Xuan Lan, emperatriz del yoga en España: “Vengo de una cultura oriental y parisina que choca con el Mediterráneo”
Hablamos con la instructora sobre su último libro 'La buena hija vietnamita' en el que se desnuda y cuenta su proceso de cambio de ser obediente a luchar por su vocación
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La familia de Xuan Lan tuvo que huir de su país, Vietnam, y buscar una nueva vida en Francia, lejos de la guerra y la pobreza. Ella reencarnó todos los valores que sus padres le enseñaron y conisguió el objetivo que le habían propuesto: se integró a la perfección en la nueva sociedad que le esperaba. En casa comía con palillos y reinaba el silencio y en el colegio estudiaba en francés mientras hacía amigos.
Fue en París donde forjó su personalidad, pero llegó a su culmen en Estados Unidos, donde trabajó en la burbuja de las puntocom (las primeras empresas que se dedicaron en los 2000 a internet) y entendió lo que era la libertad. Consiguió tener una vida completa, pero no plena. Lo tenía todo: una pareja, una casa y un trabajo estable que le permitía vivir cómoda. El sueño americano. Pero siempre sintió que le faltaba algo. Hasta que encontró el motor de su vida: el yoga.
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Ahora la instructora cuenta todo este camino de transformación y desarrollo personal en 'La buena hija vietnamita', su último libro. Xuan Lan es una figura relevante en el mundo del bienestar y el yoga. Tiene una presencia influyente en YouTube y es autora de varios libros. Sus clases destacan por combinar la tradición con una perspectiva contemporánea. Lo que le permite hacer accesible esta práctica milenaria a una audiencia global y ayudar a miles de personas a encontrar su equilibrio y bienestar.
¿Qué tiene que tener una “buena hija vietnamita”?
Es una niña obediente, seria, trabajadora y que respeta mucho a sus padres. Algo que se consigue con una educación muy estricta, basada en la dedicación académica, algo que parte de la filosofía de Confucio. En Vietnam, la comunicación y la expresión emocional es bastante escasa. En mi caso, además, tuve que ser una buena hija vietnamita migrante, soy la primera generación que nació fuera de mi país de origen. Así que el objetivo en mi infancia era ser muy buena alumna, discreta y tranquila para integrarme en la sociedad francesa bajo las pautas de mis padres.
“Nunca me he identificado con mi nombre francés”
Es una carga muy pesada para una niña.
Todos los vietnamitas que conozco en el extranjero tienen esta filosofía de educación para los niños. Somos un pueblo muy pacífico, trabajador y que evita hacer mucho ruido. Es una presión que asumes porque es lo que conoces.
No nació en Vietnam ni ha vivido allí, pero asegura que fluye por sus venas. ¿Cómo se crea un vínculo tan fuerte desde la lejanía?
He crecido en un ambiente familiar vietnamita, donde mis padres utilizaban su idioma y cultura para relacionarse conmigo. También tuve que asumir un físico distinto al de la sociedad parisina. Al principio, me sentía muy vietnamita sin entender completamente qué significaba, hasta que viajé allí por primera vez. Pero eso no quita que me sienta francesa. En un mundo globalizado, muchas personas tienen una doble cultura. En casa, por ejemplo, seguíamos tradiciones como comer con palillos y disfrutar del silencio durante las comidas. Esta dualidad cultural ha sido un desafío en ocasiones, pero ahora veo que es una ventaja única.
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Hablaba vietnamita en casa y francés en la escuela o incluso con su hermana. ¿Sigue utilizando su idioma materno?
Perdí la práctica del vietnamita de pequeña porque prefería hablar francés para integrarme mejor en el patio del colegio. Mi vocabulario era muy de casa. Ahora mis padres me hablan y yo les contesto en francés.
Sin embargo, no usa el nombre francés que le aconsejaron a su padre en el registro para facilitar su integración. ¿Tener un nombre poco común afecta a una niña pequeña?
