Adiós a Suzanne, la distante hija de Scarlett O’ Hara
“Me gusta Suzanne. Suena muy francés”. Esa fue la frase que Vivien Leigh pronunció cuando, con apenas 19 años tuvo a su primera y única hija, que ha fallecido este martes en su casa londinense
“Me gusta Suzanne. Suena muy francés”. Esa fue la frase que Vivien Leigh pronunció cuando, con apenas 19 años tuvo a su primera y única hija, fruto del matrimonio con el abogado Leigh Holman. Este martes 1 de marzo, aquella niña que vivió sus primeros años de vida sin relacionarse con la madre, ha fallecido a los 81 años, según confirmaba en exclusiva a Vanitatis Elvira Clara Bonet, la ‘amiga’ española de la protagonista de Lo que el viento se llevó.
Suzanne Farrington, apellido adquirido desde su matrimonio con Robin Farrington, se ha ido sin hacer ruido, con el mismo silencio con el que vivió su vida. Rupert, uno de sus hijos, ha dado la noticia esta semana a los más allegados pero no ha querido revelar las causas del fallecimiento. Suzanne nunca quiso hablar en público de su madre, pese a que era la poseedora de la mayor parte de su correspondencia personal una vez que esta falleció. Las razones están claras. Nacida en Bulstrade Street un 12 de octubre de 1933, Suzanne no vivió demasiado tiempo con ella y, una vez adulta, aseguran que hasta tenía que avisar con antelación, como cualquier otra visita, si quería ir a su casa a verla.
Tan sólo dos años después de que Suzanne llegase al mundo, Vivian Mary Hartley se convertía en Vivien Leigh y despuntaba en la obra La máscara de la virtud. Los medios británicos la destacaban como un ama de casa ejemplar a la par que actriz destacada. Un repaso a su biografía deja claro que era más lo segundo que lo primero. La mayoría de los días, Suzanne se quedaba al cuidado de su abuela Gertrude y cuando Vivien se enamoró de Laurence Olivier, convirtiéndose en su amante, la pequeña vivió un fuerte desapego de su madre. Trasladada a Estados Unidos para encarnar a la mítica Scarlett O’Hara en la no menos legendaria película de 1939, Vivien se desentendió en gran medida de la educación de su hija. Factores como su repentina fama internacional no ayudaban en demasía a estar pendiente de la niña, que desde el principio contempló la crueldad de una profesión, la de actor, que siempre fue poco compatible con la institución familiar.
Buen ejemplo de ello fue la visita que la actriz hizo al colegio de monjas canadiense donde estaba internada Suzanne en noviembre de 1940. La prensa no sólo descubrió a Leigh, que acababa de ganar su primer Oscar unos meses atrás, en aquel lugar. También dieron rienda suelta a su fantasía y especularon con un posible secuestro de la pequeña, lo que provocó que la familia tuviese que cambiarla de colegio de forma inmediata. Ese fue también el año en el que Vivien Leigh se casó con Laurence Olivier, que pasó en poco tiempo de amante a segundo marido, y en el que Leigh Holman se quedó con la custodia de la niña. Los caminos de Vivien y su hija se bifurcaban irremediablemente.
Una actriz fallida
Pese a vivir en carne propia las inclemencias de la fama, Suzanne también quiso ser actriz en su primera juventud. En 1951 estudió en la Royal Academy of Dramatic Art, que también había acogido a su madre en sus primeros años como actriz. Una representación anual del centro fue lo más lejos que llegaría en su intento de llevar a cabo una carrera como intérprete. Su matrimonio con Robin Farrington la acabaría apartando, definitivamente, del mundo de las tablas y los focos. El enlace se produjo el 6 de diciembre de 1957 y al mismo acudieron tanto Laurence Olivier como su madre. Se produjo, a partir de entonces, un tímido pero constante acercamiento entre madre e hija.
Conforme fueron naciendo los tres hijos de Suzanne y su marido, Neville, Rupert y Jonathan, la Vivien abuela se dio cuenta de que quizá había hecho mal descuidando la relación con su hija. Los impulsos y la ambición juvenil empezaban a pasarle factura en su madurez, en la visión de esa hija a la que no conocía tanto como ella creía.
El reinicio de las relaciones entre ambas coincidió, de hecho, con su etapa más tormentosa, cuando sus desequilibros mentales la llevaron a divorciarse de Laurence Olivier y la hicieron someterse a durísimas sesiones de electroshock. Murió a los 53 años en 1967, víctima de esos delirios y de una tuberculosis mal tratada. Suzanne asistió a todos los funerales y homenajes a su madre, e incluso llegó a prestar algunas de las misivas de Leigh al escritor Hugo Vickers para que escribiese una biografía de Leigh.
Sin embargo, y como puede atestiguar quien esto escribe, siempre se negó a hablar de su progenitora, como si aún quedase en ella el resquicio de una infancia solitaria, una época que coincidió con la etapa de mayor brillo de la actriz de los ojos verdes. Suzanne, abuela entrañable en los últimos años según los suyos, ha preferido pasar por este mundo manteniendo la boca cerrada y siendo una común mortal en contraste con el estrellato de su madre, ese que la condujo al delirio, al padecimiento de aquellos que pagan con su vida personal el alcanzar la categoría de dioses en la tierra. Un precio que Suzanne jamás estuvo dispuesta a pagar.
Para elaborar este artículo se ha utilizado el libroVivien Leigh. La tragedia de Scarlett O’Hara, de José Madrid.
“Me gusta Suzanne. Suena muy francés”. Esa fue la frase que Vivien Leigh pronunció cuando, con apenas 19 años tuvo a su primera y única hija, fruto del matrimonio con el abogado Leigh Holman. Este martes 1 de marzo, aquella niña que vivió sus primeros años de vida sin relacionarse con la madre, ha fallecido a los 81 años, según confirmaba en exclusiva a Vanitatis Elvira Clara Bonet, la ‘amiga’ española de la protagonista de Lo que el viento se llevó.