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Samaná, el insospechado paraíso dominicano donde el Caribe sigue siendo auténtico
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NOS VAMOS EL DOMINGO

Samaná, el insospechado paraíso dominicano donde el Caribe sigue siendo auténtico

Al noreste de República Dominicana, la naturaleza dibuja un apéndice paradisíaco genuino de playas vírgenes, manglares únicos en el mundo, ballenas jorobadas de extraordinaria belleza y una selva tropical infinita. Llámalo paraíso

Foto: Las últimas playas vírgenes del Caribe están en Samaná, un destino para viajeros concienciados, no para turistas. (Cortesía))
Las últimas playas vírgenes del Caribe están en Samaná, un destino para viajeros concienciados, no para turistas. (Cortesía))

Si Goscinny y Uderzo situaron a Astérix en “una aldea poblada por irreductibles galos que resisten al invasor”, al otro lado del mundo, la península de Samaná defiende con uñas y dientes su riqueza natural, lejos del Caribe desnaturalizado por la masificación turística y las vacaciones 'a granel'. Un reducto al norte de República Dominicana (que acogió la edición de 'Supervivientes' que presentó Paula Vázquez) en el que el término bachata, que hace referencia a uno de los bailes más emblemáticos del folclore urbano local, cobra todo el sentido de su traducción.

Bachata significa fiesta, y no se nos ocurre un término más pertinente para describir la fiesta para los sentidos que supone recorrer en barco el Parque Natural de los Haitises, una auténtica joya de la naturaleza custodiado en su recorrido por impresionantes manglares blancos. O pasar la mañana en alta mar, esperando emocionados a que las ballenas jorobadas, en su hábitat natural, alcancen la superficie junto con sus ballenatos (crías) para respirar.

Del momento “el mareo en el mar es algo psicológico” del guía Wilfredo ni confirmamos ni desmentimos, pero, por si acaso, sujetamos con fuerza la bolsa 'arrojadiza' entre nuestras manos.

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Samaná, ese privilegiado lugar del mundo en el que la temperatura más baja del año son 20 grados; donde los locales hacen de la vida en la calle y su eterna sonrisa una seña de identidad incontestable; y en el que más del sesenta por ciento de su espacio natural está protegido para salvaguardar su biodiversidad, sabe acoger al viajero como pocos destinos. Un reducto imprescindible que nos reconcilia con lo que el Caribe nunca debió dejar de ser, y que puede disfrutarse en exclusiva a través del turoperador Soltour, que lo ha convertido en la 'niña bonita' sostenible de su amplia oferta de destinos increíbles.

placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Ritmo lento, música alta y avispas que no pican

En Samaná todo es posible y sorprendente al mismo tiempo. Amanece en Samaná (por cierto, que se ha estrenado una película con este título que transcurre en la isla) y, a partir de ese momento, conviene dejarse llevar (fluir, que dirían algunos). Empezando por el clima, "muy loco acá", que pasa de un sol intenso a lluvia torrencial, con viento que sopla y amaina varias veces en el mismo día, esta parte del Caribe tiene sus propias coordenadas.

Aunque a los locales les gusta pisar el acelerador (y darle caña al aire acondicionado en los autobuses, frozen total), cuando descienden de sus vehículos (en un ochenta por ciento motocicletas, en las que hemos llegado a ver hasta cuatro personas subidas) todo se ralentiza. Con una banda sonora que multiplica los decibelios por mil en cualquier esquina, el dominicano disfruta del aire libre, y también lo hace del ron (mucho) y la buena compañía.

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El dominicano disfruta del aire libre, y también lo hace del ron (mucho) y la buena compañía

placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Para cogerle el pulso al flow dominicano, un buen ejemplo son las moscas cernidoras, negras y amarillas, que imitan la apariencia (y el vuelo) de las avispas como mecanismo de defensa, pero que en realidad son inofensivas, no pican. Todas las veces que atravesamos en autobús Santa Bárbara, la capital de Samaná, hay un trasiego de personas que bailan en la calle o revuelven en montones de ropa de segunda mano a la venta en humildes porches.

También vemos puestos callejeros que ofrecen termos de café, la famosa mamajuana 'afrodisíaca' (veinte raíces de flores regadas en un sesenta por ciento con ron, un viente por ciento con vino tinto y otro veinte por ciento con miel de flor de café), cocos, frutas tropicales, mil variedades de bananas…

Nos sorprende especialmente un puesto pequeño en el que vemos una cabeza de vaca (tal cual). Es una carnicería, y la guía nos explica que es costumbre colocarla a la vista “para que los clientes comprueben que la carne que allí se vende es fresca, que el animal está recién sacrificado”.

