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Campo de Criptana, el pueblo en blanco y azul que no está junto al mar (y con molinos)
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Campo de Criptana, el pueblo en blanco y azul que no está junto al mar (y con molinos)

Te sentirás un Quijote cuando creas estar viendo gigantes rompiendo el horizonte antes o después de zamparte un pisto manchego o unas migas de pastor y de recorrer su Albaicín, que lo tiene

Foto: Estos molinos son cosa de Don Quijote. (Cortesía Tierra de Gigantes)
Estos molinos son cosa de Don Quijote. (Cortesía Tierra de Gigantes)

Tal vez Don Quijote tenía razón y lo que vemos no son molinos sino gigantes rompiendo el horizonte manchego. Sí, inevitablemente, nos teníamos que poner poéticos. Este pueblo de la Mancha Alta no se merece menos. Es blanco y azul como Cadaqués (Girona), como Sidi Bou Said (Túnez) o como Paros (Grecia), sin estar, como ellos, cerca del mar, y proclama a los cuatro vientos por la inmensidad que es este paisaje aquello tan glorioso de "En un lugar de la Mancha...". El nombre del que deberemos acordarnos es Campo de Criptana. El del pueblo de Sara Montiel, donde su museo, y uno de los más bonitos de España. Ciudad Real, más allá de Almagro y su teatro, también existe. Tienes que ir ya pero ya a comprobarlo. Te contamos por qué.

Foto: En el Alto Ampurdán, el pueblo que lleva el nombre de Dalí. (Foto: Visit Cadaqués)

Teruel sí existe... ¿y Ciudad Real?

También, por supuesto. Ya lo vimos con Almagro, que presume porque puede de plaza, esta vez en blanco y verde, y de que lo suyo es puro teatro, y ahora lo vemos claramente al llegar a Campo de Criptana, que está en esa ancha Castilla (La Mancha) machadiana, que es lo más holandés que hay en la Península, escoltada por su decena de molinos. A este pueblo lo rodean Alcázar de San Juan (guardan como oro en paño la pila bautismal de ¿Cervantes?), Tomelloso (atención a su dieciochesca Posada de los Portales y a sus múltiples cuevas para atesorar el vino, néctar de dioses) y la toledana y también quijotesca (no hay escapatoria) El Toboso, entre otras villas.

El Kinderdijk manchego

Hoy los vemos como parte de un decorado que nos viene que ni pintado para nuestra foto de turno en Instagram, pero estos molinos que inmortalizó Cervantes tenían una función, y era la de producir harina allá por el siglo XVI y siguientes, hasta que se cambió, avatares de la historia, el trigo por las viñas. Hoy Campo de Criptana se jacta de un soberbio conjunto de molinos de viento que lo ha hecho famoso en el mundo entero y que lo hermana con el no menos soberbio Kinderdijk neerlandés, que consta de 19 y es hasta Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, pero sin otero. Tres de los de aquí conservan su estructura y mecanismos originales, que no hay que perderse: Burleta, Infanto y Sardinero, del XVI. Y es que, cual gigantes, tienen nombre propio... y algunos cueva. Los otros son: Culebro (aloja el Museo de Sara Montiel), Poyatos, Inca Garcilaso (todo es muy literario), Cariari, Pilón, Quimera y Lagarto.

placeholder El paisaje de Campo de Criptana es con molinos. (Cortesía Tierra de Gigantes)
El paisaje de Campo de Criptana es con molinos. (Cortesía Tierra de Gigantes)

Por el Albaicín sin ser Granada

Campo de Criptana también tiene su Albaicín, el Criptano, que como el mítico de la ciudad del Genil y el Darro, está hecho de calles estrechas y pendientes pronunciadas, e igualmente es su barrio antiguo, donde empezó todo, con sus casas blancas de zócalos azules y sus casas-cueva, en la ladera de la Sierra de los Molinos, donde habitaron -se adivina el parentesco- los moriscos expulsados de Granada. Este pueblo de Ciudad Real se dibuja en blanco y azul, lo que nos suele llevar al mar, tan lejos (y tan cerca) de aquí.

placeholder Te está esperando para tu gran foto. (Cortesía Tierra de Gigantes)
Te está esperando para tu gran foto. (Cortesía Tierra de Gigantes)

Más allá de los molinos...

