Marisa Paredes, la diva de origen obrero: de los flanes de la señora Petra a Almodóvar y la mujer comprometida del ‘No a la guerra’
Hija de una portera que vivía en la madrileña Plaza de Santa Ana, el teatro que la vio siendo una niña ilusionada con sus estrellas acoge su último adiós este miércoles
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Cuando Marisa Paredes, fallecida este martes a los 78, se enfrentó al rodaje de ‘Tacones Lejanos’, la primera película de Pedro Almodóvar que la convertiría en una actriz internacional de facto, quiso “entrar en carnes para encarnar a una diva”. Lo contaba su biógrafo, Juan Francia, en una entrevista. Su madre, la señora Petra, la que fuese portera de uno de los edificios de la madrileña plaza de Santa Ana, le hizo “flanes tremebundos de leche condensada” y todo tipo de manjares calóricos para comer. Así conseguiría ganar un peso extra. Porque, pese a sus aires aristocráticos y a su elegancia innata, Marisa siempre fue (y siempre hizo gala de ello) de clase obrera.
Años después, pese a la ayuda de su madre y de aquellos flanes, la actriz se mantuvo en su peso y en esa figura escuálida que ya forma parte de su mito. “Siempre he sido una 38, ahora soy una 40. Cuando eres pobre en aquellos años, te tienes que inventar la ropa, porque no la tienes”. Poco podía imaginar aquella niña con pocos recursos que se inventaba la ropa; la que se escapaba de la casa de ‘doña Petra’ para ver a los artistas que entraban y salían del Teatro Español en la misma plaza de Santa Ana, que años después su capilla ardiente se instalaría justamente en ese teatro para darle su último adiós.
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El mundo de la cultura la despide este miércoles y, en algunos casos, sus miembros apenas pueden articular palabra sobre una muerte inesperada. Puestos al habla con Esther García, de El Deseo, para recabar impresiones de la que fuese la primera chica Almodóvar (tras su presencia en ‘Entre Tinieblas’ se acuñó dicho término por primera vez), nos comentan que están “consternados”. No quieren hacer declaraciones más allá de lo oficial. Lo mismo ocurre cuando tratamos de hablar con Loles León, otra miembro de esa ‘troupe’ almodovariana que ha llevado nuestro cine por todo el planeta. Marisa era, en palabras del periodista Manuel Román a Vanitatis, ”muy autodidacta al venir de una familia muy pobre. Tenía mucho genio, mucho carácter, pero a la vez era una mujer muy sencilla, sobre todo cuando empezaba. Tenía algo de similitud, en esos orígenes, con Ana Belén, que también era hija de una portero”.
A los 12 años, la Marisa preadolescente y ya rebelde acudía cada tarde a clases de costura. En realidad, se escapaba para aprender Arte Dramático. Poco después de aquellas mentiras, se enrolaba en la compañía de otra grande de nuestro cine, poco reivindicada en nuestros días: Conchita Montes. Marisa llegó a aquel grupo por casualidad, para sustituir a una actriz enferma, y se quedó para siempre. Siendo solo una adolescente, ya hacía funciones de teatro por todo el país. Sin embargo, sería Fernando Fernán Gómez quien le acabaría enseñando el oficio y le daría uno de sus primeros papeles en el cine, el de la criada en la durísima ‘El mundo sigue’.
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Por aquellos años fue cuando Román la conoció, mientras vivía un romance con el actor de fotonovelas J.A. Mayans. También mantuvo una relación duradera con una leyenda del cine español: el director y productor Antonio Isasi-Isasmendi. Comenzó a salir con él en la década de los 70 y ambos tuvieron una hija, María Isasi, que también se dedica al cine y la televisión. Lo de la actriz e Isasi-Isasmendi duró más bien poco (unos siete años) y, ya fuese por él o por ella, nunca derivó en matrimonio. Nos comenta Román que Marisa “nunca quiso casarse”.
Tras dar, un cambio de metabolismo la mutó en esa figura delgada; ese cisne delicado pero fuerte del que Almodóvar sacaría el mejor partido posible. Una gran dama del drama, a lo Douglas Sirk. Años antes de ese feliz matrimonio profesional, Román se la encontraba, por ejemplo, en Ibiza al lado de Isasi Isasmendi. “Los dos veraneaban allí. Me la encontré en un bar y fue muy normal. No se puede decir que fuese una persona muy muy simpática. Era muy seria, pero yo jamás tuve una mala experiencia con ella”, recuerda.
