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El Oscar que salvó la vida de Elizabeth Taylor
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la actriz se libró de una neumonía mortal

El Oscar que salvó la vida de Elizabeth Taylor

Cuando la legendaria Liz recogió el eunuco dorado en 1961 por 'Una mujer marcada', el aplauso de Hollywood le era dado por haber rozado la muerte

Foto: La actriz, entre Bob Hope y Burt Lancaster (I. C)
La actriz, entre Bob Hope y Burt Lancaster (I. C)

Un Oscar de autoayuda: Cuando la legendaria Liz recogió el eunuco dorado en 1961 por Una mujer marcada, el aplauso de Hollywood no solo significaba que su interpretación había sido la mejor en la categoría femenina de 1960, sino que la meca del cine trataba de compensar a la actriz por un año errático que casi le cuesta la vida. En aquella época corrían tiempos difíciles para la estrella de los ojos violeta, que ya había sido nominada por sus trabajos en El árbol de la vida, La gata sobre el tejado de zinc y De repente, el último verano.

Los problemas empezaron en el set de rodaje de Cleopatra. Taylor había sido repudiada por ciertos sectores conservadores de Estados Unidos por ‘birlarle’ el marido a Debbie Reynolds. La guapa Taylor se había metido en la cama de Eddie Fisher cuando este aún estaba casado con la protagonista de Cantando bajo la lluvia. Pese a ese escándalo, Liz seguía siendo un rostro rentable, ya fue la primera en cobrar un millón de dólares por interpretar a la reina del Nilo. El rodaje iba a contar con grandes nombres delante y detrás de las cámaras: iba a ser dirigido por Rouben Mamoulian, que había coronado a Greta Garbo años atrás como la reina Cristina y tenía a Peter Finch y Stephen Boyd en los papeles de César y Marco Antonio. El rodaje comenzó con mal pie desde que alguien decidió que debía tener lugar en Inglaterra. Con sus lluvias diarias, no era el sitio más adecuado para escenificar los calores y el rigor del Antiguo Egipto. De hecho, lluvias torrenciales inundaron el plató y hubo que suspender en varias ocasiones la filmación. Sin embargo, el mayor problema vino de una enfermedad de Taylor.

A la estrella se le descubrió una neumonía y no podía asistir a una filmación que la necesitaba prácticamente para cada escena de una larguísima y épica historia. Para cuando Rouben Mamoulian se rindió y abandonó la dirección de aquel despropósito, habían pasado 16 semanas y solo había diez minutos válidos para presentar al estudio, la Fox. Mientras tanto, Taylor se recuperaba milagrosamente de su enfermedad cuando muchos ya la daban por muerta. Gracias a una traqueotomía, la actriz acabó volviendo a la vida. Sin embargo, su mal había dejado huella en el respetable y en los académicos. Aquel año en el que, por ejemplo, Shirley McLaine se subía al ascensor de El Apartamento, la Academia se pensó mucho darle el Oscar a la Taylor por una interpretación que, a todas luces, parecía menor. Para muchos el premio podía ser, con toda razón, un último empujón a su frágil salud.

El 17 de abril de 1961, Yul Brynner abría el sobre con el nombre de la ganadora. Taylor, con un recogido y visiblemente mejorada sabía, en el fondo, que era muy probable que Hollywood se hubiese acordado de ella a la hora de entregar el premio. Finalmente, sus sospechas se cumplieron y así fue. Cuando subió al escenario a recogerlo dejó entrever que el galardón no solo tenía que ver con las bondades de su interpretación, sino con haber ganado un mano a mano con la mismísima muerte. “No sé cómo expresar mi gratitud por esto y por todo”, dijo en clara alusión a las muestras de afecto.

Con el paso de los meses, la actriz se acabó poniendo bien al cien por cien. El rodaje de la mastodóntica Cleopatra iba a reanudarse bajo las órdenes de Joseph Leo Mankiewicz y, esta vez, los problemas no iban a ser los escenarios londinenses sino el romance adúltero entre la actriz y el también casado Richard Burton. El mismo Hollywood que se había compadecido de ella iba a tacharla ahora de escándalo mundial; un escándalo que llegaría incluso al Vaticano. Una prueba de la volatilidad de la meca del cine, capaz de dar y quitar con la facilidad de un demiurgo a esos títeres con nombre de estrella.

Un Oscar de autoayuda: Cuando la legendaria Liz recogió el eunuco dorado en 1961 por Una mujer marcada, el aplauso de Hollywood no solo significaba que su interpretación había sido la mejor en la categoría femenina de 1960, sino que la meca del cine trataba de compensar a la actriz por un año errático que casi le cuesta la vida. En aquella época corrían tiempos difíciles para la estrella de los ojos violeta, que ya había sido nominada por sus trabajos en El árbol de la vida, La gata sobre el tejado de zinc y De repente, el último verano.

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