombazos. El que peor parado sale es Carlos, el mayor, el actual duque de Alba.
Carlos: “Poco cercano, encorsetado”
Cayetano no perdona a su hermano mayor, Carlos Fitz-James Stuart, actual duque de Alba y único hermano en portar el apellido de la madre por delante del del padre, que lo haya apartado de la gestión agrícola de la Casa de Alba. Y lo recuerda casi en cada línea. No aprueba ni una de sus decisiones al frente de la Casa y le reprocha su gestión de forma constante: “Soy consciente de que la decisión del actual duque de Alba de abrir Liria al público cuenta con buena prensa, pero yo considero que es un acto inmoral”.
No se corta, lo decíamos, aprovecha cualquier recoveco de una frase para atacar al primogénito. “No me manifiesto en contra de todas las decisiones últimas, es más fácil: siente que se pretende diluir el recuerdo de mi madre y su obra. Ella jamás pudo imaginar tal descomposición”, dice para concluir en uno de los capítulos: “Todos ellos [sus antepasados] se removerán en sus tumbas”.
“Yo voy a ser más noble que vosotros porque seré duque de Alba”. Esta es la frase que, según Cayetano, le repetía su hermano mayor. “Carlos nos trataba como a seres pequeños. [...] Siempre fue un joven poco cercano, algo encorsetado”.
Alfonso: “Fuerte y seguro”
“Me merece respeto y reconocimiento por su vida profesional. Se casó pronto y he mantenido muy poca relación con él. Era simpático y divertido. Compartí tiempo con él un par de veces, en Ibiza y en Jávea, y guardo con especial cariño esos encuentros”.
“Alfonso era fuerte, seguro y, en contra de la opinión de mi madre, decidió casarse pronto con María Hohenlohe-Langenburg”.
“Yo admiraba mucho a mi hermano intelectualmente. Ha sido un gran profesional y podría haber sido una persona importante de este país. Le he querido y respetado. Nuestra relación transcurrió con cordialidad hasta el día que presentamos la donación en 2011, que fue crítico con la decisión de mi madre”.
Jacobo: “Un eslabón perdido”
“Me sentía cómodo con Jacobo, era más cercano y, sobre todo, un eslabón perdido, vivía aislado. Era el más pasota y simpático, yo le veía diferente al entorno. Y eso me gustaba. Llevaba el pelo largo y mi padre [Luis Martínez de Irujo, primer marido de la duquesa], horrorizado, no dejaba de recriminárselo. [...] Jacobo siempre hizo gala de rebeldía pasiva. [...] Siempre andaba solo, había creado un espacio propio. [...] Mantuvimos una relación cordial hasta el año 2011".
Fernando: “Mi cómplice, mi amigo”
“Fernando es cuatro años mayor que yo y siempre ha sido mi cómplice, mi amigo, mi compañero de penurias. Le adoro aunque seamos tan opuestos. Es una persona excepcional, inteligente y con una memoria de elefante. No ha salido del palacio y ha sabido soportar como un estoico todo lo que ha pasado ahí dentro, también a mi madre. [...] Es un hombre justo y ecuánime, que siempre ha huido del conflicto, pero defiende a la Casa”.
Eugenia: “La niña de mis ojos”
"Con Eugenia he tenido un intento obsesivo de actuar como padre, hermano mayor, amigo…: quise serlo todo y quizá no conseguí nada. Me he comportado de ese modo con ella con mi mejor voluntad porque hasta que nació mi hija Amina, ella ha sido la niña de mis ojos. No ha perdido puestos en el escalafón, siempre ha sido fundamental porque ha actuado como bálsamo de unión entre todos. Si tuviese que destacar un momento de nuestra relación fue cuando me pidió con enorme cariño que la llevase al altar. Nunca se lo agradeceré bastante. De ese momento, solo me arrepiento de haberla obligado a que invitase a mi novia de entonces. Eugenia es entrañable, cierto que cuando se enfada parece un miura. Sin duda Fernando y Eugenia son los hermanos a los que más quiero”.
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Alejados desde pequeños
Lo que uno pone en duda, cuando lee el libro de Cayetano, es si quiere a su hermano mayor. Porque desde el comienzo lo retrata como a un ser cruel. Recuerda una anécdota, al poco de morir su padre, con especial dureza: “Al cruzarme con Carlos por algún pasillo o salón de Liria, me acerqué a darle un beso. Iba con Alfonso e hizo un amago de retirarse, comenzaron a reír los dos, como si se preguntasen ‘¿Qué hace este?’”.
