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30 años sin don Juan de Borbón: una vida de renuncias marcada por su mala relación con el rey Juan Carlos
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30º ANIVERSARIO

30 años sin don Juan de Borbón: una vida de renuncias marcada por su mala relación con el rey Juan Carlos

Este sábado se cumplen tres décadas desde que la Casa Real anunciara que el padre de don Juan Carlos había fallecido. Repasamos una vida marcada por sus fracasos y, sobre todo, renuncias

Foto: Don Juan de Borbón, en 1932. (Cordon Press)
Don Juan de Borbón, en 1932. (Cordon Press)

Se cumplen este sábado 30 años del fallecimiento de don Juan de Borbón, tres décadas desde que, por primera vez en público, veíamos a don Juan Carlos y doña Sofía deshacerse en lágrimas en el solemne funeral con el que el entonces Rey quiso honrar a su padre en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Una liturgia a la que ninguna figura del Gotha europeo, ni siquiera el actual rey Carlos III, quiso faltar y, tras la cual y como es prescriptivo y tradición, sus restos fueron entregados a la comunidad de agustinos del monasterio para permanecer, por un tiempo indeterminado de entre 25 y 40 años, en el denominado pudridero real.

Allí yace este rey de derecho, que no de ejercicio, que dejó tras de sí una honda huella de afecto entre quienes le conocieron y a quien su hijo quiso, en su último momento, dar honras y reconocimiento de soberano reinante labrando en su futura tumba del panteón de reyes el Juan III que le hubiera correspondido como rey de España. Una anomalía histórica que ponía fin a una honda herida familiar, pues si don Juan hubo de elegir entre sus derechos personales o la monarquía instaurada en la cabeza de su hijo, don Juan Carlos tuvo que hacer lo propio entre su padre y su destino.

placeholder El rey Juan Carlos y el conde de Barcelona, en 1962. (Cordon Press)
El rey Juan Carlos y el conde de Barcelona, en 1962. (Cordon Press)

Hijo tercerón de un rey de carácter notable como Alfonso XIII, cuyo extenso y controvertido, aunque rico, reinado conoció más en sus penas que en sus glorias, don Juan padeció como toda su familia el drama de la hemofilia y, con tan solo 18 años, se vio abocado al exilio incierto de un príncipe sin posición y de escasa fortuna. Acaso ya intuía que el pesado manto de la realeza habría de recaer sobre él un día, y fue su servicio en la marina británica lo que afianzó en su persona una profunda pasión por el mar que, en no pocas ocasiones, sería el consuelo de muchas de sus graves frustraciones.

Una herencia regia que tomó cuerpo cuando en 1933, y tras la renuncia al trono a la que el rey Alfonso forzó a sus hermanos mayores, se convirtió en príncipe de Asturias y que cobró mayor dimensión cuando en 1941 el rey abdicó sus derechos dinásticos en él encomendándole la ardua tarea de hacer regresar un día la monarquía a España. Una misión con la que siempre se identificó y que encaró con el patriotismo de naturaleza castiza heredado de los Borbones de España, un gran don de gentes, una elevada dosis de perseverancia y la idea clara de que recibía un legado y un mandato históricos que, de una u otra forma y contra viento y marea, debería llevar a buen puerto.

placeholder Victoria Eugenia, con sus seis hijos. (Hulton-Deutsch Collection/Corbis/Getty)
Victoria Eugenia, con sus seis hijos. (Hulton-Deutsch Collection/Corbis/Getty)

Mundano, amante de las mujeres y poseedor de un gran encanto, pues su presencia llenaba los salones, entre 1914 y 1969 le cupo capitanear el inestable barco de la familia real española atravesando los escollos de la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, no pocas disputas familiares y un larguísimo exilio en Portugal que siempre esperó que fuese meramente transitorio.