Nunca me he identificado con ese nombre. Desde que soy adulta todo el mundo me llama Xuan Lan, de hecho, mucha gente no sabe que tenía otro en mis documentos oficiales. Es una cosa que he conseguido cambiar hace poco. Puede que lo hagan con buena intención, pero no entiendo por qué hay que eliminar el nombre en vietnamita. Es parte de mi personalidad, de quien soy. Una cosa es añadir y otra borrar mi nombre.
“Llamar chino a un vietnamita es como confundir a un noruego con un italiano”
Hubo un momento, cuando era pequeña, que empezó a sentirse diferente e incluso sufrió bullying. ¿Cómo fue la experiencia de crecer como una niña vietnamita, cuya familia había huido de su país a causa de una guerra, y cómo le afectó el acoso?
La verdad es que no lo entendí. Al principio tuve que volver a casa y explicar a mis padres que algunos niños me llamaban "chinita" y me decían que volviera a mi país. Me sentía muy francesa y no era consciente de la diferencia física. Aunque el bullying no duró mucho, me dejó muy triste y confundida. Mis padres me enseñaron a estar orgullosa de ser vietnamita y que los incultos eran el resto por no saber diferenciar China del resto de países asiáticos. Me explicaron que mis orígenes eran fuertes, puesto que Vietnam fue el único que había vendido a una potencia como Estados Unidos; y a ver el lado positivo de mis rasgos físicos, como no quemarme en verano. Con el tiempo, aprendí a apreciar mis diferencias en lugar de despreciar al otro.
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¿Se ha encontrado con alguna situación parecida de adulta?
He tenido suerte de no sufrir racismo. Llegué a España a principios de los 2000, cuando era difícil encontrar diferencias raciales claras en los inmigrantes y había pocos vuelos internacionales. Me encontré muchas veces en cenas siendo la única persona diferente y sentía que no era un país abierto a la mezcla cultural. Pero ha cambiado muchísimo. La gente es mucho más abierta gracias a que ahora se viaja.
¿Se puede decir que España ha sobrepasado ya esos prejuicios que tenía hace 24 años?
Aunque los prejuicios hacia los asiáticos han disminuido, todavía persisten. El desconocimiento y el miedo a lo desconocido generan estos estereotipos. Sin embargo, la apertura y la mezcla cultural están ayudando a reducirlos. Conocer y hablar con personas de la comunidad asiática, como en restaurantes y tiendas, puede eliminar estas ideas preconcebidas. Es importante ser curioso y abierto para superar estas barreras culturales.
Pero se sigue englobando a la comunidad asiática bajo el término “chinos”.
En Asia conviven muchas culturas, llamar chino a un vietnamita es como confundir a un noruego con un italiano. No me siento muy cercana a los chinos porque son un país, idioma e inmigración diferentes. También es verdad que en España hay pocos vietnamitas, a diferencia de Francia, lo que dificulta encontrar un grupo aquí. Sin embargo, tengo la suerte de venir de un país abierto al turismo. La gente que ha visitado Vietnam habla maravillas, lo que ayuda a mejorar su percepción. Otros lugares asiáticos, menos abiertos al turismo, siguen siendo grandes desconocidos e incomprendidos.
Mientras en su casa se abogaba por la colectividad y el bien del grupo, se mudó a Estados Unidos, un país donde predomina el individualismo. ¿Cómo fue esa adaptación?
Nueva York me ofreció una libertad increíble para arrancar mi vida de adulta. Tenía 25 años y ganas de descubrir el mundo. Fue una oportunidad para salir de casa, conocerme a mí misma y tomar mis propias decisiones, fuera del entorno y las expectativas de mi familia. Así que le saqué partido a ese individualismo y capitalismo.
“No conozco tan bien a mi padre porque no expresa muchas cosas”
Francia, Estados Unidos y España. ¿Con qué se ha quedado de cada cultura?
Pienso en los tres idiomas: trabajo en español y en inglés, leo literatura y noticias en francés, y veo películas en inglés. Llevo casi tantos años en España como en Francia, y para mí es una riqueza poder acumular y sumar culturas y experiencias de vida en sitios distintos. Esta apertura me parece crucial para un mundo más armonioso y menos conflictivo porque perdemos el miedo a lo desconocido. Viajar y vivir en otros lugares permite a las personas aprender y abrirse a otras culturas, lo que enriquece enormemente.
