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Un año sin el duque de Edimburgo: malos tiempos para La Firma
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FAMILIA REAL BRITÁNICA

Un año sin el duque de Edimburgo: malos tiempos para La Firma

Los errores ya no se perdonan tan fácilmente y, en la era actual, el concepto de monarquía corre el peligro de ser visto por las generaciones más jóvenes como anticuado

Foto: Isabel II, junto al duque de Edimburgo. (Gtres)
Isabel II, junto al duque de Edimburgo. (Gtres)

Cuando el príncipe Felipe se casó con la joven Isabel y entró formalmente a formar parte de la familia real británica aquel noviembre de 1947, se encontró un palacio de Buckingham completamente anticuado. Puso lavavajillas porque las lavanderas aún fregaban a mano y modernizó las cocinas para que se pudiera calentar y preparar la comida en las plantas de los salones a fin de evitar que cada vez que hubiera banquetes se tuvieran que subir los platos desde los sótanos. Esa falta de conexión con la realidad no se ceñía únicamente a cuestiones materiales. Los royals vivían como en otra era y les lanzó una advertencia: solo la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos garantizaría la supervivencia de la institución.

Se cumple ahora un año de la muerte del duque de Edimburgo (1921-2021). Se echan de menos sus bromas, sus insolencias, sus salidas del rígido protocolo. Pero ante todo, su visión modernizadora. Porque La Firma no pasa por su mejor etapa.

Foto: Don Felipe y doña Letizia, en el servicio de acción de gracias del duque de Edimburgo. (EFE/EPA/Andy Rain)

El 'momento Land Rover' ha vuelto a dejar a los royals desconectados de la realidad. La foto de Guillermo y Kate asistiendo a un desfile militar en Jamaica en el mismo Jeep en el que pasearon Isabel II y Felipe en 1960 no ha podido hacer más daño a la institución. Se suponía que, replicando la imagen, los duques de Cambridge reforzarían el futuro de la Corona dando un símbolo de continuidad. Pero quedó completamente obsoleta, aireando además las críticas del pasado racista y colonial del que fuera imperio.

placeholder Isabel II y el duque de Edimburgo, ante la Cámara de los Lores. (EFE)
Isabel II y el duque de Edimburgo, ante la Cámara de los Lores. (EFE)

En definitiva, lo que se suponía que sería una visita al Caribe para reconectar con la Commonwealth en pleno Jubileo de Platino de Isabel II, una oportunidad para presentar a las nuevas generaciones, acabó siendo una gira que puede haber acelerado los movimientos para que algunos de estos países se deshagan de la monarca como jefa de Estado, tal y como hizo recientemente Barbados. Porque la Jamaica de 1960 está muy lejos de la Jamaica de 2022. Y si la familia real se queda anclada en su pasado, corre el riesgo de extinguirse.

La primera que debe afrontar esta realidad es la mismísima Isabel II. Durante los 70 años de su reinado, ha llevado a cabo una labor impecable despertando respeto entre los propios republicanos. Sin embargo, a punto de cumplir 96 años el próximo 21 de abril, su movilidad es cada vez más reducida y su creciente fragilidad expone cuán delicado es el vínculo entre la Corona y el pueblo.

No hay planes para una regencia en la que el príncipe Carlos tome formalmente el papel de su madre. A sus 21 años, una joven Isabel prometió que durante toda su vida, fuera corta o larga, estaría dedicada al servicio del pueblo. En otras palabras, nunca renunciaría al trono. Pero, al negarse a pasar a un segundo plano, la institución que encabeza corre el peligro de debilitarse con ella. Sobre todo, si no escucha a su círculo más cercano.

placeholder Isabel II, Carlos de Inglaterra y el príncipe Guillermo, en el balcón del palacio de Buckingham. (EFE/Andy Rain)
Isabel II, Carlos de Inglaterra y el príncipe Guillermo, en el balcón del palacio de Buckingham. (EFE/Andy Rain)

La decisión de imponer su voluntad frente a Carlos, heredero del trono, y Guillermo, segundo en la línea de sucesión, para permitir que el príncipe Andrés, del que siempre se ha dicho que era su hijo favorito, caminara con ella en la entrada al funeral del duque de Edimburgo, fue de todo menos acertada. Al fin y al cabo, no hacía ni un mes que el duque de York había llegado a un carísimo acuerdo extrajudicial de más de 10 millones de euros para evitar el juicio por supuesto abuso sexual a una menor explotada por una red de pedofilia controlada por su amigo Jeffrey Epstein.

Esa es otra de las derivadas. Para muchos, la monarquía es un refugio en tiempos de crisis, un símbolo de continuidad ante la volatilidad de eventos políticos de toda índole. Pero el palacio de Buckingham se ha convertido, en los últimos años, en un hervidero de escándalos.

Los supuestos abusos sexuales de Andrés, por los que ha perdido honores militares y el título de alteza real, son tan solo la punta del iceberg. El propio heredero del trono podría ser interrogado por Scotland Yard en relación con una supuesta corrupción criminal en una de sus fundaciones benéficas.

Los tiempos están cambiando rápido. Los errores ya no se perdonan tan fácilmente y en la era actual de las redes sociales, donde los puntos de vista tóxicos de las minorías a menudo superan los sentimientos de la mayoría, el concepto de monarquía corre el peligro de ser visto por las generaciones más jóvenes como anticuado, indebidamente privilegiado e irrelevante.

placeholder El príncipe Andrés, en una imagen de archivo. (EFE/Will Oliver)
El príncipe Andrés, en una imagen de archivo. (EFE/Will Oliver)

La institución aguanta ahora por el gran respeto que levanta a ambos lados del Atlántico la figura de Isabel II. Pero surgen cada vez más preguntas sobre cómo serán los tiempos cuando Carlos III acceda al trono. Porque seguro que habrá más crisis. Pero él nunca ha gozado de tanta popularidad como su madre.

El futuro rey no solo tendrá que lidiar con la relación tóxica que mantiene con su hermano. También deberá afrontar la relación cada vez más inexistente que mantiene con su propio hijo, el príncipe Harry, que tras el sonado Megxit no ha parado de lanzar feroces ataques que pasan, entre otros, por acusaciones de racismo hacia su propia mujer. Para finales de este año, se esperan sus “memorias francas”. Palacio está que tiembla. Porque los editores no pagan 15 millones de dólares por un libro sin garantías de que va a ser explosivo.

En definitiva, no corren buenos tiempos para La Firma. En la misa que se celebró recientemente en la abadía de Westminster, donde se dieron cita todas las casas reales europeas, para rendir tributo al duque de Edimburgo, se recordó su sentido del deber, patriotismo, sacrificio personal y sentido del humor. Todas ellas son virtudes importantes. Pero, tal y como dijo el príncipe Felipe al entrar en palacio, solo la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos garantiza la supervivencia de la institución. Es preciso que los suyos tomen nota.

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Cuando el príncipe Felipe se casó con la joven Isabel y entró formalmente a formar parte de la familia real británica aquel noviembre de 1947, se encontró un palacio de Buckingham completamente anticuado. Puso lavavajillas porque las lavanderas aún fregaban a mano y modernizó las cocinas para que se pudiera calentar y preparar la comida en las plantas de los salones a fin de evitar que cada vez que hubiera banquetes se tuvieran que subir los platos desde los sótanos. Esa falta de conexión con la realidad no se ceñía únicamente a cuestiones materiales. Los royals vivían como en otra era y les lanzó una advertencia: solo la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos garantizaría la supervivencia de la institución.

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