En Estoril, en la pequeña, precaria y peculiar corte de Villa Giralda, no solamente fue una de las figuras centrales del micromundo de regios exiliados que en aquellos años buscaron refugio en la costa portuguesa (una comunidad de príncipes franceses, portugueses, italianos, búlgaros y austriacos), sino que entabló una íntima relación con el dictador Oliveira Salazar y con los grandes nombres de la vieja nobleza portuguesa y de la gran burguesía ascendente, con cuyo apoyo contó en todo momento, al tiempo que, rodeado de su fiel consejo privado, creyó poder alcanzar el trono de una España, más idealizada y anhelada que real, que apenas pudo conocer en primera persona en sus realidades más tristes y más profundas.

Demócrata convencido como explicitó en sus sucesivos manifiestos de Ginebra, Lausana y Estoril, su relación con el dictador Franco, que siempre le cortó el paso, fue tensa, mala y tremendamente fría pues, como el general dijo a su primo Pacón, “lo malo es lo mal aconsejado que está don Juan, lo liberal que es, y que prescinde del actual régimen en muchas ocasiones como si éste no existiese”.

placeholder Don Juan y María de Borbón. (Cordon Press)
Don Juan y María de Borbón. (Cordon Press)

Sin embargo, cierto en su convicción de que la monarquía habría de volver a España como forma de superación de las heridas de la guerra, hubo de pactar con él la formación en nuestro país de su hijo don Juan Carlos sellando con ello su destino. Algo que no impidió que liderando a los monárquicos españoles, y con su apoyo leal, presentase una oposición sostenida el régimen a pesar de la oposición dinástica de su hermano, el infante don Jaime, y de su primo, el príncipe Javier de Borbón-Parma, que representaba una facción de los restos del viejo carlismo.

En su convicción de que la restauración de la monarquía pasaba por delante de sus propios intereses personales como depositario de la legitimidad dinástica, en 1969 enfrentó con pesar la nominación de su hijo como futuro rey. Un dolor que vino a sumarse al otro más antiguo de la muerte accidental de su hijo Alfonso y a los trastornos psicológicos de su esposa y su prima, la princesa María de Borbón, que siguieron a aquella tragedia, buscando alivio en sus travesías por el Atlántico y navegando por las costas mediterráneas para poder recalar, aquí y allá, en pequeños puertos de la costa española.

placeholder María de las Mercedes y don Juan de Borbón con sus cuatro hijos: Alfonso, Juan Carlos, María del Pilar y Margarita. (Getty)
María de las Mercedes y don Juan de Borbón con sus cuatro hijos: Alfonso, Juan Carlos, María del Pilar y Margarita. (Getty)

Y sólo en 1977, y con la democracia ya restaurada, pactó la cesión de sus derechos dinásticos a su hijo ya reinante en una deslucida ceremonia a la que se dio la menor relevancia posible, y que fue poco entendida por la opinión pública. La antesala de unos años postreros de escasa representación oficial y cierta opacidad en una monarquía que, más allá de concederle el rango de almirante y capitán general de la Armada, no supo encontrarle un estatus particular en los rangos de la familia real. Poco fue el espacio que se dio a su posible contribución, considerado ya como una figura incómoda de otro tiempo.

En suma, una vida de anhelos y esperanzas jalonados de fracasos y renuncias, pero también de reconocimientos en la sombra, que, con el paso de los años, y después de su muerte, cobró relevancia histórica como lo atestigua la amplia literatura que desde entonces se ha publicado sobre su persona. Entre tanto, y por el momento, sus restos permanecen en el pudridero real de El Escorial, en compañía de los de su esposa doña María; de su hermano el infante don Jaime; de sus primos hermanos los infantes Luis Alfonso de Baviera e Isabel Alfonsa de Borbón; y de su sobrino el infante don Carlos duque de Calabria, al que el rey Juan Carlos considera un hermano.

Se cumplen este sábado 30 años del fallecimiento de don Juan de Borbón, tres décadas desde que, por primera vez en público, veíamos a don Juan Carlos y doña Sofía deshacerse en lágrimas en el solemne funeral con el que el entonces Rey quiso honrar a su padre en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Una liturgia a la que ninguna figura del Gotha europeo, ni siquiera el actual rey Carlos III, quiso faltar y, tras la cual y como es prescriptivo y tradición, sus restos fueron entregados a la comunidad de agustinos del monasterio para permanecer, por un tiempo indeterminado de entre 25 y 40 años, en el denominado pudridero real.

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