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Juana de Arco, la heroína y santa traicionada por el rey al que sirvió, Carlos VII
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Juana de Arco, la heroína y santa traicionada por el rey al que sirvió, Carlos VII

Del 7 a la 17 de junio tendrá lugar en el Teatro Real de Madrid la representación 'Juana de Arco en la hoguera', de Arthur Honegger

Foto: Juana de Arco, en la coronación de Carlos VII, por Ingres (1854). (Getty/Hulton Archive)
Juana de Arco, en la coronación de Carlos VII, por Ingres (1854). (Getty/Hulton Archive)

El 30 de mayo de 1431, en la localidad francesa de Ruan, en esa época bajo dominio inglés, en la plaza Vieux-Marché, una joven de tan solo 19 de años está con sus brazos atados por la espalda a una estaca. Bajo sus pies hay una pira que tardará poco en ser encendida. Se trata de Juana, una humilde campesina acusada de herejía y que, por tanto, será ejecutada con la peor de las muertes: quemada viva. Pero Juana es fiel a sus creencias y permanece tranquila y pide a dos frailes que la acompañan, Martin Ladvenu e Isambart de la Pierre, que pongan frente a ella al Señor. Juana quiere morir contemplando un crucifijo. Muere por Dios y necesita agarrarse a él.

Los frailes piden a los presentes lo que la rea solicita y un soldado inglés coloca una pequeña cruz frente a su vestido. El verdugo, Geoffroy, murmura para sí mismo lo que parece una oración. Cumple órdenes pero teme la ira de Dios por dar muerte a una mujer santa.

Foto: La reina Isabel I. (Retrato de Darnley)

Han pasado casi 600 años desde que fuera quemada viva en una hoguera, pero su recuerdo está más vivo que nunca. Muy especialmente en la cultura francesa, que no es precisamente una sociedad que se caracterice por su catolicismo, pero sí por la veneración a sus símbolos, y Juana es, sin duda, uno de ellos. La Marsellesa, su bandera, Napoleón, París… y Juana de Arco.

placeholder Juana de Arco (1412-1431). (Publicación original: People Disc/Getty/Hulton Archive)
Juana de Arco (1412-1431). (Publicación original: People Disc/Getty/Hulton Archive)

Jeanne d'Arc fue una humilde campesina a la que la historia le tenía reservado un grandioso papel, el de heroína, pero también el de santa. Tuvo la peor de las muertes, la reservada a los pobres, a los herejes, a las brujas. Y es que eso fue considerada para quienes la juzgaron: una hereje, una bruja, un ser maligno.

Juana de Arco, una mujer traicionada por su rey, Carlos VII, quien no movió un solo dedo para evitar su muerte.

El contexto histórico

Siempre, en historia, para comprender los hechos que se narran hay que acudir al llamado contexto histórico. ¿Qué pasaba en Francia en la época de Juana de Arco? Nuestro país vecino era, como el nuestro, un conglomerado de ducados, territorios feudales, señoríos y con unas fronteras que en nada se parecen a las actuales. Hablamos de un territorio que todavía no es Francia propiamente dicha y hablamos, por supuesto, de una organización jerárquica feudal donde los monarcas no han alcanzado todavía las cotas de poder que tan solo un siglo más tarde tendrían.

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De hecho, en el momento en el que se desarrolla la cortísima vida de Juana sigue su curso la Guerra de los Cien Años. Cuando ella es quemada en la hoguera, al conflicto le quedan todavía 22 años por resolverse. Esta guerra entre Francia e Inglaterra transcurrió entre los años 1337 y 1453, más de cien años, aunque la bibliografía la haya denominado así. Juana de Arco tuvo una parte importantísima en ella y por dicha causa se enroló en el ejército.

El conflicto tuvo un origen feudal. La finalidad o la causa por la que comenzó fue la de dilucidar quién controlaría las tierras adicionales que los diferentes reyes ingleses habían acumulado desde mediados del siglo XII. Y es que, como hemos dicho anteriormente, Francia no tenía las fronteras que hoy día conocemos.

El origen del conflicto

Francia e Inglaterra han sido dos naciones históricamente enemigas y en el siglo XIV y XV no hubo excepciones. Los franceses poseían condados vasallos como Flandes y los ingleses prestaban constantemente ayuda a estos en esa permanente idea de ir siempre en contra de los intereses del enemigo. Tampoco los franceses se quedaban cortos en traiciones y acudían a territorio inglés a apoyar a sus enemigos principales, los escoceses.

placeholder El rey Eduardo III de Inglaterra. (Cordon Press)
El rey Eduardo III de Inglaterra. (Cordon Press)

Es importante señalarle al lector que el monarca inglés era dueño y señor de numerosas tierras en Francia. Esto no le eximía de rendir cuentas a su señor feudal, que era el monarca francés, algo que el inglés no hacía. En esta actuación comienzan unas fricciones que saltan por los aires con la muerte de Carlos IV en 1328, dejando sin sucesión el trono francés. El monarca inglés, Eduardo III, pretende el trono por cuestiones familiares al ser hijo de Isabel Capeto (dinastía francesa). Como cabía esperar, los franceses no admitieron tal posibilidad y fue coronado Felipe VI de Valois, primo hermano del rey fallecido.

