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Patricia Conde: nada por nada
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Patricia Conde: nada por nada

Generalmente los que más pagan buscan recovecos, combinaciones, estructuras que les aligeren tan pesada carga. Eso parece que buscaba Patricia Conde

Foto: Patricia Conde.(Jate)
Patricia Conde.(Jate)

Cinco mil años llevamos pagando impuestos. Oficialmente. Desde los egipcios hay constancias. Sin embargo, la perversa maquinaria de recaudación que hoy se sufre imagino que se empezaría a engrasar muchísimos años antes. Vaya por delante que no pongo en duda el origen noble del concepto impositivo. Como pasa aún hoy en día con el resto de animales, nuestros ancestros basaban en la fuerza bruta una primigenia y peculiar capacidad de recaudación: el instinto de supervivencia. Muy al principio me imagino un reparto insolidario del bisonte capturado, proporcional al despliegue de gruñidos y gestos amenazantes y las propiedades de intimidación de cada uno. Era una “forma de recaudar” al resto que cumplía por entonces con nitidez los principios fundamentales de los impuestos aceptados aún hoy en día. El principio de eficiencia económica: el rendimiento de la captura era perfecto. El de justicia o proporcionalidad: comía más el más fuerte, que normalmente era el que más aportaba en el lance cinegético. Y los de certidumbre y sencillez administrativa: se cazaban cuatro o cinco especies a lo sumo y el papeleo no creo que fuera complicado, simplemente esperabas el turno que la prominencia de tu mandíbula o el desarrollo de tus bíceps te otorgaban.

placeholder Cuadro que representa a un pintor rupestre durante el Neolítico.(C.P)
Cuadro que representa a un pintor rupestre durante el Neolítico.(C.P)

Entramos en la humanidad el día que alguien pensó que habría que reservar una parte de las piezas buenas para los más débiles. Ahí ubico yo el inicio de los verdaderos impuestos. Una participación coral en la generación de la riqueza y un reparto colectivo, consensuado y sensible, con los más débiles de la tribu. Y en el lado femenino de la cadena productiva, la recolección, más de lo mismo. Una genialidad que además de humanizarnos mejoró rápidamente con la fijación al territorio que supuso la agricultura. Más facilidad y garantías en el reparto y una territorialidad que ponía vinculación y límite al gasto. Nada que objetar hasta ahí. Creo sinceramente que en la generosidad de los más fuertes o listos está basado el desarrollo del resto de actividades que nos han traído cultural y espiritualmente a donde nos encontramos.

Sin embargo, me gustaría echarme a la cara al genio que consiguió en primera instancia que, sin limitación física ninguna y sin participar en absoluto en el acecho, captura y muerte del bóvido consiguió convencer a sus congéneres de que tenían que entregarle una gran parte de la carne y que él sería el encargado de repartirla convenientemente. Me imagino al listillo en la protección de la cueva generando argumentarios y relatos suficientemente convincentes con cuatro o cinco gruñidos entendibles. Mucho mérito. Y mucha jeta. Siempre me preguntaré en qué momento nuestros líderes pasaron de ser los que más aportaban a la manada con sus dotes de mando, inteligencia, fuerza o valentía a los que más recursos consumían sin aportar mejoras tangibles más allá de las de conservar en torno a él, y sus adláteres, ciertas estructuras organizativas.

placeholder Imagen del Institute for Fiscal Studies.(CP)
Imagen del Institute for Fiscal Studies.(CP)

A partir de ahí las complejidades sociales devinieron en complejidades fiscales. O viceversa. El repaso de la historia de los impuestos y los métodos y cuantías de las recaudaciones en el devenir de las administraciones gubernamentales es, en cierto modo, espeluznante. Muy rápidamente se desvirtuaron los principios de cooperación basados en sencillos conceptos físicos -hambre, debilidad, minusvalías- que debían ser muy evidentes para ser generosamente atendidos y, con la religión de por medio, se empezaron a evaluar otro tipo de necesidades y habilidades. Uno de los primeros casos de flagrante abuso fiscal acabó con millones de piedras amontonadas en forma piramidal con el único objeto de ser una infranqueable tapa de sarcófago. ¿Bienvenidos a la civilización?

Hay que reconocer que los romanos optimizaron el sistema añadiendo el imperialismo y deslocalizando las riquezas. Al menos ellos tenían obsesión por las infraestructuras. Mientras esa partida presupuestaria fue superior a la del mantenimiento de la corte del emperador, y al coste de la paz social en Roma que requería el permanente pan y circo, todo funcionó bastante bien.