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Cuando llegó a España, ¿sufrió algún choque cultural que le haya marcado?
Sí, pero fue divertido. Vengo de una cultura oriental y parisina que choca con el Mediterráneo, donde la gente habla fuerte, pasa horas socializando y cenan muy tarde. Yo estaba acostumbrada a salir de fiesta hasta las 02.00 y aquí a esa hora se queda. Me costó adaptarme a estos horarios y a la vida siempre en la calle y en grupo, pero me encanta el sol y la cultura española en general. Vivir en una ciudad bilingüe como Barcelona también fue un desafío, ya que no hablaba ni castellano ni catalán. Aprender el idioma es crucial para integrarse en una nueva sociedad, me choca la gente que lleva dos años aquí y no habla ninguno de los dos.
¿Cómo es su relación actual con el catalán?
Lo entiendo perfectamente porque trabajé nueve años en un banco barcelonés. No lo hablo ni escribo, aunque puedo seguir conversaciones sin problema, lo que me hace sentir integrada. Hablarlo siempre me ha costado, pero nunca nadie me ha obligado a hacerlo. A nivel neurocientífico, está demostrado que las personas que hablan varios idiomas tienen más conexiones neuronales, lo que fortalece el cerebro. Ser multicultural y bilingüe no solo es una ventaja social y laboral, sino también cerebral.
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Volviendo a las diferencias culturales que mencionaba antes, llama la atención el pudor asiático del que habla en su libro, mencionando que los vietnamitas no son muy dados a mostrar afecto en público. ¿Cómo cree que ha afectado a la formación de su personalidad?
Esto limita nuestras relaciones sociales y sentimentales porque no sabemos expresar emociones abiertamente. Me comparaba con otras parejas que se tocaban o se miraban, pero es algo que no había visto en casa. Sin embargo, en mis 24 años de pareja feliz he aprendido que la comunicación es clave. Al principio me costaba conectar con mis emociones y exponerlas, pero lo he trabajado. Me hubiera gustado ser más emocional y sensible desde el principio. Admiro la expresividad mediterránea o latina, pero yo soy más reservada, tímida y que no abraza fácilmente, pero me esfuerzo por adaptarme y mejorar en este aspecto.
¿Ha cambiado su relación con sus padres?
Seguimos sin hablar mucho desde lo emocional, no es algo que ellos sepan hacer.
“He aprendido a aceptar las cosas como vienen sin criticarme todo”
Esa forma de relacionarse donde las emociones no tienen mucha cabida, ¿cree que hace más difícil conocer realmente a una persona vietnamita?
Me sabe mal decirlo, pero no conozco tan bien a mi padre, por ejemplo, porque no expresa muchas cosas. Sé más de mis suegros, hemos tenido más conversaciones. Puedo hablar de su personalidad y sus gustos, pero hay una parte de él que sigue siendo desconocida para mí. Mi madre es diferente, pues nos hemos abierto poco a poco.
¿Se ha perdonado con sus emociones?
Más que perdonarme, he aceptado quién soy a través del trabajo que he hecho de crecimiento personal y autoterapia. He analizado mis debilidades y áreas de mejora y estoy trabajando en ellas. También estoy potenciando mis cualidades y fortalezas, aquellas que no siempre había reconocido.
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Ese camino se ve reflejado en el libro. En las dos primeras partes la narración es más informativa; mientras que en la tercera, en la que el yoga ya forma parte de su vida, se nota cómo transita por las emociones y deja que el lector le conozca. ¿Ha sido un recurso consciente o cuando recuerda a esa Xuan Lan sigue metiéndose en esa coraza?