La gestión de la Casa
Para Cayetano, la gestión agrícola de las fincas de la Casa de Alba era su “sueño”. Lo cuenta en el libro, en el que recuerda que se matriculó en la universidad para estudiar Ingeniería Técnica Agrícola. Pero Jesús Aguirre, el segundo marido de su madre, no le permitió, dice, gestionar las fincas: “El campo de esta Casa tú no lo vas a tocar”, le dijo. “Ese día rompió uno de mis sueños y comprendí que solo tenía una salida, la hípica. Quizá mi madre sentía que debía resarcirme de aquello. O simplemente intuía que yo me iba a volcar por defender nuestras propiedades”.
De esta manera cuenta cómo llegó, finalmente, a cumplir ese sueño roto de juventud y hacerse con el cargo de gestor de las fincas agrarias de la Casa de Alba. Un puesto que perdió a la muerte de su madre, algo que atribuye -y no perdona- a su hermano Carlos.
Cuando su madre comunicó a sus hermanos, por medio de una carta escrita de su puño y letra, que Cayetano se haría cargo de la parte agrícola de la Casa, los sentimientos guardados durante años salieron a la luz. Así lo ve el protagonista. Cuenta que el administrador lo llamó para decirle: “Jacobo se ha alterado demasiado. Está convencido de que has manipulado la voluntad de tu madre. Y Carlos está muy sorprendido, quiere hablar contigo”.
La dura conversación
- ¿Qué significa esto? ¿Ahora qué hago yo, si estoy llevando el campo? -Entró en pánico.
- No te asustes, Carlos. Tú llevas la Casa y yo el campo. Todas las sociedades agrícolas tienen pérdidas, excepto la de Córdoba.
- Esa ya es mía.
- De momento es de mamá. Pero no te preocupes porque voy a contar contigo.
Sucedió a finales de 2009, cuando Cayetano se había cansado de ser jinete y su madre le encomendó la gestión del campo de la Casa. “La cara de mis hermanos fue un poema: Carlos se quedó pálido, Fernando y Eugenia se mantuvieron en silencio”.
La donación: el fin
No habían pasado ni dos años cuando la duquesa anunció a sus hijos Carlos y Cayetano su intención de casarse, lo que ambos gestionaron sin avisar al resto. Era 2011 y el mayor y el pequeño de los hijos de la duquesa trabajaron codo con codo para que su madre les donara la herencia en vida y evitar posibles futuros desmanes del futuro marido, Alfonso Diez. Esos fueron los últimos tiempos en los que ambos hermanos se mantuvieron unidos. La decisión final de Cayetana de legar su patrimonio en vida rompió la frágil cordialidad entre los Alba para siempre.
“Los más indignados eran sobre todo Jacobo y Alfonso. Eugenia y Fernando permanecían en silencio. Y Carlos mantuvo su actitud, protegido detrás de mí, que recibí, y sigo recibiendo, los golpes”. La duquesa tuvo una pelea con Jacobo que ha sido documentada en diversas ocasiones y quedó a la luz cuando el duque de Siruela se ausentó de la boda de su madre. Y eso que, según Cayetano, la duquesa regaló un cuadro valorado en un millón de euros a Jacobo para intentar rebajar su enfado. No hubo manera. Quien salió airoso y contento, según Cayetano, es Carlos, el actual duque de Alba: “Carlos, que recibía el 60% del patrimonio y los bienes y los títulos, permanecía en silencio, testigo mudo, eufórico interiormente porque su hermano pequeño le había arreglado la vida”.
“Vivíamos aislados, encerrados tras las verjas del palacio, sin cariño, sin apoyos, sin ayudas emocionales. Nos maltrataban sin saber por qué, elegían hasta el color del jersey que debíamos usar, decidían todas y cada una de las horas de nuestras vidas”. Así define Cayetano Martínez de Irujo su vida. “¿Cuál es el fruto de Liria? División, frialdad, carencias afectivas, incomunicación”. Las palabras, escritas con esmero y rabia en las memorias ‘De Cayetana a Cayetano’ (La Esfera), dejan claro que entre los hijos de la duquesa de Alba jamás existió el amor.