Es noticia
Menú
Marrakech y el espíritu milenario de la ciudad imperial
  1. Estilo
  2. Ocio

Marrakech y el espíritu milenario de la ciudad imperial

El avión sobrevuela Marrakech antes de aterrizar en el moderno aeropuerto de Menara y el viajero capta de un vistazo el espíritu de esta ciudad en

Foto: Marrakech y el espíritu milenario de la ciudad imperial
Marrakech y el espíritu milenario de la ciudad imperial

El avión sobrevuela Marrakech antes de aterrizar en el moderno aeropuerto de Menara y el viajero capta de un vistazo el espíritu de esta ciudad en tonos rojos que cubren con uniformidad las fachadas de todas sus casas. Estamos en la Medina Al-Ham’rá (ciudad de rojo en árabe), una urbe imperial que a lo largo de los siglos ha representado el espíritu ilustrado de estas tierras del norte de África y que sigue siendo destino privilegiado para aquellos que quieren vivir en primera persona la experiencia de unos pueblos ancestrales.

Marrakech surgió en el siglo XI de la mano de los almorávides como plaza militar para controlar las rutas comerciales que unían la costa mediterránea de África con las regiones al sur del Sáhara. No fue con ellos, sino con los almohades, a partir del siglo XII, cuando la ciudad comenzó a ganar en esplendor. Sucesivas dinastías quisieron convertirla en una simple plaza provincial o encumbrarla en las alturas imperiales. Muchos de los palacios de aquellos tiempos siguen ahí, haciendo de ese pasado glorioso un presente palpable.

 

La ciudad antigua está delimitada por una gran muralla –roja, por supuesto– que marcó férreamente sus límites hasta el siglo XX. Entonces la potencia colonial francesa decidió que era el momento de expandir Marrakech y comenzó la urbanización de lo que hoy se conoce como Guéliz. La Avenida Mohammed V (primer rey del Marruecos contemporáneo) es la arteria principal de la zona, uniendo la ciudad desde la mezquita Koutubia hasta el monte Guéliz. Las construcciones en esta zona no son especialmente relevantes, pero en esta área hay diferentes hoteles internacionales y algunos locales nocturnos. Merece la pena un paseo por aquí para descubrir la ciudad nueva.

placeholder

En Marrakech son constantes las palmeras, tanto que hasta las antenas de telefonía móvil adoptan su forma para confundirse con el paisaje. De todos modos, para disfrutar del gran oasis de la ciudad hay que acercarse hasta el Palmeral (Palmeraie). Ocupado ahora por muchos establecimientos hoteleros de lujo frecuentados por estrellas de Hollywood (Marrakech está cada día un poco más cerca de Saint Tropez), esta zona a cuya expansión turística tanto contribuyó la malograda Carmen Ordóñez se encuentra al noreste de la Medina. Los mejores hoteles de la ciudad se encuentran aquí, aunque todos deben cumplir escrupulosamente la ley de no tocar ni una sola palmera durante la construcción: al fin y al cabo, ellas estaban aquí antes y son las que convierten este lugar en un espacio único y especial.

Por fin, tras recorrer las nuevas construcciones de las afueras estamos a punto de cruzar por una de las 20 puertas los mismos muros del perímetro amurallado que han visto pasar el tiempo durante los últimos diez siglos y llegar la Medina. Cerca queda el momento de empaparse de la impresionante historia de la ciudad. Sólo una recomendación antes de adentrarnos en la ciudad vieja: visitar los talleres de los jóvenes artesanos que han levantado sus muestrarios en Sidi Ghanem, una antigua zona industrial que se está convirtiendo en el barrio de los diseñadores vanguardistas. Creadores locales y extranjeros han conseguido darle una vuelta de tuerca a tradiciones marroquíes como la alfarería o la cerería: vale la pena pasar por espacios como Via Notti (textiles del hogar), Akkal (cerámica) o Amira (velas) y descubrir sus creaciones.

Estamos en la Medina y tenemos ante nuestros ojos el alminar de la mezquita Koutubia, que impone su silueta sobre el resto de la ciudad. Esta hermana gemela de la Giralda sevillana (obra del mismo arquitecto) marca desde los tiempos del dominio francés la altura máxima que pueden alcanzar los edificios en Marrakech. Con su esbelta silueta, se deja ver casi desde cualquier punto de la ciudad y es además una útil referencia topográfica para los viajeros más despistados que se hayan perdido por las callejuelas de la Medina, algo no demasiado difícil (hasta los locales se extravían aquí). Como en todos los edificios religiosos en Marruecos, la entrada está prohibida para los no musulmanes.

placeholder

Caminando un poco desde la Koutubia llegamos a Jemaa El Fna. Cualquier cosa que se diga de esta plaza resultará minúscula en comparación con las sensaciones que se viven al pasear entre sus puestos. Hay en ella trovadores que llevan traspasando su oficio de generación en generación durante siglos, contando historias de hombres buenos y malos a quienes quieren escucharles, pero también puestos en los que se puede tomar el mejor zumo de naranja jamás catado o disfrutar de una cena recién hecha ante nuestros ojos. Esta plaza que se ha convertido en patrimonio inmaterial de la humanidad comienza a respirar cada día con la caída del sol. Entonces es cuando se llena de puestos oficiales con tatuajes de henna, viejos sacamuelas o vendedores de hierbas (legales, queremos decir). La visita no sólo es imprescindible: resulta casi un pecado estar en Marrakech y no visitar Jemaa El Fna.

Al norte de esta gran plaza se despliega el zoco de Marrakech. Esta es una ciudad comercial por excelencia, histórico lugar de encuentro en las rutas del África noroccidental. En pleno siglo XXI, pocas cosas han cambiado: en las estrechas callejuelas del zoco encontraremos todo tipo de puestos. En la rue Semarine, túnicas, caftanes y alfombras. En Souk el Kebir, marroquinería. En el Souk des ferronniers, artesanos de la forja... y así podríamos seguir listando cada uno de los puestos. Un consejo: vaya lo que vaya a comprar (lámparas, carteras, aceite de argán, velas...) no se deje convencer a la primera. No sólo hay que regatear, hay que elegir dónde hacerlo. El té es el primer paso a la hora de comprar o vender: si no le interesa ningún producto de una tienda, no se quede a tomarlo o será considerado un irrespetuoso.

Antes de dejar la ciudad no podemos dejar de visitar el Jardín Majorelle. Creado por el pintor francés Jacques Majorelle en los años 20 del pasado siglo, fue adquirido por Yves Saint Laurent y guarda en su interior, entre paredes de un intenso azul imposible de olvidar, una exuberante colección vegetal. “Uno piensa inmediatamente en Matisse, porque de hecho estamos dentro de uno de sus cuadros”, afirma Pierre Bergé, eterno compañero del modisto, en el libro sobre el jardín publicado por Thames & Hudson. Brillantes hibiscos, coloridos geranios, e impenitentes cáctus han hecho de este su hogar. Pasear entre ellos es trasladarse a otro mundo dentro de este otro mundo que es Marrakech. ¿Alguien podría pedir más?

El avión sobrevuela Marrakech antes de aterrizar en el moderno aeropuerto de Menara y el viajero capta de un vistazo el espíritu de esta ciudad en tonos rojos que cubren con uniformidad las fachadas de todas sus casas. Estamos en la Medina Al-Ham’rá (ciudad de rojo en árabe), una urbe imperial que a lo largo de los siglos ha representado el espíritu ilustrado de estas tierras del norte de África y que sigue siendo destino privilegiado para aquellos que quieren vivir en primera persona la experiencia de unos pueblos ancestrales.