Lo que las profesionales de los medios de comunicación no cuentan
Aquí, los testimonios reales (y estremecedores) de varias periodistas de distintas nacionalidades que trabajan en Iberoamérica y que han sufrido acoso y violencia sexual en el ejercicio de su profesión
Cuando se ven progresos en temas como la inclusión del enfoque de género en los contenidos periodísticos, las carreras de periodismo y comunicación están a rebosar de estudiantes mujeres, se percibe una mayor injerencia de las profesionales en la elaboración de los productos informativos y se ven cada vez más jefas liderando procesos de dirección, cabe preguntarse cuánto se ha avanzado en realidad por garantizar el libre ejercicio profesional de las mujeres en el periodismo. Los testimonios que se recogen a continuación pertenecen a profesionales de los medios de diversas nacionalidades, todas suscritas al ámbito geográfico simbólico de Iberoamérica. Por expreso deseo de ellas, se han cambiado sus nombres y no se hará ninguna referencia al medio o a las personas que ejercieron el acoso laboral y/o violencia contra ellas.
El hombre, el sujeto de referencia en los medios
Periodista económica. “La proporción en los consejos de redacción de mi periódico es, por cada siete hombres, unas dos mujeres. Ellos son los que deciden el contenido del periódico”.
Fotógrafa de un periódico generalista. “En la elección de las fotos, en términos editoriales, las que muestran a mujeres atractivas tienen mayor posibilidad de publicarse. Si toda la narrativa es masculina, eso permea la estructura interna del medio, el cómo nos relacionamos, nos hablamos entre nosotros”.
Editora digital. “Cuando me ascendieron a editora, un periodista de mi equipo, que antes había sido mi compañero, me hizo la vida imposible desde el principio. Cuestionaba todas mis decisiones editoriales: me tachaba de muy emocional o muy autoritaria, y me atacaba diciendo que yo era una feminista, que no sabía nada”.
"La proporción en los consejos de redacción de mi periódico es, por cada siete hombres, unas dos mujeres. Ellos son los que deciden"
Las mujeres en Occidente comenzaron a incorporarse a las salas de redacción a comienzos del siglo XX, doscientos años después de que empezaran a circular los primeros periódicos diarios en el continente europeo, vinculados a las élites cultas masculinas y blancas. En otras palabras, tarde. Eran casos puntuales: mujeres que desafiaron lo establecido e incursionaron del ámbito privado a los espacios públicos de sociabilización puramente androcéntricos (del hogar a la academia, al mercado laboral, a los salones y tertulias). A pesar de los derechos conquistados por las mujeres desde entonces, para Amanda, subdirectora de un periódico económico nacional, los medios son todavía espacios muy masculinos, “donde las mujeres sufrimos discriminación por salarios, barreras a la hora de escalar… Un ambiente casposo y lleno de comentarios machistas”. De la misma opinión es Teresa, periodista de un portal de noticias internacional, para quien “basta un hombre que tome decisiones para armar un club de machitos o para que asigne los temas grandes a los hombres de la redacción”. Cristina, periodista especializada en temas sociales, recuerda los consejos editoriales en el periódico en el que trabajaba: “Los editores se reunían a despotricar sobre las mujeres de la redacción, de una forma superdespectiva. Se referían a ellas como ‘incapaces’ y en términos sexuales. Existía un profundo desequilibro en las relaciones de poder, muy masculinizadas”.
Naciones Unidas adoptó en 1995 la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing, integrada por 12 capítulos entre los que se incluye el Capítulo J, referido a las mujeres y los medios de comunicación. El documento supuso un compromiso histórico que convoca a los 189 países firmantes a redirigir sus esfuerzos hacia el fortalecimiento de un periodismo que reconozca la importancia de las mujeres como productoras de información, aumentar su presencia en los órganos directivos y la necesidad de promover una imagen equilibrada y no estereotipada de las múltiples realidades femeninas. Los marcos internacionales existen, y podrían guiar las prácticas de los empresarios mediáticos en tanto equilibrar las estructuras de poder, pero las profesionales de los medios perciben una falta de voluntad para aumentar el nivel de consenso interno, por lo menos, al ritmo que se necesitaría. “Párate a pensar en la idea romántica del periodismo: un hombre fumando, haciendo la investigación que cambiará el curso de la historia. A las periodistas nos representan como las que hacen todo alrededor para que el campeón pueda trabajar sin interrupciones”, añade Teresa.