El, en general, ominoso paso por la Edad Media terminó de putrefactar la esencia virtuosa de la recaudación. Y eso a pesar de incorporar de forma clara otro elemento fundamental para mantener el sistema en el tiempo: la prestación de servicios generales. En tiempos de tantas guerras, conquistas y reconquistas el retorno lo recibía el pueblo en forma de seguridad. Al armamento, murallas, soldadesca y caballerías que daban protección local le incorporaron la “protección moral” de volver a Tierra Santa lo que inflacionó el diezmo hasta cotas solo sostenibles espada o hacha en mano. Además la necesidad de protección era evidente por lo que el sistema sobrevivió por y pese a las brutales represalias. Hasta la revolución francesa más o menos.

placeholder Patricia Conde en una imagen de sus redes sociales. (Instagram @paticonde)
Patricia Conde en una imagen de sus redes sociales. (Instagram @paticonde)

Desde entonces todo es un poco mejor, pero no sé si hemos alcanzado cotas altas de justicia fiscal. Nos lo venden mejor, eso sí, que en los tiempos de cortar en público las manos al defraudador. Pero hoy, si no lo haces exactamente como ellos dicen, también puedes acabar en la cárcel. O pagando el doble. O arruinado de por vida. La presión fiscal es tan alta que riega y hace crecer el fraude. Y generalmente los que más pagan buscan recovecos, combinaciones, estructuras –cuando no domicilios fiscales- que les aligeren tan pesada carga. Eso parece que buscaba Patricia Conde y también parece que acabará pagando por ello. Una delgada línea la de la legalidad cuando se somete a la interpretación de Hacienda y a la posterior decisión judicial. Demasiado delgada para ser justa. Un buen o mal abogado te puede convertir en cumplidor o defraudador. Enfrente, la avidez recaudatoria y la profusión de medios humanos y tecnológicos para optimizarla son demoledores. Por eso me rindo a la obligación del pago sin rechistar. Y exijo de todos lo mismo. Incluyendo a Patricia por muy bien que me caiga.

Foto: Paz Vega. (LP)

A lo que no me rindo es a la mejora del reparto. A la optimización del gasto en la administración. ¿Nadie se da cuenta de que aquellos que deciden cómo repartir lo recaudado son los principales beneficiarios del reparto? Ellos o las maquinarias que hacen que resulten elegidos, lo que es igual de perverso por mucho que se democratice el reparto. Subvenciones y prestaciones injustificables, gasto farmacéutico absurdo, pero sobre todo empleo público innecesario y pago de intereses de una deuda perpetua y creciente someten a los que generan a una presión equiparable a la medieval. Nadie dio nunca nada por nada pero tampoco tan poco -perdón por el calambur- por tanto esfuerzo. Simplemente hay que gastar menos para no tener que recaudar tanto. O seguirán creciendo los servicios sin facturas, los youtubers en Andorra, los actores en Lisboa. Y al resto de la gente productora normal no nos quedará otra que ponernos en el lado de recibir o buscar trabajo y casa en Madrid.

Cinco mil años llevamos pagando impuestos. Oficialmente. Desde los egipcios hay constancias. Sin embargo, la perversa maquinaria de recaudación que hoy se sufre imagino que se empezaría a engrasar muchísimos años antes. Vaya por delante que no pongo en duda el origen noble del concepto impositivo. Como pasa aún hoy en día con el resto de animales, nuestros ancestros basaban en la fuerza bruta una primigenia y peculiar capacidad de recaudación: el instinto de supervivencia. Muy al principio me imagino un reparto insolidario del bisonte capturado, proporcional al despliegue de gruñidos y gestos amenazantes y las propiedades de intimidación de cada uno. Era una “forma de recaudar” al resto que cumplía por entonces con nitidez los principios fundamentales de los impuestos aceptados aún hoy en día. El principio de eficiencia económica: el rendimiento de la captura era perfecto. El de justicia o proporcionalidad: comía más el más fuerte, que normalmente era el que más aportaba en el lance cinegético. Y los de certidumbre y sencillez administrativa: se cazaban cuatro o cinco especies a lo sumo y el papeleo no creo que fuera complicado, simplemente esperabas el turno que la prominencia de tu mandíbula o el desarrollo de tus bíceps te otorgaban.

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