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Para terminar con el momento 'cultura local', dos recomendaciones: probar su 'bandera dominicana', receta básica en cualquier casa que consta de arroz, cualquier tipo de carne y habichuelas; y pedir siempre que te apetezca una cerveza suave, una Presidente 'vestida de novia' bien fría. ¡Ah! Y un detalle que también nos acerca a su filosofía: vemos perros sueltos por todas partes, todo el tiempo. A la pregunta de “¿por qué hay tantos perros abandonados en la isla?”, un pausado y amable samanense nos aclara: “esos perros no están abandonados, todos tienen dueño, pero acá no nos gusta amarrarlos, preferimos que vivan libres”.

De los manglares a las ballenas jorobadas

Las aguas cálidas de este reducto caribeño son la casa que han elegido desde tiempos remotos las ballenas jorobadas para aparearse y tener a sus crías. Un lugar único en el mundo en el que tenemos la suerte de poder avistarlas cuando salen a la superficie a respirar con sus ballenatos (eso sí, a más de cincuenta metros para respetar su espacio vital).

En temporada, en los tres santuarios de ballenas que tiene Samaná pueden avistarse en torno a trescientas y por la forma de su cola se sabe a qué familia pertenecen. Pero es que la biodiversidad de este paraíso dominicano nos regala también delfines 'nariz de botella' o los tranquilos manatíes, una especie de morsas marinas en peligro de extinción de las que apenas quedan cien ejemplares (dan a luz una sola cría cada tres años).

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placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Como lobos de mar que somos (¡bendita Biodramina!), otra de las experiencias inolvidables nos sitúa a bordo de un kayak recorriendo a ritmo lento y respetuoso los increíbles manglares del Parque Natural de Los Haitises, un regalo de la naturaleza de 1.600 kilómetros cuadrados de área protegida: orquídeas, maderas de caoba, pelícanos y aves fragatas nos saludan mientras nos adentramos en un laberinto de árboles mangle, con raíces acuáticas que nunca dejan de crecer y que constituyen una barrera natural que protege Samaná de las tempestades del mar abierto. Para los más curiosos: el agua verde opaca de Los Haitises es consecuencia de más de cien ríos subterráneos que bajan de la montaña arrastrando sedimentos.

placeholder Avistamiento ballenas jorobadas. (Sandra Poveda)
Avistamiento ballenas jorobadas. (Sandra Poveda)

Aventuras en buggy por la selva tropical

Ya con un pie en tierra, y después de haber digerido la exuberancia de Los Haitises, nos espera otra superexperiencia completamente diferente. Con la mochila cargadita de adrenalina salimos en buggy para atravesar la selva tropical de Samaná, un espectáculo verde y virgen en el que nos convertimos en testigos de la vida real en los pueblos de la zona, entre plantaciones de fruta y café, y niños (todos los que nos cruzamos, sin excepción) que nos saludan desde cada casa. Finalmente, recalamos en Playa Rincón, la más bella del país, con cinco kilómetros de arena blanca y cocoteros, y la décima más bella del mundo según la Unesco.

placeholder Mamajuana, la bebida afrodisíaca. (Sandra Poveda)
Mamajuana, la bebida afrodisíaca. (Sandra Poveda)

La segunda parada es un pintoresco lugar, Río Caño Frío, que habitualmente está vacío, como casi todas las playas de aguas esmeralda que bañan Samaná, pero que hoy ha atraído a centenares de locales porque es domingo, día de fiesta. Merengues y bachatas, 'a todo lo que dan', cada veinte metros, ponen la banda sonora a los mensajes que encontramos en cada árbol, en los autobuses, en los puestos de cócteles… y que tienen a Dios como protagonista. El fervor religioso se deja ver a menudo por aquí.

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placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Comemos en un lugar cien por cien recomendable, Monte Azul, un restaurante con vistas 360º en el que alcanzamos el nirvana sin necesidad de meditar. Frente a nuestra mesa nos reclama Samantha, una cotorra (ave endémica aquí) que baila sobre el mostrador del restaurante mientras le damos compás.

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placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Aún quedan playas vírgenes y están en Samaná

Sorprende especialmente en este reducto caribeño increíble que, excepto del domingo, el resto de los días visitamos playas de arena blanca interminable, cocoteros y paisajes idílicos al borde del mar en los que apenas nos cruzamos con tres o cuatro seres humanos. Samaná nos reconcilia con el Caribe auténtico, con el ecoturismo y con la inexcusable necesidad de proteger el tesoro que la naturaleza decidió esconder aquí. En toda la República Dominicana hay más de 123 áreas protegidas y es la isla del Caribe con mayor biodiversidad, un título que merece la pena mantener.