El 84 % de las periodistas ha sufrido acoso sexual en el desempeño de su trabajo
No se puede concluir que las decisiones y visiones de las mujeres vayan a ser mejores o más acertadas que las de los varones. Lo máximo que cabe esperarse es que sean diferentes. Pero, dado que ninguna sociedad está conformada exclusivamente por hombres, la participación real de las mujeres en las decisiones que afectan al tratamiento informativo de los contenidos incidirá directamente en la consecución de un producto mediático, como mínimo, más plural y diverso. “Cada vez se ven más mujeres y el tema de nuestros derechos va avanzando. Es evidente que a los hombres le ha tocado rebajar ciertas prácticas y comentarios salidos de tono, sexuales, etc. Pero, así se vean muchas mujeres, si no dicen nada o no se las toma en cuenta es igual que estén o no estén”, opina Mariana, diseñadora gráfica en un periódico de tirada nacional.
Ellas son las otras
Redactora de periódico de alcance nacional. “Me fui a investigar sola a una zona problemática de la ciudad y varios hombres empezaron a acosarme e intimidarme. Denuncié el hecho en las redes y recibí muchos comentarios del tipo ‘la niña periodista tonta que no sabe que esa zona es peligrosa’. Me decían que agradeciera que no me hubieran violado por fea. Parece que cuando algo así le sucede a un hombre no se cuestiona su presencia en el lugar, pero como que nosotras no tenemos derecho a estar ahí haciendo nuestro trabajo”.
Productora/redactora de una radio nacional. “Mis compañeros me hacían comentarios sexuales todo el rato. Tuve que dejar claro en más de una ocasión que tenía pareja y cuidarme mucho de no dar pie a que nada se malinterpretara. Los comentarios de macho alfa siempre estaban, hasta que empecé a hacerles bromas pesadas. Fue la única manera de frenar la situación: poniéndome a su altura”.
Redactora de periódico impreso. “Estaba en la redacción hablando con un periodista de mi empresa muy reconocido. De la nada, entre risas, me dijo que yo era muy buena, pero que si quería ser alguien debía acostarme con él. Hagas lo que hagas, parece que nunca es suficiente”.
Durante nuestras charlas, muchas de las profesionales de los medios se remitieron a esa idea de que, para lograr el respeto en la profesión, “hay que trabajar el doble” o “demostrar que tenemos derecho a estar ahí”. Hay una alusión permanente a que se pueda poner en duda su trabajo por la forma en la que se relacionan con sus colegas varones. “Yo solía irme a beber con los compañeros y el jefe después del trabajo, pero empecé a ver que eso daba pie para que pudieran malinterpretarse las cosas. Dejé de ir. Yo no quería que la gente pensara que yo he conseguido lo que he conseguido por haber tenido algo con alguien”, narra Laura, fotógrafa en un periódico de tirada nacional.
Elena es corresponsal freelance para varios canales de televisión. Dice que las dinámicas sexistas que se generan en terreno, sobre todo en zonas de riesgo, son especialmente discriminatorias: “Suele ser un mundo en el que abundan los hombres, aunque cada vez hay más mujeres. Te tratan con paternalismo, como si ellos no corrieran el mismo riesgo que tú. Pero las bombas no entienden de sexos, matan igual, caigan a quien caigan”. De acuerdo con la encuesta 'El periodismo frente al sexismo' realizada en 2020 por Reporteros Sin Fronteras sobre una muestra de mujeres periodistas de 112 nacionalidades, el 45% de ellas aseguró haberse topado con la negativa de sus superiores a enviarlas a zonas de riesgo “por considerar que ‘el terreno’ es todavía ‘cosa de hombres’”, apunta el documento.