Simpática o seria, cuando regresó al cine en 1980 con ‘Ópera Prima’, de Fernando Trueba, nació una nueva Marisa Paredes más allá de los papeles secundarios que habían jalonado su trayectoria en la gran pantalla. ‘Entre Tinieblas’, de Pedro Almodóvar, la convirtió en una figura internacional y con la mencionada ‘Tacones Lejanos’ hizo su primer protagonista. Encarnaba a una madre actriz y diva que contrastaba con su hija, una fracasada Victoria Abril. ‘Tacones…’ era un melodrama que recordaba a aquellos otros del viejo Hollywood. No es de extrañar que Guillermo Cabrera Infante definiese a Paredes ‘la Joan Crawford española’, un cumplido del que ella no se creía merecedora aunque lo agradecía desde el cariño.
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“Adoraba a Almodóvar porque él la convirtió en actriz internacional”, nos dice Román. Su escritora despechada y abandonada de ‘La flor de mi secreto’ (imborrable Leocadia que escribe bajo el seudónimo de Amanda Gris) o su actriz en crisis de ‘Todo sobre mi madre’ (Huma Rojo) la convirtieron en un auténtico talismán para un Pedro Almodóvar que este martes recibía la noticia de su fallecimiento fuera de nuestras fronteras. Frases como "¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?” son ya patrimonio nacional. No es de extrañar que ella agradeciese al manchego haber impulsado una carrera que la llevó a saltar al charco y a rodar producciones de éxito en todo el mundo como ‘La vida es bella’.
Dos años después de esa película, la Academia de Cine, de la que fue presidenta entre 2000 y 2003, sacó a relucir su lado más comprometido. No es fácil olvidarla en aquel ‘No a la guerra’ con el que quiso poner freno, como tantos otros del gremio, a la guerra de Irak. Y esa es la faceta de ella que más recuerda Carla Antonelli. “Una de las últimas veces que la vi fue en una manifestación para mostrar su rechazo a las reformas de las leyes trans y LGTBI propuestas por el gobierno de Isabel Díaz Ayuso”, nos comenta. Antonelli destaca su “humanidad” y asume, como Román, que “tenía carácter, mucho, pero también dulzura”. Román también afirma que “lo hizo bien en su etapa en la Academia. Nunca tuvo enemigos y era bastante sensata. Era una de esas actrices a la que los jóvenes respetaban”.
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En sus últimos cuarenta años, Paredes encontró en Chema Prado, exdirector de la Filmoteca Nacional, a un gran amor. Fueron pareja desde 1983. Con él tampoco sintió la necesidad de casarse que sí tuvieron otras muchas mujeres de su generación. La actriz y su pareja ofrecieron, hace unos años, un reportaje en la revista 'AD' mostrando el apartamento de él en Torres Blancas, uno de los emblemas arquitectónicos de la capital. En las entrevistas, Prado siempre contaba que conoció a la actriz gracias a Pedro Almodóvar. "Acababa de rodar 'Entre tinieblas' y yo le pedí que me la presentara. Fue en Venecia", recordaba en 'La Voz de Galicia'. En esa misma charla, confesaba que Marisa y él solían ejercer de anfitriones con grandes amigos como Jim Jarmusch. A menudo incluso les obsequiaban con una tortilla de patatas cocinada por ellos. "Marisa y yo hemos hecho varias para gente como Malkovich o Bertolucci, adictos a los pimientos de Padrón", aseguraba en uno de los pocos momentos en los que la pareja hablaba de su rutina. Prado se encargó de esclarecer que su muerte se ha producido por un "fallo cardiaco" en una declaración sobria pero punteada por el dolor de la pérdida.
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Institución donde las haya, este miércoles el teatro donde la niña que una vez fue soñaba con sus artistas favoritos acogerá esa última función de la que ni los actores ni ninguno de nosotros podemos escapar. “Lo que me preocupa es que esta ciudad no me reconozca a mí”, decía Becky del Páramo en ‘Tacones Lejanos’. Una preocupación que no tendrá la Marisa Paredes real de la que se este miércoles se despide Madrid y toda España.
Cuando Marisa Paredes, fallecida este martes a los 78, se enfrentó al rodaje de ‘Tacones Lejanos’, la primera película de Pedro Almodóvar que la convertiría en una actriz internacional de facto, quiso “entrar en carnes para encarnar a una diva”. Lo contaba su biógrafo, Juan Francia, en una entrevista. Su madre, la señora Petra, la que fuese portera de uno de los edificios de la madrileña plaza de Santa Ana, le hizo “flanes tremebundos de leche condensada” y todo tipo de manjares calóricos para comer. Así conseguiría ganar un peso extra. Porque, pese a sus aires aristocráticos y a su elegancia innata, Marisa siempre fue (y siempre hizo gala de ello) de clase obrera.