Dos partes diferenciadas

Abordar un conflicto tan largo como complejo es inviable en un artículo, pero a modo de resumen se podrían diferenciar dos grandes períodos dentro de la contienda. El primero, desde 1337 hasta 1380, que acaba con la muerte de Carlos V; y el segundo, de 1380 hasta 1453, que culmina con la victoria francesa, que es donde entra nuestra protagonista, Juana de Arco.

¿Cómo fue la vida de Juana de Arco?

Si analizamos desde el punto de vista histórico los orígenes, y teniendo en cuenta que era una mujer en el siglo XV, no queda más remedio que reconocer que su figura es algo excepcional porque con esos mimbres, llegar a ser lo que fue es algo absolutamente extraordinario. Pobre y mujer no eran precisamente las mejores credenciales para llegar a ser algo y Juana lo logró. No solo ha pasado a la historia como una heroína, permaneciendo en la memoria colectiva del pueblo galo, sino que además, desde el punto de vista religioso, primero fue considerada una mártir, después fue beatificada y, por último, canonizada. Imposible saber qué pasó por su cabeza en el momento de su angustiosa muerte, pero esta que les escribe está absolutamente segura de que, desde su pensamiento medieval y profundamente religioso, estaría llena de dicha por llegar a lo más alto en aquello que más le satisfacía a ella, que era la fe religiosa. Santa, ni más ni menos.

Juana, decíamos, era hija de una familia humilde, de campesinos. Su padre era Jacques d'Arc y su madre, Isabelle Romée. Vivían en el ducado de Bar, uno de los estados pertenecientes al Sacro Imperio Romano Germánico. En 1480 fue incorporado al ducado de Lorena, en 1634 pasó a dominio real francés y finalmente, en 1766, se incorporó definitivamente al Reino de Francia. Observe el lector que el movimiento de las fronteras durante toda la Edad Media y buena parte de la Moderna es una constante en Europa.

placeholder Estatua de Juana de Arco. (Getty/Three Lions)
Estatua de Juana de Arco. (Getty/Three Lions)

El padre de Juana poseía unas veinte hectáreas y trabajaba como una suerte de recaudador de impuestos. La infancia de Juana transcurrió como una campesina más y, por supuesto, era analfabeta. En su juicio, con 19 años, declaró que a la edad de 13 había empezado a tener visiones que identificó como el arcángel Miguel, Santa Margarita y Catalina de Alejandría. En estas imágenes, estos le decían que tenía como misión expulsar a los ingleses y llevarse al delfín (heredero al trono de Francia) a Reims para ser coronado ahí, algo que ella se tomó a pecho. Lógico si tenemos en cuenta la manera de pensar de una mujer en el XV.

Juana comenzó a moverse para lograr llegar hasta el rey, una tarea que se antoja, vista desde hoy, como imposible. Pero se ve que con su fortaleza logró finalmente ser llevada ante el delfín de Francia en 1429, en Chinon.

El encuentro de Juana con el delfín

Su encuentro con el delfín, Carlos, fue un 'flechazo'. Pero no en el sentido romántico, sino en el de un señor frente a su vasallo dispuesto a todo. Enseguida se le proporcionó todo lo necesario para la lucha; armadura, armas, caballo, cosas tan necesarias como inalcanzables para una muchacha pobre como ella. Pero su entusiasmo logró eso y más. Es fácil sentir simpatía por ella e incluso ternura al imaginarnos dicha situación.

Juana convirtió su lucha en una guerra religiosa y con lo que no contó fue con la desconfianza de los consejeros del delfín, que empezaron a advertir si no sería una hechicera y que, de ser así y ganar la guerra contra los ingleses, se podría pensar que la corona era un regalo del diablo. El delfín ordenó investigar la vida pasada de Juana y fue declarada como alguien de vida irreprochable, con todas las virtudes de una buena cristiana. Esto convenció a Carlos, pero le pidió que fuese a levantar el asedio a Orleans, tal y como había predicho.