"Piensa en la idea romántica del periodismo: un hombre fumando, haciendo la investigación que cambiará el curso de la historia"
La incorporación tardía de las mujeres en las empresas mediáticas entraña un tránsito simbólico de fuera hacia dentro, entendiendo ese ‘dentro’ como la cultura hegemónica patriarcal, que reproduce roles y estereotipos de género. Es a partir de estos repertorios culturales como las mismas sociedades determinan lo que cabría esperarse de cada uno de nosotros de acuerdo con nuestro sexo, primero, y, luego, bajo la etiqueta del género (lo que se asume socialmente a partir del sexo biológico). Etiquetas que son asumidas y transmitidas por los individuos, en menor o mayor grado, aunque solo sea por asegurarnos la aceptación del grupo. Es un proceso de refuerzo y reproducción constante por el cual se perpetúa la estratificación de los géneros y la subordinación de un sexo respecto al otro. Clara, otra periodista especializada en conflictos armados, explica que cuando una mujer progresa, siempre se dejan caer insinuaciones sobre cómo lo ha logrado, “sobre todo si tienes el apoyo de un editor o director, que es lo que me pasó a mí. Entonces menosprecian tu trabajo sugiriendo que tuviste sexo con esa persona para lograr el éxito”.
Las profesionales consultadas coinciden en que la vara de medir su desempeño laboral incluye valoraciones como la actitud o la apariencia, que poco o nada tienen que ver con sus cualidades profesionales, sino con su identidad de género. Sara, editora de un periódico de tirada nacional, relata que constantemente se enfrenta a que otros trabajadores varones, al margen de su escalafón, la traten con condescendencia, como si su capacidad de comprensión y raciocinio fuera inferior por el hecho de ser mujer. “Se refieren a ti con sarna como ‘jefecita’, pero si eres hombre eres ‘jefe’. O cuando vas con una decisión tomada, no falta el que te dice: ‘Voy a esperar a ver qué opina fulano’ o ‘¿ya sabe él de esta decisión?’. Es una o varias batallas cada día”, añade.
"Estaba en la redacción hablando con un periodista muy reconocido. De la nada, me dijo que si quería ser alguien debía acostarme con él"
¿Por qué cuesta llamar al acoso sexual por su nombre?
Editora de revista impresa. “Buf, son tantas situaciones... Me acuerdo de un candidato a la presidencia que se presentó dándome dos besos en la comisura de los labios cuando fui a entrevistarle y no paró de hacer comentarios sobre lo guapa que era. O un embajador que consiguió mi teléfono y me escribía mensajes subidos de tono hasta que le dije que me dejara tranquila y me retiró el saludo. O el director general de mi medio, que me ponía la mano sobre la pierna o me rozaba el pecho cada vez que gesticulaba…”.
Periodista política: “En la redacción siempre tienen comentarios machistas, ofensivos, superincómodos. O te dan juicios de valor sobre cómo vas vestida. Notas que te miran, te evalúan, te morbosean... La sensación es que pasas a ser un objeto, te cosifican y sexualizan. No te puedes poner nada porque, en seguida, como que les atraes y vuelta a empezar”.
Diseñadora de periódico impreso. “Muchas veces pienso si vale la pena enfrentar al personaje o me cuestiono si el problema lo tengo yo. Si contestas, te responden como: ‘Ay, qué exagerada’ o ‘qué amargada’. Te planteas si arriesgarte a que el ambiente sea aún peor”.
Aunque cada legislación establece un marco normativo propio, en una primera y muy sencilla aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) identifican el acoso sexual u ‘hostigamiento’ en el ámbito laboral como “comportamientos de naturaleza sexual y carácter desagradable, ofensivo y no deseado, a la vez que crea un ambiente de trabajo intimidatorio, hostil o humillante para quien los recibe”.