Los molinos te dejarán tan impactado que probablemente no pienses en nada más, pero el pueblo, créenos, merece y mucho la pena. Es encantadora su estampa y numeroso su patrimonio histórico-artístico. Empezando por el Pósito Real, almacén de grano, y siguiendo por la iglesia del Convento de las Carmelitas y las ermitas de la Virgen de la Paz y la Veracruz, para ir a dar a la Casa de los Tres Cielos, emblemática casa-cueva, y la del Conde de Cabezuelas. Todo data de los cervantinos siglos XVI y XVII. Para caer de bruces en el centro histórico, nada como bajar desde el Cerro de la Paz por la calle Escalerillas y asomarse a sus miradores. No falta la típica (y necesaria) Plaza Mayor ni la fuente de rigor, esta llamada del Moco, tal cual.

placeholder Aquí, junto a las escaleras, la Fuente del Moco. (Cortesía Tierra de Gigantes)
Aquí, junto a las escaleras, la Fuente del Moco. (Cortesía Tierra de Gigantes)

Y más allá del casco histórico

Te espera, por ejemplo, el Pozo de la Nieve, donde se almacenaba y conservaba el hielo -ya no te decimos cuándo; es de imaginar-; el Centro de la Naturaleza Tierra de Gigantes, un lago artificial con un tentador observatorio de aves; la Laguna Salicor, que es reserva natural y toda una lección de naturaleza, y las bodegas del vino de la tierra, por descontado.

placeholder El paisaje urbano de Campo de Criptana. (Cortesía Tierra de Gigantes)
El paisaje urbano de Campo de Criptana. (Cortesía Tierra de Gigantes)

Una casa muy quijotesca para pernoctar

Y decir aquello de “la del alba sería cuando...”, por ejemplo, aunque para eso habría que ir a la venta del cercano Puerto Lápice. Pero de momento nos quedamos en La Casa del Bachiller (www.lacasadelbachiller.es), que es una casa rural con vistas a los molinos, desde donde asistir a ese espectáculo diario que es la puesta del sol. Se trata de una típica construcción manchega a la que no le falta un toque de diseño moderno, dividida en tres partes independientes: la Cueva, que es natural; la Habitación Blanca, a la altura del Cerro de la Paz; y la buhardilla. Precio: desde 125 euros la noche para dos.

placeholder Las vistas desde la Casa del Bachiller. (Cortesía)
Las vistas desde la Casa del Bachiller. (Cortesía)

Y una típica cueva para comer

De nuevo es como adentrarse en una novela de las de caballerías; para colmo, el sitio al que vamos está en la calle Rocinante, número 13. Este restaurante (www.cuevalamartina.com/es) se abre en el interior de una cueva del XVI excavada en la roca en plena Sierra de los Molinos. Es la Cueva La Martina. La carta sigue en la misma línea. Te podrás pedir unos duelos y quebrantos Sancho, que es lo propio; unas migas de pastor con uvas, un pisto tradicional a la María de la Cruz o un morteruelo Molinero. Tiramos por lo tradicional, pero hay de todo. De postre, bizcochada manchega.

placeholder Así es el comedor del restaurante Cueva La Martina. (Cortesía)
Así es el comedor del restaurante Cueva La Martina. (Cortesía)

Tal vez Don Quijote tenía razón y lo que vemos no son molinos sino gigantes rompiendo el horizonte manchego. Sí, inevitablemente, nos teníamos que poner poéticos. Este pueblo de la Mancha Alta no se merece menos. Es blanco y azul como Cadaqués (Girona), como Sidi Bou Said (Túnez) o como Paros (Grecia), sin estar, como ellos, cerca del mar, y proclama a los cuatro vientos por la inmensidad que es este paisaje aquello tan glorioso de "En un lugar de la Mancha...". El nombre del que deberemos acordarnos es Campo de Criptana. El del pueblo de Sara Montiel, donde su museo, y uno de los más bonitos de España. Ciudad Real, más allá de Almagro y su teatro, también existe. Tienes que ir ya pero ya a comprobarlo. Te contamos por qué.

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