San Valentín: Cartas, huelgas, abdicaciones... Los grandes gestos románticos de la realeza
En casi todas las casas reales europeas encontramos grandes historias de amor, con algunos sacrificios por estar con la persona amada y situaciones dignas de película
Aunque siempre intenten mantener cierta corrección para ceñirse a las etiquetas y protocolos y respetar su imagen pública, los royals también han protagonizado grandes historias de amor. Y en ellas ha habido hueco para grandes gestos románticos, que solo han entendido de sentimientos y no de estatus, tratamientos ni títulos. Algunos son dignos de un guion de película de amor. Y hablamos tanto de las parejas que conocemos actualmente como de algunas más antiguas, en un tiempo en el que parecía impensable que hubiera sentimientos en los matrimonios reales, cuando la mayoría de las bodas se concertaban por intereses sociales, políticos o económicos.
Este es, precisamente, el caso de la reina Victoria de Inglaterra, a la que se llama la abuela de Europa, ya que práticamente todas las casas reales europeas están emparentadas con ella de alguna forma, puesto que sus nueve hijos y 26 de sus 42 nietos se casaron con miembros del Gotha. Como tantos otros de la época, su enlace con Alberto Sajonia-Coburgo-Gotha, uno de sus primos maternos, fue arreglado por su madre y sus tíos -uno de ellos, el propio padre de Alberto-. La diferencia es que ella tenía el mismo interés en casarse con él, y no solo por la atracción que sentía, sino porque veía la boda como la vía para librarse de su madre, con la que no se llevaba nada bien. De hecho, fue ella quien le propuso matrimonio, casándose poco después y describiendo en su diario la noche de bodas como "la más feliz de su vida". Cuando Alberto murió, 22 años después, la reina Victoria quedó devastada y limitó al mínimo sus apariciones públicas, además de vestir luto por él los 40 años que le quedaron de vida.
Siguiendo en el Reino Unido, una de las grandes gestas románticas que se recuerdan -al menos de cara a la opinión pública- es el empeño que puso Eduardo VII en casarse con su amor, Wallis Simpson, enfrentándose al Gobierno y la Casa Real. Como jefe de la Iglesia anglicana, no se le permitía casarse con una mujer divorciada. Y mucho menos, se la podía considerar para el papel de reina consorte. La explicación para su abdicación fue que no concebía llevar a cabo su deber real "sin tener al lado a la mujer que amaba". Así que, sí, puede parecer una gesta más que romántica, pero todo tiene matices, ya que sus relaciones con los nazis y su personalidad difícil también hicieron que el Gobierno no tuviera problema en enseñarle dónde estaba la puerta de salida. Es más, Simpson nunca le pidió que abdicara, ya que ella se hubiera conformado con su papel de amante de un monarca. De hecho, queda para la historia la respuesta de la americana cuando supo su decisión: "No se puede ser más imbécil".
La figura de Wallis Simpson ha sido muy recordada en Reino Unido desde que Meghan Markle entrara a formar parte de la Casa Real, puesto que compartían el origen americano y ser mujeres divorciadas. Pero en este caso el sacrificio lo hizo ella, ya que abandonó su carrera de actriz para poder casarse con Harry y afrontar sus deberes institucionales. Claro, que no duró mucho tiempo, puesto que la pareja decidió renunciar a su papel real, alejarse de Buckingham y las presiones mediáticas y ser económicamente independientes.
En esta misma línea de renunciar a las profesiones previas, encontramos a Grace Kelly, quien dejó atrás su carrera como actriz -con un premio Oscar incluido- para convertirse en princesa de Mónaco. Y un caso mucho más cercano en el tiempo y en el espacio: la reina Letizia presentaba su último telediario el 31 de octubre de 2003. Sería la última vez que ejercería como periodista antes de comprometerse con el entonces Príncipe de Asturias y dedicarse, a partir de ese día, a trabajar para la Corona.
Muchos royals también han tenido que renunciar a sus derechos sucesorios y a sus títulos para poder compartir su vida con la persona elegida. El caso más reciente es el de la princesa Mako de Japón, hija del príncipe heredero y sobrina del actual emperador Naruhito. Lo mismo tuvo que hacer el fallecido príncipe Friso, ya que se encontró con la oposición frontal tanto de su familia como del Gobierno para poder casarse con la ahora princesa Mabel, debido al pasado un tanto oscuro de ella, en el que se la había relacionado con un conocido narcotraficante y con los servicios secretos del país.