En un 46%, las periodistas señalan a sus colegas de profesión. En un 35%, a personas entrevistadas
En un primer momento, muchas de las profesionales de los medios entrevistadas se mostraron reacias a encuadrar como tales los episodios de acoso sexual que habían experimentado en el trabajo. Esto porque se tiende a asociar este tipo violencias con otras más 'irrefutables', como son los tocamientos o la violación. “Son tantas situaciones, tan frecuentes, tan de todos los días, que siento que terminamos normalizando estos comportamientos”, apunta Luisa, quien fuera correctora de estilo en una revista de tirada nacional. El peligro de la no categorización de estas prácticas como acoso termina por invisibilizar el fenómeno y minimizar su dimensión, porque aquello que no se cuenta, no existe. “Los comentarios hirientes y el acoso sexual se convierten en el día a día de las redacciones y refuerzan los estereotipos. Pero si confrontas, te marginan o viene la agresión directa, que si eres una feminista, que eres una exagerada, que no aguantas nada…”, explica Oriana, periodista y productora en un periódico digital.
La detección del acoso puede fallar estrepitosamente cuando quien lo pone en práctica se vale del lenguaje y el uso de ciertas expresiones y tópicos de género. Estos imaginarios, de tanto repetirse, forman parte de lo socialmente aceptado y quienes los reciben lo asumen como algo inevitable (la frase 'es lo que hay' a la que se refieren muchas entrevistadas resume bastante bien el sentimiento compartido). De esta forma, la intimidación y el trato vejatorio pasan inadvertidos y se reproducen sin que levanten muchas sospechas. Mónica, editora de contenido del área digital de un canal de televisión nacional, cuenta que cuando su jefe se fue de vacaciones, ella quedó encargada del departamento y empezó a tener más relación con uno de los ejecutivos del canal que, en sus palabras, “me daba pautas sobre cómo se debía hacer el trabajo y apoyaba mis decisiones”. A su vuelta, el jefe de Mónica empezó a increparla e intimidarla por su relación con el ejecutivo. Esta situación duró unos cinco meses, hasta que un día “me encerró en la cafetería y me soltó: ‘Me dijeron que te vieron con el ejecutivo X un domingo por la noche en un hotel. Deja tu vida personal por fuera’. Me quedé helada porque no era cierto”. La editora denunció el caso en Recursos Humanos. Poco después, la responsable del departamento forzó una reunión cara a cara con su jefe: “Él se disculpó y eliminaron el proceso. Me dijeron que, como yo no había utilizado el término ‘acoso sexual’ en mi testimonio, no se podía hacer nada. Tuve que trabajar con él cuatro meses más hasta que le echaron por no cumplir las metas de venta”.
"Un embajador logró mi teléfono y me escribía mensajes subidos de tono hasta que le dije que me dejara tranquila y me retiró el saludo"
En el caso particular de las periodistas, los episodios de acoso sexual también se repiten en la relación periodista-fuentes, donde proliferan las voces masculinas. A mayor contacto con fuentes masculinas, mayor posibilidad de que las periodistas se topen con personajes que reproducen los repertorios culturales sexistas en los que se asientan nuestras sociedades. Es mera probabilística. Esta preferencia por las fuentes hombres no siempre responde a unas motivaciones machistas, el sesgo es estructural: el techo de cristal y la infrarrepresentación femenina opera en prácticamente todos los ámbitos de la vida y a todos los niveles (social, político, judicial, económico, empresarial…). Ya sea por comodidad o agilizar procesos, lo cierto es que resulta más sencillo recurrir a fuentes masculinas ya identificadas.
Para Lucía, editora económica de un portal digital, las periodistas están sujetas a una mayor vulnerabilidad cuando el acoso lo practican las fuentes: “En la empresa existen mecanismos que, mal o bien, nos protegen. Con las fuentes no. Algunos hombres llevan la relación profesional al plano personal para luego ejercer presión. En un evento, le pedí a un señor ‘importante’ unas declaraciones para un artículo. Después de eso, me empezó a saludar todos los días con mensajes, a ligar, etc. Cuando le dije que no quería nada con él, me contestó que era amigo de mi jefe y me amenazó con que me iba a hacer quedar mal con él”.
