Vamos a crearte una nueva necesidad: recorrer el Danubio en un supercrucero de lujo
Con la temporada vacacional a la vuelta de la esquina, viajamos a ritmo de vals por uno de los ríos más extensos y hermosos de Europa para compartir contigo la experiencia. Un adelanto: algo más que maravillosa
Lo de los cruceros es como la pizza con piña: mientras que para algunos es una delicia, para otros es una verdadera aberración. Si lo trasladamos a los barcos, están los que con solo pensar en pasar varios días a flote palidecen y aquellos que ven en esta experiencia todo lo bueno de unas vacaciones de lujo. Dicho esto, debemos confesar que pertenecíamos al primer grupo hasta que pudimos viajar a bordo del crucero fluvial más grande de Europa y surcar el Danubio (que de azul tiene poco) entre paisajes de ensueño, cócteles y una de las mejores atenciones jamás experimentadas.
Honestamente, el simple hecho de saber que íbamos a navegar por el segundo río más largo de Europa (con permiso del Volga) ya nos parecía digno de ser contado. Hablamos de 2.857 kilómetros que atraviesan 10 países y que arrancan en la Selva Negra hasta llegar a su desembocadura en el Mar Negro. Nuestro crucero no lo recorre entero (ya nos gustaría), pero sí que toca algunos de los destinos más idílicos entre Viena y Budapest. Un viaje que es pura exquisitez y que recuerda al vals que Johann Strauss le dedicó a estas oscuras aguas, el favorito de los enamorados 156 años después de su estreno.
Y hablando de vals, el movimiento del Riverside Mozart es imperceptible, así que la pastilla para el mareo puedes dejarla en casa y prepararte para pasar unos días en la embarcación más lujosa —y estable— que surca este río.
En nuestro caso, antes de levar anclas arrancamos con una completa visita de Viena: su fastuosa ópera, la biblioteca, el palacio de Schönbrunn —donde vivió la emperatriz Sisi, la de verdad, no Romy Schneider—, el Belvedere y, lo mejor, una parada obligada en el Café Sacher para probar la tarta de chocolate más famosa del mundo. ¿Sabías que su receta es secreta desde hace 200 años? Puedes llevarte una a casa envuelta en una caja divina que venden en la propia cafetería e incluso en el aeropuerto.
A la vuelta de la que fuera la capital del Sacro Imperio Romano Germánico comenzamos, ahora sí, la experiencia a bordo. Sorprende ver cómo en los 20 metros cuadrados que miden sus suites cabe tanto y, lo mejor de todo, sin sensación de agobio. Las sábanas de hilo egipcio, el albornoz de Etro y el inodoro de tipo japonés —calentito y con chorritos— son algunos de los fascinantes detalles que conquistan. Eso y el mayordomo que te explica cada amenidad a tu disposición durante todo el viaje.
A lo largo del trayecto te embarga tal sensación de placer que no resulta difícil tirar por la borda cualquier preocupación. La primera parada que hacemos es Grein, una pequeña localidad bañada por el río y que alberga el castillo de Greinburg, una fortaleza del siglo XV con un patio rodeado por decenas de cornamentas de ciervo y una sala construida con más de 22 millones de piedras que dan forma a flores, escudos y arcos. Desde lo alto se puede contemplar el Danubio en todo su esplendor mientras imaginas cómo es la vida de los lugareños.
Linz es el siguiente destino, de donde nos trasladaremos a Salzburgo, la ciudad de Mozart, y (para los más cinéfilos) el lugar donde se rodó gran parte de ‘Sonrisas y lágrimas’ —imposible no imaginarse a Julie Andrews en cada rincón, mientras tarareas mentalmente el ‘do-re-mi’—. Además de infinitas referencias al genial músico, las calles de Salzburgo están llenas de tiendas pintorescas, bombonerías y puestos donde tomarte una cerveza, una salchicha o un pretzel, ese lazo salado que se ha convertido en el emblema patrio.
A la mañana siguiente amanecemos en Melk, con su abadía benedictina llena de secretos y una biblioteca que alberga más de 100.000 volúmenes —¿recuerdas aquella escena de ‘Los Bridgerton’?—. Su historia, el arte que guarda y las vistas que tienes desde lo alto del monasterio convierten esta escala en imprescindible.
Antes de volver a Viena haremos una parada técnica en Durstein para descansar. Puedes coger una de las bicicletas eléctricas que ofrece el barco para dar un refrescante paseo por la orilla del río.
Si contratas el trayecto completo del Riverside Mozart, podrás llegar hasta Krem, Bratislava, Esztergom y Budapest, completando así siete noches a bordo del barco que es lujo flotante.
Hablemos del lujo del Riverside Mozart
Seguro que el recorrido ya te ha enamorado, pero puede que aún estés preguntándote por qué hacerlo a bordo de esta nave. Si la comodidad de viajar mientras duermes no te ha convencido, tenemos cinco argumentos más a los que no podrás resistirte:
1. Los desayunos
¡Divinos! Y con los huevos Benedictinos como protagonistas indiscutibles. Ojo, si eres goloso, no te puedes ir sin probar los waffles con chocolate. Tocarás el cielo.
2. La cubierta
En ella preparan suculentas barbacoas de carne, langosta y verduras; también cuenta con una barra de ensalada para calmar la conciencia. Lo mejor: sus comodísimos sofás, tumbonas y pufs, ideales para tomarse un Bloody Mary mientras ves pasar escenarios de cuento.
3. Su gastronomía
Pura fantasía que apuesta por alimentos frescos de los mercados locales en los que recala el crucero. La cubierta también cuenta con un pequeño huerto de plantas aromáticas que utilizan para aderezar los platos. La guinda la pone el chef Johaness Bar en la cena que elabora, bajo pedido, en la denominada Vintage Room. Cinco platos y dos postres en perfecta armonía con unos vinos estratosféricos. Nada que envidiarle a cualquier estrella Michelin (palabra).
4. El salón Palm Court
En esta joya art decó se preparan todo tipo de cócteles bajo la cadencia de un pianista capaz de tocar lo que le pidas. Si le animas un poco, puede que termine bailando en la pista.
5. El spa
El momento autocuidado es fundamental en unas vacaciones de lujo. Esta maravilla fluvial tiene piscina, jacuzzi, baño turco, sauna y los mejores tratamientos para calmar la mente y alimentar el espíritu. Un gran plus a favor es que trabajan con productos de Natura Bissé, lo mejor de nuestra cosmética patria.
Si después de esto no has cambiado de opinión, puede que nada consiga hacerlo. No te mortifiques, siempre te quedarán los hoteles estáticos, esos que obligan a hacer y deshacer la maleta en cada destino.
Lo de los cruceros es como la pizza con piña: mientras que para algunos es una delicia, para otros es una verdadera aberración. Si lo trasladamos a los barcos, están los que con solo pensar en pasar varios días a flote palidecen y aquellos que ven en esta experiencia todo lo bueno de unas vacaciones de lujo. Dicho esto, debemos confesar que pertenecíamos al primer grupo hasta que pudimos viajar a bordo del crucero fluvial más grande de Europa y surcar el Danubio (que de azul tiene poco) entre paisajes de ensueño, cócteles y una de las mejores atenciones jamás experimentadas.
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