También en Noruega tenemos dos casos parecidos. Una de las hermanas de Harald, Ragnhild, -ya fallecida- renunció a su paga, títulos y derechos para poder casarse con su guardaespaldas, convirtiéndose en la primera princesa europea que se casaba con un plebeyo. Su hermana Astrid fue aún más alla para poder contraer matrimonio con Johan Martin, el hijo del dueño de unos grandes almacenes del que se había enamorado perdidamente en su juventud. Lo suyo no podía ser y él se cansó de esperar, por lo que incluso se casó con otra mujer. Una vez divorciado, volvieron a intentarlo y pusieron mucho más empeño. Astrid llegó a ponerse en huelga para que su padre consintiera la relación. Lo consiguió a regañadientes, con el pueblo y la Iglesia en contra, y tras renunciar a su tratamiento de alteza real.
Pero no todo son sacrificios para demostrar los sentimientos. También hay otro tipo de gestos inolvidables en las historias de amor de la realeza que no han implicado que ninguna de las dos partes hagan grandes renuncias. Los años felices del matrimonio del príncipe Carlos y la princesa Diana estuvieron plagados de guiños, normalmente por parte de ella. El día de su boda, en las suelas de sus zapatos se podía leer una C y una D, correspondientes a sus iniciales. Y años más tarde, no dudó en subirse al escenario de la Royal Opera House para homenajear a su marido con un baile. Un gesto muy romántico, sí, pero que el príncipe de Gales no apreció mucho, más bien todo lo contrario, según contaron las crónicas de la época.
Marta Luisa de Noruega y Ari Behn terminaron divorciándose, pero su historia de amor fue de las que hacen época. Ella también renunció a sus derechos y tratamiento para poder casarse con él, pero lo cierto es que el escritor supo corresponderla con una pedida de mano inolvidable. Behn creó un camino con lirios blancos, que Marta Luisa tuvo que seguir hasta dar con la habitación donde estaba su pareja, rodilla en tierra y anillo en mano: "Es el hombre que me hace brillar. Ari me ha ayudado a encontrar la esencia de quien soy", dijo la princesa cuando anunció su compromiso.
Siguiendo con las monarquías nórdicas, no podemos olvidar uno de los gestos más tiernos que se han conocido de los royals y que el príncipe Daniel desveló durante su discurso de boda. Meses antes, había tenido que separarse durante un mes de la princesa Victoria, ya que iba a realizar una gira asiática para reforzar los lazos entre países, en su papel de futura reina. Cuando ya se había ido, Daniel encontró una caja con 30 cartas de amor escritas de puño y letra por su novia. Una por cada día que iban a estar separados.
Claro que Victoria tenía una gran historia de amor como referente, la de su tío abuelo Bertil y Lilian May Davies, una británica divorciada y sin ascendencia noble, con lo cual tenía todas las papeletas para no ser considerada muy adecuada para pasar su vida con él. La muerte en 1947 de Gustavo Adolfo, príncipe heredero y padre del actual rey, puso todos los ojos en Bertil, ya que era el hermano del entonces monarca y no se descartaba que tuviera que actuar como regente. Se esfumaba la posibilidad de una boda con Lilian, a la que no le importó no pasar por el altar para poder estar con él. Continuaron su noviazgo durante 33 años y se casaron en 1976, con la aprobación del rey Carlos Gustavo, que mantuvo los derechos hereditarios y títulos de su tío. Tras su muerte, Lilian continuó participando en actos de la Casa Real y se convirtió en uno de los miembros más queridos de la familia Bernadotte. De hecho, la princesa Magdalena quiso homenajearla con el nombre de su primogénita, Leonore Lilian Maria.
Aunque siempre intenten mantener cierta corrección para ceñirse a las etiquetas y protocolos y respetar su imagen pública, los royals también han protagonizado grandes historias de amor. Y en ellas ha habido hueco para grandes gestos románticos, que solo han entendido de sentimientos y no de estatus, tratamientos ni títulos. Algunos son dignos de un guion de película de amor. Y hablamos tanto de las parejas que conocemos actualmente como de algunas más antiguas, en un tiempo en el que parecía impensable que hubiera sentimientos en los matrimonios reales, cuando la mayoría de las bodas se concertaban por intereses sociales, políticos o económicos.