Entre los varios episodios que Alicia, periodista de una revista política impresa, es capaz de relatar, recuerda uno en particular, porque de ahí en adelante se negó a ir sola a cubrir informaciones. “Me fui a cubrir en exclusiva la puesta en marcha de un proyecto de cooperación por parte de una organización internacional. El grupo estaba conformado por varios presidentes territoriales del organismo que me doblaban la edad y diferentes fixers, todos hombres. Durante cuatro días soporté de forma ininterrumpida comentarios del tipo ‘no me gusta el tabaco, pero si tuviéramos sexo, no me importaría que te fumaras uno’ o ‘por qué no duermes en mi habitación, nos lo pasaremos bien’ o ‘si hubiera sabido que dejabas la puerta de la habitación abierta (estábamos en una comunidad rural donde no llegaba la luz), hubiera entrado a hacerte de todo’. Tuve auténtico terror de que me pasara algo. No puse una queja formal porque hubiera sido mi palabra contra la de ellos, gente importante. ¿Quién iba a creer que hombres que se dedican a la cooperación pudieran hacer eso?”.
"En la redacción siempre tienen comentarios machistas, ofensivos, superincómodos. O te dan juicios de valor sobre cómo vas vestida"
El caso particular del acoso sexual en el periodismo
Periodista. “Una compañera y yo teníamos la intención de viajar a una zona rural controlada por la guerrilla para hacer un reportaje. Hablamos con un responsable de un organismo internacional y nos recomendó no ir. Nos dijo que un guerrillero no necesitaba la orden de un comandante para violarnos en 10-15 minutos. Me sentí extremadamente vulnerable. El mismo ambiente te hace entender que es distinto si eres hombre o mujer”.
Periodista de periódico impreso de tirada nacional. “Yo era becaria en un periódico. El editor de opinión se acercaba todos los días a mi puesto de trabajo y me preguntaba cosas como: ‘¿te puedo tocar las tetas?’ o ‘¿te gusta mamarlo?”.
Productora de un canal de televisión. “A mí me violaron cuando estaba haciendo prácticas en un canal de televisión local, muy pequeño. Estábamos yo, el director/productor del programa y un cámara. El director me dio un vaso de agua y ya no recuerdo nada más. Me violaron los dos y grabaron todo con sus cámaras. Yo vi el material después. Todavía tengo flashazos de ese momento”.
En su informe, Reporteros Sin Fronteras señala el acoso sexual como el principal tipo de violencia de género al que se enfrentan las periodistas en el desempeño de su profesión. Fue referido en un 84%. El 30% apuntó la agresión sexual como el segundo fenómeno más extendido; el 27%, las amenazas de violación, y el 7%, la violación. En cuanto a los espacios donde se cometen, en un 73% tuvieron lugar a través de internet (ciberacoso); el 58%, físicamente, en el lugar de trabajo; el 47%, por teléfono, y el 36%, en la calle mientras desarrollaban su trabajo. Sobre los perpetradores, en un 51% de las ocasiones, las participantes señalaron a los superiores; en un 50% a diferentes autoridades (miembros del Gobierno, de instituciones estatales o de las fuerzas policiales y militares); un 46% fue a parar a los colegas; otro 46% a militantes o dirigentes de partidos políticos, y un 35%, a otros entrevistados. Las cifras que maneja la organización evidencian que el acoso sexual no es algo casual, de ahí los porcentajes: no suman el cien por cien porque una misma profesional señala varios episodios.
