La razón por la que Helga de Alvear donó su colección de arte a Cáceres y a España
El adiós de Helga de Alvear deja un profundo vacío en el mundo del arte contemporáneo y en el corazón de sus amigos. Hablamos con José Polo (Atrio) de cómo se gestó el museo que hoy lleva el nombre de esta pequeña gran mujer
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Nadie pone en duda que la colección de arte contemporáneo de Helga de Alvear (Renania-Palatinado, 1937 - Madrid, 2025) es una de las más relevantes de Europa. Sus obras, adquiridas siempre a golpe de flechazo visceral —no precisaba de opiniones externas, de hecho, no era amiga de las interferencias—, han visitado museos de todo el mundo, hasta que un buen día nuestra protagonista decidió que había que ir más allá. Se imponía la creación de una institución sin ánimo de lucro, con vocación pública, participativa y transparente, para albergar su colección. Necesitaba un museo que significase futuro.
Cáceres se impuso como la ciudad perfecta. En 2006 se constituyó la Fundación Helga de Alvear. En 2010 se inauguró el Centro de Artes Visuales. En 2021 se inauguró el Museo Helga de Alvear —firmado por los arquitectos Mansilla y Tuñón— para subrayar que el arte es el gran agente transformador, por más que les pese a los políticos de los extremos.
Rindamos homenaje ahora a la generosidad de Helga de Alvear a través de dos de sus grandes amigos, José Polo y Toño Pérez, responsables de situar Cáceres en el mapa gastronómico internacional con Atrio —su hotel y restaurante con tres estrellas Michelin— y corresponsables directos del desembarco del Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear y su fascinante colección en la ciudad. Tiempo de agradecer.
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PREGUNTA. ¿Cómo conocisteis a Helga de Alvear?
JOSÉ POLO. Teníamos un amigo común, José María Viñuela, que era el conservador de la colección de arte del Banco de España y que se nos murió hace dos años; otro que nunca tendría que haberse ido. José María organizó en Cáceres una feria de arte contemporáneo maravillosa. Helga vino con él y cenaron en Atrio, así nos conocimos.
Helga imponía un poco porque tenía fama de ser una persona caprichosa, una alemana caprichosa. Y lo era, pero en positivo, porque su mayor capricho fue donar su imponente colección de arte a nuestra ciudad. Se empeñó y lo consiguió. No hay mayor regalo para Cáceres, para Extremadura y para España que esta colección.
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P. ¿Cómo se fraguó el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear?
J. P. Dos años después volvimos a coincidir. Volvió con José María Viñuela y con el artista portugués José Pedro Croft. Vinieron a cenar. Toño y yo teníamos plan para ir a casa de unos amigos, pero yo me quedé de sobremesa con ellos.
Hablamos de su colección y, abiertamente, le pregunté qué tenía pensado hacer con ella. Me contestó que donarla al Estado y yo, ¿pero al español o al alemán? “Al español, por supuesto. Yo soy española”, respondió. Seguimos hablando y, claro, salió el tema de si ya tenía en mente alguna ciudad o institución. Nos comentó que había tenido una propuesta de San Sebastián y otra de Granada, pero que no habían llegado a buen término porque los tiempos políticos son una cosa y la realidad, otra.
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Entonces se me ocurrió decirle: ¿y por qué no instalas la colección aquí, en Cáceres? ¿Me dejas que hable con Juan Carlos Rodríguez Ibarra —presidente de la Junta de Extremadura entre 1983 y 2007— y se lo proponga? Recuerdo que incluso mencioné un gran edificio vacío, la antigua Escuela de Magisterio.
A Helga le pareció bien y decidimos volver a vernos. Semanas después nos invitó a comer en su casa y ahí acordamos un periodo de seis meses para intentar sacar el proyecto adelante. Me dio medio año y el compromiso de que, viniera quien viniera y ofreciera lo que ofreciera por su colección, Cáceres tendría preferencia.
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P. ¿Cómo llegaste hasta Ibarra?
J. P. Hablé con Javier Castaño, jefe de protocolo de la Junta por entonces, y le pregunté: ¿cómo hablo con el presidente? Me pasó su correo electrónico y ahí le esbocé el proyecto; evidentemente, incluí algunos nombres de personas de reconocida solvencia en el mundo del arte que también creían en las posibilidades del proyecto, sobre todo para que no me tomase por loco. (Risas). Ibarra me contestó muy amablemente avisándome de que me llamarían del gabinete de presidencia para concertar una cita. Y así fue.
Contribuí a poner las vías, pero el tren siempre fue Helga. El papel de José María Viñuela también fue decisivo. En verdad, todo fluyó. Estaba escrito, tenía que pasar.
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P. ¿Cómo era Helga de Alvear en las distancias cortas?
J. P. Era muy austera, muy alemana, no le iba nada la fiesta. Nos fuimos con ella al primer Art Basel de Miami José María, Toño y yo. En esa época, claro, con veinte años menos, lo que nosotros queríamos era ir a todas las fiestas relacionadas con la feria. Por el día visitábamos todas las galerías y colecciones, pero por la noche queríamos divertirnos. Helga siempre era no, no y no. La verdad es que, ahora, a esta edad, la entiendo mejor. (Risas).
Helga era muy clara, muy directa, no tenía dobleces, si tenía que decirte algo te lo decía a la cara.
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P. Lo que tampoco nadie pone en duda es que Helga de Alvear tenía una sensibilidad impresionante para detectar los nuevos lenguajes del arte y adquirir obras capaces de conmover e incitar a la reflexión.
J. P. A Helga no le importaba lo que dijeran críticos, artistas o amigos. Tenía clarísimas sus decisiones. Ella se enamoraba de cada pieza que compraba, sentía una emoción interior muy poderosa y, sobre todo, tenía muy buen ojo; por eso su colección es tan excepcional, porque nace de la verdad, de su verdad.
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Pero lo más maravilloso de todo era su generosidad, que podríamos clasificar de absoluta. En verdad, más que generosa, Helga era como de otro planeta. Aquí no estamos acostumbrados a este tipo de gestos. Es más, al principio, cuando empezamos a moverlo todo, la gente nos decía “algo querrá, algo querrá”; pero no, no quería nada a cambio.
Lo que ella quería de corazón es que las futuras generaciones aprendiesen a mirar de otra forma, quería cambiar las reglas del juego, elevar el nivel. Era plenamente consciente de la suerte que ella había tenido al nacer en una familia acomodada y quería devolver parte de lo recibido. Esa era Helga de Alvear.
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Tras una vida marcada por su pasión por el arte contemporáneo, la galerista, coleccionista y filántropa, figura clave para el desarrollo del arte contemporáneo y principal impulsora del museo que lleva su nombre en Cáceres, falleció ayer en Madrid a los 88 años dejando un legado de valor incalculable para nuestro país.
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