Samaná nos reconcilia con el Caribe auténtico, con el ecoturismo y con la inexcusable necesidad de proteger el tesoro que la naturaleza decidió esconder aquí

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Especialmente emocionante (y triste) es la historia que nos cuentan en la playa salvaje El Limón los responsables de la Fundación Eco Bahía del Grupo Piñero (propietarios de Soltour) sobre las tortugas, esos animales marinos que llevan más de sesenta y cinco millones de años sobre la Tierra y cuya existencia peligra seriamente. Carey, Caguama, Laúd… todas ellas se enfrentan a un sinfín de depredadores que les ponen la supervivencia realmente complicada. ¿El más feroz de los depredadores, que entre otras cosas se come sus huevos por considerarlos afrodisíacos? Adivinad.

De la laguna Gri-Gri al cenote Lago Azul

El último día de nuestro apasionante viaje a Samaná traspasa ligeramente los límites, hasta llevarnos a la provincia de María Trinidad Sánchez. Es en ella donde nos llama la atención algo nunca visto desde que aterrizamos en el paraíso. Hablamos de nuestro primer semáforo (¡chispas!). La explicación está en que atravesamos Nagua, capital de una zona algo más turística, cuyo eslogan reza “entra si quieres, sal si puedes” haciendo referencia a lo adictivo del lugar.

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placeholder Fotografía: S. G. L.
Fotografía: S. G. L.

Nos aproximamos al pueblo pesquero Río San Juan, para abordar una barca en la que atravesamos la laguna Gri-Gri custodiados por majestuosos manglares rojos (los más altos que existen). Antes de una paradita-chapuzón en Playa Caletón visitamos la Cueva de las Golondrinas. ¿Para comer? Unas langostas recién pescadas en la mismísima Playa Grande que nos saben a gloria.

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Gigantescos aguacates, el ineludible arroz y sus habichuelas, y mango, maracuyá, papaya, tamarindo, piña, guayaba y bananas de postre nos transportan al séptimo cielo. Un ratito, vuelta y vuelta, en Playa Preciosa alucinando con sus puestos de mil joyas en plata elaboradas con larimar (piedra nacional semipreciosa y única en el mundo) y el último baño del día en el cenote Lago Azul, con aguas cristalinas que filtra la roca con las lluvias y que supone un verdadero privilegio natural.

El hotel es la otra gran experiencia

La vida del turista es muy dura, y de ninguna manera podríamos disfrutar de las mil y una excursiones propuestas sin un descanso reparador. Afortunadamente, en Samaná son garantía de éxito, y de experiencia en sí mismos, hoteles del sello Bahía Príncipe como Grand El Portillo o Grand Samaná, más familiar y grande el primero y 'only adults' el segundo.

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placeholder Grand El Portillo. (Cortesía)
Grand El Portillo. (Cortesía)

Ubicados en lugares privilegiados ambos, Grand El Portillo es un cinco estrellas cerca de Santa Bárbara de Samaná inspirado en la arquitectura colonial costera con un vergel por jardín que atesora el mítico 'árbol del viajero' (almacena agua para el sediento) o la mágica ceiba, un árbol plenamente integrado en la cultura popular que se relaciona con lo mágico-religioso. Actividades de día y de noche también para los niños, fiestas temáticas en la playa, restaurantes para elegir y amplias habitaciones son sus credenciales.

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placeholder Grand Samaná. (Cortesía)
Grand Samaná. (Cortesía)

Grand Samaná, por su parte, en el camino Samaná-Las Galeras, ofrece al viajero una joya en altura de ciento cincuenta habitaciones, la mayoría de ellas con vistas al mítico Cayo Levantado, para quien guste de la paz absoluta. Su acceso directo y privado a una playa recóndita, terrazas estratégicamente ubicadas para disfrutar del atardecer con las ballenas jugando en lontananza y la posibilidad de un todo incluido de lujo para no tener ninguna preocupación, lo convierten en una opción perfecta.

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Y una última recomendación: el 'only adults' Viva Samaná by Wyndham, con habitaciones con piscina incluida, camas balinesas, todos los cócteles que puedas soñar y una de las playas más bonitas de Las Terrenas.

Ahota te toca a ti disfrutar de este destino paradisíaco al que nosotros, sin duda, regresaremos.

Si Goscinny y Uderzo situaron a Astérix en “una aldea poblada por irreductibles galos que resisten al invasor”, al otro lado del mundo, la península de Samaná defiende con uñas y dientes su riqueza natural, lejos del Caribe desnaturalizado por la masificación turística y las vacaciones 'a granel'. Un reducto al norte de República Dominicana (que acogió la edición de 'Supervivientes' que presentó Paula Vázquez) en el que el término bachata, que hace referencia a uno de los bailes más emblemáticos del folclore urbano local, cobra todo el sentido de su traducción.

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