"Me violaron cuando estaba haciendo prácticas en una de televisión local. El director me dio un vaso de agua y ya no recuerdo nada más"
Sucede, además, que muchas mujeres no denuncian. Alejandra, la productora a la que violaron dos compañeros, jamás lo hizo. Parece que existe cierto consenso sobre la ineficacia que rodea el acto de denunciar. “No sirve para nada”, explica Matilde, fotoperiodista; o bien, “empeora las cosas”, añade Laila, correctora de estilo en un portal digital de noticias, o bien “te revictimiza”, apunta de nuevo Alejandra. El problema de interiorizar y reforzar este tipo de narrativas sobre la falta de garantías de los procesos de denuncia es que acaba por asumirse como verdadero en cualquier caso. Esta negativa a hablar se agrava cuando el acosador forma parte de la élite del medio. Siempre está la excepción que pareciera confirma la regla, como el caso de Lorena, productora de investigación de un canal de televisión nacional. Ella acudió a los conductos regulares de su medio para denunciar la agresión sexual que sufrió por parte de un gerente. Sin embargo, su proceso nunca llegó a buen término: “Este señor me llamó a su despacho para una reunión. Quería felicitarme por mi trabajo. Al terminar me dijo si podía darme un abrazo de enhorabuena y yo, ingenua de mí, le dije que sí. Entonces me agarró fuerte los brazos y trató de besarme. Empezamos a forcejear. No sé por qué no grité, pero no grité. Pensé que la que llevaba las de perder era yo, con apenas cinco meses en la empresa y él con una trayectoria de 10 años en el canal. Le dije una y otra vez que me soltara. Sentí esos minutos eternos. De repente alguien llamó a la puerta y él me soltó. Yo salí de ahí corriendo”, recuerda. Lorena fue a Recursos Humanos a contar lo sucedido. Le dijeron que lo investigarían, pero lo que sucedió a continuación es que a ella le cambiaron de área y a él no le tocaron.
Otro factor que explicaría por qué a las mujeres les resulta tan difícil denunciar tiene que ver con el miedo a perder su trabajo. Dejando a un lado las explicaciones lógicas que se desprenden de tal enunciado, esta afirmación se apoya en la definición que hace de ‘periodista’ el profesor y sociólogo Javier Callejo Gallego: “Es periodista quien trabaja en el medio de comunicación”. Asociar nuestro nombre al de una u otra empresa mediática nos da prestigio y refuerza nuestra posición privilegiada como representantes del ‘cuarto poder’. En tanto el nuestro se configura como un oficio de naturaleza autorreferencial, porque, más allá de ejercerlo, nos convencemos de que ser periodista forma parte de nuestro ADN, y es el medio quien avala al trabajador y no al revés, parece lógico que la posibilidad de perder esa posición y seña de identidad sea un motivo más que razonable para desalentar a las profesionales de los medios a denunciar la discriminación y violencia de la que son objeto dentro de las redacciones.
Julia Alegre Barrientos
Periodista. Ha desarrollado buena parte de su trayectoria en Colombia, donde trabajó para Revista Semana, como editora de educación, y el periódico El Tiempo. También ha colaborado con diferentes medios como Vice, Pacifista, France24 en español, Portofolio, Notimundo (Ecuador). Es coautora del libro ‘Mujeres Reconcilian’ de ONU Mujeres, sobre el papel de las mujeres en el posconflicto colombiano.
Cuando se ven progresos en temas como la inclusión del enfoque de género en los contenidos periodísticos, las carreras de periodismo y comunicación están a rebosar de estudiantes mujeres, se percibe una mayor injerencia de las profesionales en la elaboración de los productos informativos y se ven cada vez más jefas liderando procesos de dirección, cabe preguntarse cuánto se ha avanzado en realidad por garantizar el libre ejercicio profesional de las mujeres en el periodismo. Los testimonios que se recogen a continuación pertenecen a profesionales de los medios de diversas nacionalidades, todas suscritas al ámbito geográfico simbólico de Iberoamérica. Por expreso deseo de ellas, se han cambiado sus nombres y no se hará ninguna referencia al medio o a las personas que ejercieron el acoso laboral y/o violencia contra ellas.
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