Alfonso Díez no es la “ilusión” de Isabel Preysler, como tampoco lo fue de doña Sofía
Una cena a la que acudieron Díez, Nuria González, Isabel Preysler y un cuarto hombre del que no se sabe su identidad volvió a disparar la rumorología
Alfonso Díez eligió un perfil bajo cuando falleció la duquesa de Alba. Poco a nada se sabía de él salvo cuando acudía a los funerales que organizaba Cayetano Martínez de Irujo en Sevilla.
Mantenía las amistades que conoció cuando inició su noviazgo con la aristócrata, que pidió a su entorno más íntimo que le acogieran. Al principio hubo cierta reticencia porque no entendían muy bien cuáles eran las intenciones del funcionario. Con el tiempo, aceptaron a Díez, igual que los hijos, aunque en este caso la duquesa tuvo que gestionar en vida su herencia para que sus descendientes dieran el visto bueno, como así fue.
Alfonso Díez se convirtió, por matrimonio, en duque de Alba consorte y rechazó cualquier derecho que le correspondiera, incluso la correspondiente cuota viudal. Hubo un acuerdo económico con el primogénito, Carlos Fitz-James Stuart, que le permitió mantener su casa de Sanlúcar, su apartamento de soltero, y comprar un piso más grande en la zona de Chamberí.
A partir de la fecha en que desapareció la aristócrata, Díez tuvo un tiempo para abandonar Dueñas. De todo el patrimonio inmobiliario de la duquesa, ese palacio era el preferido y ahí vivió con Alfonso los últimos años de su vida. Si hubiera querido, el viudo podría haber permanecido todo el tiempo del mundo, pero no lo hizo. Abandonó el que había sido su domicilio con dos butacas que había trasladado desde su casa de Madrid, sus películas de vídeo y un reloj de pulsera adornado con brillantes, de su madre, con más valor sentimental que económico.
El día de su adiós no había nadie para la despedida. Tampoco el coche y el chófer de la Casa de Alba. Alfonso se marchó por sus propios medios y acompañado solamente de su fiel Jonas, un perro de su propiedad que vivía en Dueñas con ellos y que era, desde que murió la duquesa, su mejor amigo.
Así fue su marcha y no hubo nada que reprochar por parte de los descendientes Alba. A los sucesivos funerales organizados por Cayetano Martínez de Irujo, procuró acudir. Aparecía en esas liturgias en recuerdo de su mujer y desaparecía para volver a su vida de hombre ajeno a la prensa.
Económicamente no tenía problema. A su jubilación se añadía el montante estipulado en el acuerdo y recuperó a sus amistades, que mientras estuvo casado se mantuvieron en otro apartado festivo. No formaban parte del cuadro escénico de Porcelanosa, capitaneado por Isabel Preysler, con la que mantiene una excelente relación, al igual que con Tamara y Ana, las hijas de la socialité, con las que ya ha compartido viajes al Reino Unido. Es muy posible que el funcionario jubilado sea uno de los cuatrocientos invitados que acudan a la boda de Iñigo Onieva y la marquesa de Griñón en el palacio de El Rincón.
En esas escapadas pagadas a todo el grupo de personajes, una de las más llamativas fue la inauguración de la tienda de azulejos en Nueva York. Y no precisamente porque estuviera el viudo, sino porque fue la primera salida internacional de Vargas Llosa como acompañante de la socialité, con reportaje exclusivo remunerado.
Díez volvió a ser noticia cuando apareció su nombre unido a la reina Sofía, con la que nunca tuvo contacto más allá de saludos públicos. Esta historia tuvo un recorrido cero. Era tan absurda como asegurar la vida laboral de ocho horas de Kiko Rivera o de los hijos de Carolina de Mónaco, por poner ejemplos de irrealidad.
Y algo así ha vuelto a suceder al informar Lorena Vázquez y Laura Fa de una cena para cuatro en un restaurante fuera del circuito de la calle Jorge Juan, en el barrio de Chamartín. Los comensales de ese encuentro eran Alfonso Díez, Nuria González, Isabel Preysler y un cuarto hombre del que no se sabe su identidad pero con buena planta. En realidad, sería el que de verdad interesaría saber quién es.
En el caso del viudo de la duquesa de Alba, la imaginación es libre pero es una historia similar a su 'amistad' con la reina Sofía.
Alfonso Díez es un hombre elegante, educado, servicial, que siempre resulta agradable. Su presencia en un almuerzo o cena se da con un punto de mitomanía que ya reconoció cuando su historia afectiva se hizo pública. “Siempre he admirado a Cayetana”, decía. Y esa es la realidad.
En cambio, sí podría ser un bombazo otra historia de amor y pasión con otros protagonistas, la de una pareja que aún mantiene su historia secreta. Se conocieron en Nueva York. Él le dio su número de teléfono. Ella no llamó. El destino hizo que volvieran a coincidir en París y fue entonces cuando saltó la chispa y comenzaron a verse. Queda poco tiempo para que los descubran.
Alfonso Díez eligió un perfil bajo cuando falleció la duquesa de Alba. Poco a nada se sabía de él salvo cuando acudía a los funerales que organizaba Cayetano Martínez de Irujo en Sevilla.