Sobre lo que sucedió en la batalla, hay dos versiones bien distintas con defensas de historiadores contrapuestas. Unos dicen que Juana no participó con armas, sino que se limitó a llevar un estandarte, mientras que otros aseguran que no solo participó, sino que sus decisiones militares fueron tenidas en cuenta porque muchos creyeron que provenían de la inspiración divina; es decir, que Juana hablaba por boca de Dios, algo que infundía máximo respeto en un hombre medieval. Después de siete meses de asedio, se logró la rendición de los ingleses. Juana comenzó a ser vista como alguien divino por la parte francesa y como alguien “tomado por el diablo” por la parte inglesa. Con la mentalidad actual es fácil sonreír ante semejante visión, pero así era la mentalidad medieval y así debemos mirar la historia, sin juzgar, tan solo analizando para poder entender bien qué pasó después.

Los vientos no podían ser más favorables para la doncella. Tenía de su lado al futuro rey a la nobleza y al clero. Así, convenció al delfín de seguir avanzando hacia Reims para lograr ahí la ansiada coronación.

placeholder Juana de Arco, llegando al castillo de Chinon para conocer al delfín Carlos. (Foto: Henry Guttmann Collection/Getty/Hulton Archive)
Juana de Arco, llegando al castillo de Chinon para conocer al delfín Carlos. (Foto: Henry Guttmann Collection/Getty/Hulton Archive)

Coronación de Carlos VII

El ejército llegó a Reims victorioso el 16 de julio de 1429 y al día siguiente el delfín fue coronado como Carlos VII en la catedral. El asalto francés a París siguió y se logró el 8 de septiembre de ese mismo año. Juana y su familia fueron ennoblecidos por el rey en agradecimiento a sus esfuerzos.

Se firmó una tregua con los ingleses y Juana se dedicó a otros menesteres, entre ellos dictar una carta amenazante contra los husitas, un grupo disidente que había roto con Roma.

Captura de Juana

La tregua con los ingleses llegó a su fin y Juana volvió de nuevo a la batalla, pero esta vez no tuvo de su lado la suerte y fue capturada por los ingleses de la facción borgoñona y llevada a Ruan.

Juicio por herejía

Las ganas contra Juana por parte de los ingleses eran de absoluta venganza, así que lo primero que hicieron fue acusarla de herejía y juzgarla por tal agravio. El tribunal estaba compuesto por clérigos proingleses y, como podrá imaginar el lector, lleno de irregularidades y con la única finalidad de ser condenada a muerte.

La herejía estaba castigada con la pena de muerte si la ofensa se realizaba más de una vez, así que buscaron otros medios para llevarla a la hoguera y encontraron algo de lo más banal: su vestimenta. Juana vestía de soldado, probablemente para evitar violaciones, ya que dicha ropa, por su complejidad, disuadía bastante. Juana había aceptado usar ropa femenina, es decir, vestido cuando abjuró en el juicio, pero cambió de opinión, según ella porque había tenido un intento de ser tomada por la fuerza, hecho que motivó que volviera a requerir usar la ropa de soldado. Este acto, que a nuestros ojos parece tan banal, fue motivo para ser acusada de travestismo, algo que, según la doctrina católica, debía ser evaluado en función del contexto tal y como había dictado Santo Tomás de Aquino en la Summa Teológica. En términos de doctrina, que se hubiera vestido de hombre estaba justificado para evitar una violación. De nada sirvió y Juana fue condenada a muerte en el juicio de 1431. Las transcripciones del juicio revelaron tales injusticias que sirvieron de base para canonizarla en el siglo XX, tal y como defiende la historiadora Beberly Boyd.

Muerte

Juan de Arco murió de la manera más angustiosa que se puede imaginar pero con la convicción de haber hecho lo correcto. Su rey, Carlos VII, no hizo nada por protegerla. En 1920 fue canonizada por la Iglesia Católica y hoy es un referente de valor y orgullo para­ la nación francesa.

Gema Lendoiro es periodista y doctoranda en Historia Moderna por la Universidad de Navarra.

El 30 de mayo de 1431, en la localidad francesa de Ruan, en esa época bajo dominio inglés, en la plaza Vieux-Marché, una joven de tan solo 19 de años está con sus brazos atados por la espalda a una estaca. Bajo sus pies hay una pira que tardará poco en ser encendida. Se trata de Juana, una humilde campesina acusada de herejía y que, por tanto, será ejecutada con la peor de las muertes: quemada viva. Pero Juana es fiel a sus creencias y permanece tranquila y pide a dos frailes que la acompañan, Martin Ladvenu e Isambart de la Pierre, que pongan frente a ella al Señor. Juana quiere morir contemplando un crucifijo. Muere por Dios y necesita agarrarse a él.

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