No he sido consciente de esa diferencia entre los capítulos, pero sí que es verdad que el yoga fue fundamental para mi autoconocimiento y cambio. Uno de mis profesores decía que es un camino de transformación largo, guiado por valores, autoobservación y práctica regular. A través de la meditación, he aprendido a aceptar las cosas como vienen sin criticarme todo el rato por lo que ocurre. Este proceso ha abierto la puerta a compartir más sobre mí en el último apartado, mostrando un desarrollo personal y espiritual. Lo que me da pena es que es algo que la gente ahora no hace porque vamos corriendo detrás del tiempo.
“Aprendemos a reconocer la ira y responder de manera más tranquila”
En cierta manera fue su abuela la que te introdujo en este mundo gracias a los paseos que daban en silencio cuando tenía una rabieta.
Mi abuela, aunque no practicaba yoga, era espiritual y encontraba paz a través del budismo. Esta espiritualidad la ayudó enormemente a adaptarse a la vida en Francia tras huir de su país. Aunque no conocía formalmente el yoga o la meditación, nos transmitió herramientas como el silencio y la atención plena para calmarnos durante momentos de angustia. Estas técnicas simples me han sido muy útiles, me enseñaron a no temer estar sola y a encontrar paz interior.
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¿Las prácticas como el yoga enseñan a evitar la ira?
No se trata de evitarla. Igual que cualquier emoción, surge naturalmente y no puede ser controlada o rechazada. Sin embargo, mediante la meditación, la contemplación y el yoga, aprendemos a reconocer la ira, gestionar nuestras reacciones y responder de manera más tranquila. En mi caso, casi nunca me enfado, pero tengo muchos motivos de ira. Entender cómo afecta la ira fisiológicamente, con un aumento del cortisol y cambios en nuestro cuerpo, nos permite tomar decisiones más conscientes y calmadas. El yoga y la meditación no eliminan las emociones, pero nos enseñan a regularlas y a actuar desde un estado de equilibrio y armonía.
“Casi nunca me enfado, pero tengo muchos motivos de ira”
¿Es importante pasar tiempo a solas?
Totalmente. Muchas personas llenan su día con actividades y evitan el silencio, argumentando que son hiperactivas o que piensan demasiado. Sin embargo, tomarse 15 minutos al día en completo silencio, sin estímulos externos, permite al cerebro descansar y recargar energías. Esta práctica es crucial dado los altos niveles de estrés y ansiedad actuales, especialmente cuando desde pequeños no nos enseñan a estar con nosotros mismos. Implementar breves momentos de silencio en las escuelas podría promover la calma, reducir el acoso escolar y mejorar la concentración durante las horas de estudio.
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¿Cuáles son a grandes rasgos las diferencias entre las religiones asiáticas, como el budismo, y el cristianismo, que es la más extendida en Europa y España?
No soy experta, pero, en el cristianismo, el concepto del pecado es central; mientras que en el budismo no existe tal noción. La impermanencia es fundamental en nuestra filosofía: todo es transitorio, lo que implica que no debemos apegarnos a emociones, objetos o pensamientos. El sufrimiento es una parte natural de la vida, y el budismo se centra en aliviar este sufrimiento a través de la comprensión y el desarrollo espiritual. Además, creemos en la reencarnación y el karma, lo que implica que nuestras acciones tienen consecuencias no solo en esta vida, sino también en futuras existencias y nos hace responsables de lo que hacemos.
“El karma y la reencarnación nos hace responsables de lo que hacemos en vida”
Asegura, apoyada en las ideas de Matthieu Ricard, que el secreto de la felicidad está en el altruismo y la compasión. ¿Es algo utópico en el mundo que vivimos?
No, no creo que sea utópico. Matthieu Ricard, siendo un monje budista, encarna la compasión y el altruismo en su vida y trabajo. Todo lo que hace, desde sus charlas y libros hasta sus fotografías, está destinado a apoyar su fundación, Karuna-Shechen. Para mí, ha sido una gran inspiración en mi desarrollo espiritual. Me ha ayudado a entender que nuestro propósito de vida debe tener un impacto positivo en los demás. Por eso mi trabajo con el yoga busca promover el bienestar no solo en mí misma, sino en otros
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